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Edición física «Teoría del Andar»
Por consiguiente, me encontraba en el centro de aquel patio donde reina el movimiento y contemplaba con indiferencia las distintas escenas que pasaban en él, cuando un viajero se cayó de la rotonda al suelo, como una rana asustada que se tira al agua. Pero, al saltar, aquel hombre se vio forzado, para no estrellarse, a tender las manos hacia el muro del despacho junto al cual estaba el coche y apoyarse en él ligeramente. Al ver aquello, me pregunté el porqué. Desde luego, un sabio habría contestado: «Porque iba a perder su centro de gravedad». ¿Pero por qué el hombre comparte con las diligencias el privilegio de perder el centro de gravedad? ¿Acaso un ser dotado de inteligencia no hace soberanamente el ridículo cuando está en el suelo, por cualquier causa que sea? Por eso, la gente siempre se ríe de un hombre que se cae.
Aquel hombre era un simple obrero, uno de esos alegres arrabaleros, una especie de Fígaro sin mandolina ni redecilla, un hombre jovial, incluso al salir de la diligencia, momento en el que todo el mundo refunfuña. Le pareció reconocer a uno de sus amigos entre el grupo de los ociosos que siempre contemplan la llegada de las diligencias y se le acercó para darle una palmada en la espalda, al estilo de esos hidalgos pueblerinos que tienen pocas maneras y que, mientras sueñas con tus adorados amores, te golpean el muslo diciendo:
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Publicado el 15 de mayo de 2017 por Edu Robsy.
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