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—¡Dios mío, pero si es la losa de Preben Svane y de su mujer! —exclamó un hombre muy viejo; por su edad hubiera podido ser el abuelo de todos los reunidos en la habitación—. Sí, aquel matrimonio fue uno de los últimos que recibieron sepultura en el cementerio del antiguo convento. Era una respetable pareja de mis años mozos. Todos los conocían y todos los querían; eran la pareja más anciana de la ciudad. Corría el rumor de que poseían más de una tonelada de oro, y, no obstante, vestían con gran sencillez, con prendas de las telas más bastas, aunque siempre muy aseados. Formaban una simpática pareja de viejos, Preben y su Marta. Daba gusto verlos sentados en aquel banco de la alta escalera de piedra de la casa, bajo las ramas del viejo tilo, saludando y gesticulando, con su expresión amable y bondadosa. En caritativos no había quien les ganara; daban de comer a los pobres y los vestían, y ejercían su caridad con delicadeza y verdadero espíritu cristiano. La mujer murió la primera; recuerdo muy bien el día. Era yo un chiquillo y estaba con mi padre en casa del viejo Preben, cuando su esposa acababa de fallecer; el pobre hombre estaba muy emocionado, y lloraba como un niño. El cadáver se hallaba aún en el dormitorio contiguo; Preben habló a mi padre y a varios vecinos de lo solo que iba a encontrarse en adelante, de lo buena que ella había sido, de los muchos años que habían vivido juntos y de cómo se habían conocido y enamorado. Yo era muy niño, como he dicho, me limitaba a escuchar; pero me causó una enorme impresión oír al viejo y ver como iba animándose poco a poco y le volvían los colores a la cara al contar sus días de noviazgo, y cuán bonita había sido ella, y los inocentes ardides de que él se había valido para verla. Y nos habló también del día de la boda; sus ojos se iluminaron, y el buen hombre revivió aquel tiempo feliz... y he aquí que ahora yacía ella muerta en el aposento contiguo, y él, viejo también, hablando del tiempo de la esperanza... sí, así van las cosas. Entonces era yo un niño, y hoy soy viejo, tan viejo como Preben Svane. Pasa el tiempo y todo cambia. Me acuerdo muy bien del entierro; el viejo Preben seguía detrás del féretro. Pocos años antes, el matrimonio había mandado esculpir su losa sepulcral, con la inscripción y los nombres, todo excepto el año de la muerte; al atardecer transportaron la piedra y la aplicaron sobre la tumba... para volver a levantarla un año más tarde, cuando el viejo Preben fue a reunirse con su esposa. No dejaron el tesoro del que hablaba la gente; lo que quedó fue para una familia que residía muy lejos y de la que nadie sabía la menor cosa. La casa de entramado de madera, con el banco en lo alto de la escalera de piedra bajo el tilo, fue derribada por orden de la autoridad; era demasiado vieja y ruinosa para dejarla en pie. Más tarde, cuando la iglesia conventual corrió la misma suerte, y fue cerrado el cementerio, la losa sepulcral de Preben y su Marta fue a parar, como todo lo demás de allí, a manos de quien quiso comprarlo, y ha querido el azar que esta piedra no haya sido rota a pedazos y usada para baldosa, sino que se ha quedado en la era, lugar de juego para los niños, plataforma para la vajilla fregada de las sirvientas. La carretera empedrada pasa hoy por encima del lugar donde descansan el viejo Preben y su mujer. ¿Quién se acuerda ya de ellos?
3 págs. / 6 minutos.
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Publicado el 4 de julio de 2016 por Edu Robsy.
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