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La depositaria aquel día del fetiche, la rubia Indán, apenas podía sostenerse de cansancio y sed. El bochorno era horrible; densas nubes de plomo candente se hacinaban en el celaje. La muchacha desfallecía cuando Bero el cazador, robusto y resistente, la llamó, silbando, y murmuró á su oído:
—Ven. Indán, la del pelo de oro… Déjalas abrevarse en ese charco. Te enseñaré la fuente. Que no nos vean; vamos primero, antes que la descubran y la enturbien.
Guiando, condujo ó la muchacha bastante lejos, á la otra vertiente de la colina, á una hondonada; porque Bero, mediante una especie de misteriosa intuición, adivinaba dónde surtían los manantiales. La fuente, en efecto, surgiendo entre peñas, bajo hayas copudas, formaba una cascaduela que, con delicioso rumor inquieto, batía las guijas y se remansaba en ancho arroyo, orlado de lirios y cañas. Indán, loca de alegría, hizo copa de sus manos, refrescadas primero en el chorro, y bebió ansiosamente. Después, patuleó en el arrollo, bebiendo otra vez por todos los poros del cuerpo, a1 percibir cómo barría el agua las impurezas y el polvo reseco del camino, depositado sobre las carnes jóvenes y tostadas. Bero, sufriendo el chorro de la cascada, se bañaba también con beatitud. Refrigerado ya, echó un brazo á la cintura de la mocita.
3 págs. / 6 minutos.
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Publicado el 12 de mayo de 2021 por Edu Robsy.
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