Novela publicada por entregas en folletín, primero en Barcelona de 1889 a 1891, y después en México de 1892 a 1893. Consta de 117 capítulos los cuales retratran a la sociedad mexicana de finales de la década de 1810 a finales de la década de 1830, sus mitos, religión, hábitos, complejos y prejuicios mediante el entrecruzamiento de las historias de sus personajes inspirados en la vida real.
La historia se desarrolla en el México de principios del siglo XIX. El militar Juan Robreño es hijo de don Remigio, administrador de la hacienda de don Diego Melchor y Baltasar, conde del Sauz. Juan y la hija del conde, Mariana, se enamoran y conciben un hijo. Ambos piden a don Remigio que interceda por ellos ante el conde para casarse.
Los grifos y los horrendos mascarones que se asomaban al pie de las
almenas en la ancha cornisa de la azotea, continuaron arrojando cada
año con desesperante monotonía por sus bocas abiertas torrentes de agua,
que en la estación de las lluvias inundaban el patio; continuaron
mirando con una especie de enojo, con sus redondas pupilas de piedra, a
las pocas personas que se aventuraban a penetrar en el zaguán y subir
las altísimas escaleras; el viento rudo y frío invadía cada diciembre
los corredores y pasadizos solitarios y hacía crujir y se llevaba
astillas de los ya viejos bastidores; el polvo amarillento y sofocante
que en la estación del calor venía de los suburbios sucios y abandonados
de la ciudad, reposaba y formaba capas en los ricos jarrones de
porcelana y en los dorados tibores del Japón, sin que una mano cuidadosa
se atreviese a limpiar ni a reparar las averías y daños ocasionados por
el tiempo; parecía que siglos enteros habían transcurrido, que los
habitantes se habían quedado dormidos durante muchos años en sus
recámaras, y el sol mismo, tan espléndido y radiante en México la mayor
parte del año, no era bastante para calentar y desterrar el frío de esa
señorial mansión. ¿Por qué pasaban así las cosas? Vamos a explicarlo. El
conde, entre sus excentricidades que cambiaban de giro a cada momento,
había ordenado que cuando él estuviese ausente, nada de la casa se
cambiase de lugar, ni se tocase, ni se hiciera aseo ninguno en los
corredores y habitaciones reservadas para la familia; y como en el
tiempo corrido había venido tres o cuatro veces y regresado a las
haciendas, pasando en México corto tiempo, nadie se había atrevido a
desobedecerlo. Por otra parte, faltaba Tules, que había sido una especie
de maga cuidadosa y solícita, pues todo lo que estaba a su cargo
relucía por la limpieza, orden y propiedad, y hacía resaltar las
curiosidades y objetos de arte que formaban como el complemento de la
grandeza de la antigua casa solariega, que recibió durante años los más
exquisitos objetos de China, de España y de Flandes.
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Publicado el 3 de noviembre de 2018 por Edu Robsy.
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