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Pero, Próspero rechazó la oferta.
—Pobres somos todos —dijo— pero son más pobres los viejos que los jóvenes. Lo que hemos hecho es defendernos. Ya veis cómo el capitán nos ha favorecido con la justicia. Guardaos el dinero. No lo necesitamos. Nos sobra con la voluntad y con la protección de Dios, Nuestro Señor.
El malagueño ebrio seguía encerrado. Cuando el barco entró en el imponderable e indescriptible Río de la Plata, Próspero solicitó que el capitán le recibiese; y al hallarse ante la autoridad suprema del vapor, pronunció estas palabras.
—Señor capitán. Perdone que le moleste… Soy aquel muchacho a quien Su Merced otorgó un día justicia. Vamos a llegar pronto a la tierra. Y antes quisiera yo que Su Merced me concediera la libertad del desventurado que nos ofendió.
El capitán había olvidado el caso. En la muchedumbre de los incidentes de una navegación larga, el que ha de guiar la nave entre las dificultades marinas, y los peligros del río, no podía conservar la remembranza de un insignificante suceso. Pero cuando Próspero pronunció unas palabras categóricas, el capitán recobró la esencia de la historia.
73 págs. / 2 horas, 7 minutos.
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Publicado el 24 de junio de 2018 por Edu Robsy.
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