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Aquella noble acción, si bien hizo aumentar en las malas almas —no pocas, por desdicha— las envidias y malquereres contra don Fernando, produjo en otras personas, y con especialidad entre los humildes, un movimiento de simpatía y reverencia.
El forastero daba ocupación en su granja á cuarenta ó cincuenta hombres, que en ella ganaban con relativa holgura el pan de sus mujeres é hijos; al cuidado del bote destinó Mendoza un pescador ya viejo, que no estaba en trazas de marinear solo; el jardinero y los hortelanos también eran indígenas. Traía, pues, beneficio grande para la población la llegada del ingeniero y, quisiérase ó no, había que certificarlo y apuntarlo en su haber.
Si á esto se añade que Mendoza para nada intervenía en la política de los caciques y que, á cuenta de quejarse del abandono en que el municipio dejaba caminos vecinales y calles, había reparado algunos por su cuenta, á los fines de no hacer añicos por ellos su automóvil cuando los recorría, tendrá fácil explicación el cómo á los tres meses de su permanencia en El Parral fueron trocándose las prevenciones en agasajos y la envidia en admiración. Cierto que, mirándolo bien, la envidia no es otra cosa sino la admiración enferma.
35 págs. / 1 hora, 2 minutos.
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Publicado el 7 de abril de 2019 por Edu Robsy.
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