Libro gratis: Viaje por Rusia
de Théophile Gautier

Tras unos instantes de insensata carrera, nuestros cocheros, juzgando que su libre voluntad había ido demasiado lejos, se volvieron en sus asientos y nos preguntaron adónde íbamos. Les indicamos el hotel Chevrier, en la calle Gacetas Viejas. Reanudaron la marcha ya con una dirección segura. Por el camino no dejamos de mirar a izquierda y derecha sin ver nada excesivamente típico. Moscú se ha ido formando por zonas concéntricas; la exterior es la más moderna y la menos interesante. El Kremlin, que en el pasado era toda la ciudad, representa su corazón y su meollo.

Por encima de las casas, que no diferían mucho de las de San Petersburgo, se distinguían aquí y allá las cúpulas celestes, con sus estrellas doradas y los campanarios bulbosos revestidos de cobre; una iglesia de arquitectura rococó erguía su fachada de un color rojo vivo y pintorescamente realzada por la nieve en sus saledizos; otras veces los ojos se quedaban asombrados ante la visión de una capilla pintada en azul maríaluisa, a la que el invierno había recubierto, en diversos sitios, con una capa de argentado hielo. La cuestión de la arquitectura policroma, tan vivamente debatida todavía entre nosotros, hace tiempo que está resuelta en Rusia; se doran, se platean, se pintan de todos los colores los edificios, sin la menor preocupación por el buen gusto y la sobriedad tal como la entienden los pseudoclásicos, pues es seguro que los griegos daban tintes variados a sus monumentos e incluso a sus estatuas. Nada más atractivo que esa rica paleta aplicada a la arquitectura y condenada en occidente a los grises macilentos, a los amarillos neutros y a los blancos sucios.