–¡Aquí están los topacusi y aquí está el napa, Tampu Cachay! ¿Por qué has cerrado la puerta?
–La he cerrado para que no salgas, Ayar Cachi. ¡Allí te quedarás!...
–Ábreme la puerta, Tampu Cachay, o haré caer el cerro y te mataré...
–¡No te abriré la puerta, Ayar Cachi!...
Entonces comenzó a temblar el cerro ante el impulso de Ayar Cachi, pero la puerta no se abría...
–¡Tampu Cachay, traidor! Ábreme la puerta. Iremos a fundar un Imperio
y yo te daré riqueza y siervos y rebaños... Ábreme la puerta, Tampu
Cachay...
–No te abriré la puerta. Allí perecerás. Yo me voy ahora a reunir con el pueblo... ¡Adiós, Ayar Cachi!...
–¡Maldito seas, traidor! ¡Maldito seas! ¡El Sol, mi padre, te
convierta en piedra! ¡Que tu semilla no se propague! ¡Traidor, traidor,
traidor!...
Convirtióse en piedra Tampu Cachay: allí está todavía.
Y los hermanos Ayar siguieron su camino hacia el norte, hasta que
llegaron a Quirirmata. De allí pasaron al cerro Guanacaure y allí
acordaron declarar a Ayar Manco, por tener descendencia, jefe de la
familia, y a Sinchi Roca su heredero. Aquella tarde vieron por primera
vez el arco iris: aquélla era la palabra del Sol. Muy cerca debían estar
ya del lugar elegido. Quisieron seguir adelante, pero se encontraron
con un cerro que les cortaba el paso. Instintivamente dijeron todos:
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