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Apenas había salido Blanca de su casa, cuando llamaron al
teléfono.
Era la condesa de I.
Fernando cogió la bocina.
—¡Hola!, ¿es usted, condesa?, muy buenas tardes.
—Muy buenas tardes: ¿Está ahí Blanca?
—Justamente acaba de irse a casa de usted, a la garden
party.
—¡Toma!, y yo que le telefoneaba para decirla que había
suspendido la fiesta…
—Que la ha suspendido usted, ¿y por qué, condesa?
—¡Cómo!, ¿no sabe usted que acaba de morir la princesa Leticia
de L… prima hermana de Su Alteza el Infante don Francisco?
—Lo ignoraba en absoluto.
—Pues, sí, señor, acaba de morir, y por consideración a Su
Alteza que prometió asistir a la fiesta, habrá que aplazarla…
Puesto que Blanca ha salido ya, tomará el té conmigo y sabrá
aquí lo del aplazamiento —agregó la condesa.
Fernando acabó de vestirse. Al salir de casa dejó dicho:
—Si viene la señora antes de las seis, que me busque en el Club,
con el coche, para ir a la Castellana.
Pero la señora no volvió hasta las nueve de la noche, a la sazón
que Fernando llegaba para la comida.
—¿Viste a la condesa? —le preguntó éste.
—Naturalmente: ahora mismo termina la garden party de
caer de las nubes.
—¿La garden party?…
—Claro, hombre, la garden party: ¿ya se te olvidó que esta
tarde había una a beneficio del Asilo de Santa Cristina? Pareces
caer de las nubes.
En efecto, a Fernando parecíale que caía de las nubes.
Iba a aclarar el punto… pero le asaltó una repentina e inusitada
sospecha.
—Perdóname —dijo, dominándose, me distraigo a veces más de lo
debido… ¿Y estuvo animada la fiesta?
—Animadísima, con una tarde tan espléndida.
—La condesa quedaría contenta…
—Encantada.
—¿Bailaste?
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