Del 11 al 12 de febrero de 1493, sorprende a los navíos una horrísona
tempestad. Además, hacían agua por todas partes—carcomida su tablazón
por los microbios del Trópico—y tampoco llevaban lastre. El 14 por la
noche arreciaron los vientos, que arrancaron y alejaron a la Pinta de la Niña, habiendo aquélla desaparecido por completo de la vista de la capitana en la madrugada del 15.
Desde entonces, cada carabela hace la navegación para el retorno con independencia de la otra.
El 18 arriba la Niña a la isla Santa María, del grupo
de las Azores. Había allí, a orillas del mar, una pequeña casa a manera
de ermita, y dispuso Colón, en cumplimiento de votos hechos con motivo
del temporal, que bajase a ella, en camisa, la mitad de su gente. Cuando
estaban en sus rezos, los isleños, unos a caballo y otros a pie, y
mandados por el capitán Juan de Castañeda, cayeron sobre los romeros y
los apresaron.
Castelar escribe que le fueron devueltos al almirante; mas esto debió
soñarlo el preclarísimo tribuno, en cuyos trabajos históricos se
mezclan las investigaciones serias, las intuiciones maravillosas, las
grandilocuencias de estilo y las invenciones injustificadas.
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