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Picaron espuelas amo y escudero, y al llegar a la vuelta del camino donde perderían de vista a la noble familia, se pararon para darle el último adiós. Las dos niñas y la señora azotaban el aire con sus pañuelos; Navarridas repetía estas demostraciones con su paraguas en una mano y el sombrero en la otra... Y ya no se vieron más.
A la hora y media de camino, D. Fernando, que iba cabizbajo y melancólico, sintió un súbito anhelo de volver atrás. Tan repentino fue, y al propio tiempo tan vivo, que maquinalmente paró el caballo y preguntó a Sabas: «¿Dónde estamos? ¿Cuánto hemos andado?».
—¿Qué, señor, se ha olvidado algo? ¿Tenemos que volvernos?
—No, es que... En efecto, se me olvidó algo; pero no me hace falta. Sigamos.
—Se está tan bien en la casa de Castro, señor, que siempre que uno sale, cree que se deja algo en ella. ¿Y qué es lo que se deja? La querencia, señor, la querencia de casa tan buena.
Permaneció D. Fernando silencioso, y con igual economía de palabras continuó larguísimo trecho, hasta que, ya de noche, aproximándose a La Bastida, entablaron amo y escudero el siguiente diálogo:
296 págs. / 8 horas, 39 minutos.
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Publicado el 14 de febrero de 2018 por Edu Robsy.
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