Libro gratis: Por Donde se Sube al Cielo
de Manuel Gutiérrez Nájera


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Por Donde se Sube al Cielo

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Fragmento de «Por Donde se Sube al Cielo»

La novela de moda dormía bajo su forro amarillo, y el cucurucho, rebosando pistaches y bombones, permanecía intacto, mostrando sus dibujos japoneses y los coquetos nudos del listón. El paquete de cartas, sucias y arrugadas, con su cinta roja, yacía sobre la sábana de Holanda. Magda besó aquellas cartas de su amiga, se enjugó una lágrima, y, metiendo sus dedos revoltosos en el cucurucho, tomó un dulce. Las ideas tristes pasaban por su cabeza de coqueta, como la sombra de las aves por el lago. Ni un solo pensamiento estable había en aquel cerebro, tan voluble como la hoja delgada de una rosa que el viento desbarata. Sus ideas galopaban por países encantados en donde los árboles tienen hojas de esmeralda y frutos de oro. El lujo de su alcoba, las flores de la alfombra, la suavidad de las sedas y el color de los tapices, le inspiraban ideas color de rosa. La imagen pálida y doliente de la pobre Jenny se fue desvaneciendo en el espacio: ¡frágil sombra trazada por el humo y deshecha al menor soplo del aire! El huerto del colegio, los amplios dormitorios, el almacén de modas con sus cortinas verdes y su hilera de lámparas azules, desaparecieron pronto de su fantasía, como esas decoraciones que al primer toque del silbato se desvanecen en el foro de un teatro. La argentina campana del reloj dio las dos de la madrugada. Magda se incorporó apoyándose en el codo; levantó la almohada; tomó un espejo que tenía oculto siempre entre las colchas, con su marco de plata cincelado y su mango torcido en forma de espiral; sonrió apaciblemente, dejando ver sus dientes aguzados que con tanto ahínco devoraban fortunas y mordían frutas prohibidas; vio con delicia su fisonomía coqueta y picaresca de parisiense refinada: sus límpidas pupilas, atravesadas por imperceptibles fibras amarillas, como las venas de oro que rayaban el antiguo mármol; la ondulación felina de sus cejas; el arco de su boca, dispuesto eternamente a abrirse para pedir el corazón a un aderezo; su nariz remangada; su lengua roja, como la de una gata cuando acaba de nacer, y las enormes trenzas de cabellos rubios, que caían por sus hombros de alabastro. Magda entornó sus párpados de raso, hizo un mohín de niña consentida, y, acercándose los labios al espejo, se dio un beso. Luego apagó la luz y se quedó dormida.


98 págs. / 2 horas, 52 minutos.
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Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.


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