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D. Jaime Broch, que así se llamaba el boticario, andaba siempre á vueltas con sus sales marinas, invento suyo que no dió nunca el resultado que se propuso, porque «el público es un imbécil», como decía. Eran unas sales de las que bastaba echar un poco en un barreño para obtener un baño de mar «con las mismas propiedades químicas del Mediterráneo», según rezaba la instrucción. De modo que las familias pobres para nada tenían que salir de su pueblo en busca del «salino elemento», como también rezaba la instrucción que acompañaba á cada frasco.
Aparte de su invento-manía, era hombre trabajador, algo redicho y partidario de que su hijo aprendiese de todo.—El saber no ocupa lugar—decía—y quién sabe las vueltas que da una rueda.—El mismo fué quien propuso á Romualda que enseñase á Luis aquellos danzones cubanos que «le sacaban de quicio», á lo cual Romualda se oponía, porque sólo «tocaba de oído» y apenas si leía música.
25 págs. / 45 minutos.
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Publicado el 14 de septiembre de 2021 por Edu Robsy.
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