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Cuando doña Rebeca entró en la sala y se acercó al grupo, viendo la cara mortal del enfermo, increpó a la niña.
—¿Le estás ahogando?
Ella apartóse prontamente, diciendo:
—¿Yo?
Y al soltarse de aquel brazo ardiente vió con horror cómo el cuerpo de don Manuel se desplomaba sobre el respaldo de la silla.
Miraba el moribundo a Carmen con una angustia infinita. Había adivinado tardíamente sus terrores y sus penas. La muerte llegaba implacable, sin darle acaso tiempo para reparar su fatal error, fruto de tantas meditaciones, y que ya antes de consumarse causaba a Carmen una desolación tan profunda….
Todo lleno de espanto, el corazón de Carmencita se le subió a los labios para gritar con afanosa ternura:
—¡Padre!…
Y de nuevo trató de abrazarle la infeliz.
Doña Rebeca la separó del caballero con aspereza, diciéndole:
—¡Qué padre ni qué ocho cuartos!
El de Luzmela abrió entonces los ojos inmensamente, con tal expresión desesperada y colérica, que la señora echó a correr, mientras la niña, vacilante, caía de rodillas, suplicando:
118 págs. / 3 horas, 27 minutos.
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Publicado el 1 de mayo de 2016 por Edu Robsy.
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