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Edición física «La Venganza de Maiwa»
—Tiéndanse —les murmuré a los muchachos.
Y cuando lo hacían, el rinoceronte se levantó y miró con aire receloso a su alrededor. Pero no logró ver nada, y en realidad, aunque hubiésemos estado en pie, dudo de que nos hubiese distinguido a esa distancia; de modo que se limitó a resoplar dos o tres veces y luego se acostó, con la cabeza contra el viento, y los pájaros volvieron a posarse sobre su lomo.
Me resultó evidente que dormía con un ojo abierto y que se encontraba en un estado de ánimo desconfiado y muy irritable, y que era inútil seguir acechándolo desde allí, de modo que nos retiramos silenciosamente para meditar sobre la situación y estudiar el terreno. Los resultados no fueron satisfactorios. No había absolutamente nada que pudiera ocultarnos en los alrededores, salvo el hormiguero, que estaba a unos trescientos metros del rinoceronte, del lado contrario al viento. Yo sabía que si trataba de acecharlo de frente fracasaría, y lo mismo si lo intentaba desde el otro lado. Él o los pájaros me verían. De modo que llegué a una conclusión: yo iría al hormiguero, lo que le permitiría husmearme, y en vez de acecharlo a él, dejaría que me acechara a mí. Era un gesto audaz y poco recomendable para un cazador; pero en cierto modo adivinaba que el rinoceronte y yo debíamos jugar una partida decisiva.
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Publicado el 6 de enero de 2018 por Edu Robsy.
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