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Con la boca arrancó Sigüenza uno de estos frutos recientes, chiquitines, y se le fundió en ácida frescura deliciosa.
Todo el almendro parecía ofrecérsele en su sabor.
Lo fue aspirando mirándolo; y vio los restos de muchas flores muertas, las huellas de muchas almendras malogradas.
Estos árboles impacientes, ligeros, frágiles, exquisitos, dejan una espiritualidad, una melancolía sutil en el paisaje, y traen a nuestra alma la inquietud que inspiran algunos niños delgaditos, pálidos, de mirada honda y luminosa, que hacen temer más la muerte...
¿Por qué florecen estos árboles tan temprano? ¿No parece que voluntariamente se ofrezcan al sacrificio, que quieran consolar al hombre enseñándole que han de quemarse y deshojarse muchas ansias antes de que cuaje la deliciosa fruta del alcanzado bien?...
Andando por lo más recatado y húmedo del huerto, halló Sigüenza una mata de acanto abierta anchamente, de hojas carnosas, gruesas, cruzadas por recios nervios y recortadas con fiereza. Tocándola, parecía recogerse la interior circulación de su vida.
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Publicado el 27 de enero de 2021 por Edu Robsy.
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