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Quitóle la cota de armas y el casco, y tirando Saldaña la espada sobre una mesa salió del cuarto, pasó a otro y corrió varias salas distraído y cabizbajo, echando a un lado y otro miradas torvas, puesta la barba sobre el pecho, los brazos caídos, y, por último, se arrojó sobre un sillón de respaldo que estaba junto a una gran mesa de mármol. Puesta la mano izquierda en la mejilla y apretando el puño derecho casi sin advertirlo, ya parecía colérico, ya reposado, ya, a veces, amargamente se sonreía. Hablaba solo, ya entre dientes, ya a voces, palabras interrumpidas: «¡Leonor! Sí… —decía—; el infierno… ¿Y qué importa?… ¿No somos ya todos unos?… ¡El infierno! ¿Que la robe el infierno o yo?… ¿No soy yo un infierno?… Aquí (señalándose el corazón), ¡demonios! —gritaba—, yo… sí… tentaré las almas por vosotros. Soy peor que vosotros. ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! —y soltaba una carcajada histérica y espantosa, capaz de poner grima a los mismos que él invocaba—. ¡Ah! —continuaba precipitadamente—, si en el infierno pudiese yo vivir con ella… ¿Vivir con ella? Allí, allí —añadía, clavando los ojos en tierra—, sería mi cielo, sí, mi cielo. Ella… es un ángel. ¿Qué haré? ¿Dónde huiré de mí?… ¿Dónde descansaré? No, mientras viva, jamás… ¿Y después? ¿Después? ¡Qué horror! Un abismo inmenso de penas; en fin, la mayor de todas, la vida misma que detesto eterna, eterna en la agonía de los condenados. Yo no moriré nunca… Tal vez… para volver a vivir. Yo soy réprobo de Dios, sentenciado a vivir toda una eternidad, a respirar fuego, a ser execración de los hombres, mofa de los demonios… Ya rechinan sus dientes de alegría; helos, helos allí… ¡Oh!, no, no, ¡piedad! ¡Maldición! ¿Qué oigo? Sí, la maldición de mi padre.»
590 págs. / 17 horas, 13 minutos.
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Publicado el 17 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.
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