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Este París, eterna desesperación de los paseantes enjutos, maltraídos y empapados, que doblan la orilla de su pantalón o, abandonando toda suerte de esperanza, se sumergen resueltamente en los pantanos, es un cuadro admirable para los artistas. Algunos transeúntes, menos resueltos y valientes, permanecen helados junto al brillante aparador de alguna tienda. Otros reniegan y blasfeman como carreteros al sentir los proyectiles microscópicos de lodo, que disparados por la rueda de algún ómnibus, se estrellan y deshacen en su cara. En cambio, este suelo lodoso, esos hediondos charcos, son el triunfo de la mujer que marcha, victoriosa, repugnando, como los cisnes, toda mancha. En estos días lluviosos y sombríos, la mujer cursi sale en carruaje; la obrera, que está obligada a defender su enagua y su calzado, se consiente a sí misma el despilfarro de subir a un ómnibus; la gran señora de la clase media se creería deshonrada si no alquilara un coche; pero la parisiense, la verdadera parisiense, marcha a pie.
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Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.
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