Llegó el verano y resolvieron marcharse á una casa de campo que
tenían en Asturias, á la entrada del pueblo, sombreada por una colonia
de chopos, y en la cual solían pasar algunas temporadas.
Tal vez en medio de aquella naturaleza exuberante, con el aire
salutífero de las montañas, el enfermo lograría aliviarse. Lejos de eso,
cayó en cama, para no levantarse más. Se redujo á una armazón de huesos
y pellejo, á una momia rubia en que hasta los ojos, aquellos ojos
azules y dominantes, habían perdido su expresión viril. Su misma voz
tenía algo de flébil.
Por la noche los labriegos canturreaban en el café próximo. Matilde les pedía con la criada que hicieran el favor de callar.
—Nos callaremos si nos pagan—respondían y continuaban berreando.
Zacarías les azuzaba á la sordina, pagándoles lo que tomaban. En el
pueblo nadie olvidaba la altanería de Clark, y, si mientras vivió le
aguantaron gracias á sus largueza y á sus puños, ahora que el árbol
estaba caído, todos pretendían hacer leña de él. Aquel lío, como le
llamaban, era un puntapié á las gentes honradas del país.
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Publicado el 14 de septiembre de 2021 por Edu Robsy.
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