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Se había comprado un salacof de corcho y un pañuelo con topos que se anudaba al cuello. También lucía pantalones con bolsillos enormes sobre el muslo, y una gran brújula colgada al cuello.
Durante aquel primer mes de julio supimos que, espoleado por los molares de Léligo, por el mentón de Léligo, por Indiana Jones y por la Santa Biblia, había decidido excavar la sepultura de Adán, en un lugar llamado La Dana, donde efectivamente se encontraban rastros megalíticos de la cultura del Argar.
Era mi último año de facultad, pero eso significaba solamente que, si quería optar a penene, tenía que desplegar toda mi seducción y toda mi habilidad de pelotillero, nada fácil dadas las circunstancias: yo soy un joven radical y Léligo, como advertí al principio de mi historia, un asno resabiado. En la profesión lo sabíamos todos: compañeros y discípulos; pero las cátedras son vitalicias y basta un momento de relativa lucidez en las oposiciones, o la distracción de un indolente tribunal, para que los asnos sienten cátedra en tanto Dios les conserve la vida.
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Publicado el 14 de abril de 2017 por Edu Robsy.
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