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Se abrió la puerta de la rebotica, y un hombre enérgico, de barba negra, entró frotándose las manos.
—Necesito un trozo de hoja de estaño, Shaynor —dijo—. Buenas tardes. Mi tío me anunció que quizá viniera usted. —Estas últimas palabras iban dirigidas a mí, que al punto formulé la primera de cien preguntas.
—Todo está listo —dijo. Sólo estamos esperando el aviso de Poole. Discúlpeme un minuto. Puede entrar cuando guste; yo prefiero quedarme junto a los aparatos. Déme ese trozo de estaño. Gracias.
Mientras hablábamos, entró en la botica una muchacha —saltaba a la vista que no era una clienta—, y el señor Shaynor cambió de expresión y de actitud. La muchacha se inclinó sobre el mostrador, con ademán confidencial.
—No puedo —le oí decir al señor Shaynor entre incómodos susurros, al tiempo que sus mejillas cobraban un apagado rubor y le brillaban los ojos como a una polilla drogada—. No puedo. Te lo aseguro. Estoy solo en la botica.
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Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.
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