Pero el mal tiempo ejercía también sobre él una influencia perniciosa.
Sus ensueños nocturnos tornábanse inquietantes y belicosos. Todas las
noches le atacaba una turba de diablos chorreando agua, y de mujeres
rojas, de aspecto infernal, que se parecían a la suya. Luchaba largo
rato, denodadamente, con sus enemigos, y acababa por ponerlos en fuga;
diablos y mujeres huían a todo correr ante su espada flamígera, lanzando
gritos de terror y gemidos lastimeros. Pero por la mañana, después de
tan fieras batallas, estaba tan cansado que, para recobrar las fuerzas,
tenía que quedarse en la cama un par de horas más.
—Naturalmente, yo también he recibido algunos golpes—le confesaba
francamente al doctor Chevirev—. Un diablo muy grande ha cogido una
viga y me la ha tirado entre las piernas, me ha hecho caer y ha
pretendido estrangularme. Pero yo he acabado por vencerle. ¡Se ha
llevado lo suyo!... Me han amenazado cuando huían con volver esta noche.
Si oye usted ruido, no se asuste; pero venga y verá. ¡Es interesante; se
lo aseguro!
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Publicado el 8 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.
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