Textos por orden alfabético | pág. 16

Mostrando 151 a 160 de 8.210 textos.


Buscador de títulos

1415161718

Algo de Todo

Juan Valera


Artículo, Ensayo, Crítica


LA PRIMAVERA

Nada hay en el hombre tan grato a Dios como el arrepentimiento; pero en ciertas cosas, tal vez en las más, nada hay tampoco humana y terrenamente tan inútil. Lo que al hombre le importa es no hacer nada de que después haya de arrepentirse. Y yo, lo confieso, hice algo en este género al prometer que escribiría un artículo sobre la Primavera.

Y no porque yo me crea incapaz de percibir, sentir y estimar en todos sus quilates el valor y la belleza de la estación florida. Nada menos que eso. Yo presumo de muy sensible a los encantos naturales. Me apuesto con el más pintado a sentir honda y poéticamente la gala de las fértiles praderas, la lozanía de los verjeles, el apartamiento silencioso de los sotos umbríos, el aire embalsamado por el aroma de las violetas, la sierra pedregosa cubierta de tomillo y romero, el blando murmullo de los arroyos, los amorosos gorjeos del ruiseñor, el lánguido arrullo de la tórtola y los trinos alegres con que las aves saludan a la blanca aurora cuando abre con dedos de rosa las puertas del Oriente.

Por desgracia, una cosa es sentir y otra expresar bien lo sentido. De este segundo don es del que carezco.

El asunto es de sobrado empeño para mí. ¿He de salir del paso repitiendo en mala prosa lo que ya dijeron en todas las lenguas vivas y muertas, con número y melodía, los poetas buenos y medianos, desde Hesiodo hasta Gracian y desde Virgilio a D. Gregorio de Salas? Yo no quiero hacer un centón tan deplorable. Yo quiero coger vivas las aves, las flores, cuanto tiene ser en la estación vernal, y trasladarlo a este papel, y de este papel a la imprenta: operación más difícil de lo que se imagina.


Leer / Descargar texto


175 págs. / 5 horas, 7 minutos / 287 visitas.

Publicado el 29 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Algo Infantil, Pero muy Natural

Katherine Mansfield


Cuento


1

Henry no sabía qué opinar; o no se acordaba ya de cómo le sentaba el verano anterior, o de entonces ahora le había crecido la cabeza. Porque aquel sombrero de paja le hacía daño, oprimiéndole la frente y produciéndole un dolor sordo en los huesos que hay sobre las sienes. Así que, optando por un asiento en el rincón de una tercera para fumadores, se lo quitó y lo dejó en la rejilla, juntamente con la gran carpeta negra de cartón y los guantes que su tía B. le había regalado aquellas Navidades. El compartimiento olía terriblemente a goma mojada y a hollín. Tenía diez minutos disponibles antes de que saliera el tren, y Henry decidió ir a echar un vistazo al puesto de libros. Por el techo encristalado de la estación penetraba la luz del sol en haces azules y dorados. Un chicuelo corría de aquí para allá con una batea de primaveras. Había en la gente, sobre todo en las mujeres, algo de dejadez y al mismo tiempo de ansiedad. El primer día verdaderamente primaveral, el día más encantador de todo el año desplegaba sus esplendores deliciosamente templados, incluso ante los ojos de los londinenses. Haciendo relumbrar todos los colores, infundía un tono nuevo a todas las voces, así que la muchedumbre urbana iba de aquí para allá, sintiendo que bajo sus ropas llevaban un cuerpo viviente de verdad y que un corazón realmente vivido hacía circular su sangre aletargada.


Información texto

Protegido por copyright
24 págs. / 42 minutos / 295 visitas.

Publicado el 9 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Algunas Casas Encantadas

Ambrose Bierce


Cuento


La Isla de los Pinos

Durante muchos años, cerca de la ciudad de Gallipolis, Ohio, vivió un anciano llamado Herman Deluse. Poco se sabía de su vida, porque él no quería ni hablar de ella ni aguantar a los demás. Era creencia extendida entre sus vecinos que había sido pirata, aunque nadie sabía si ello se debía a que no existían más pruebas que su colección de garfios de abordaje, sus alfanjes y sus viejas pistolas de serpentín. Vivía completamente solo en una pequeña casa de cuatro habitaciones que se desmoronaba a pasos agigantados y en la que no se realizaba más reparación que la que exigían las condiciones meteorológicas. Se elevaba en medio de un gran pedregal cubierto de zarzamoras, con unas, cuantas parcelas cultivadas del modo más primitivo. Ésas eran sus únicas propiedades visibles, suficientes para vivir, pues sus necesidades eran pocas y elementales. Siempre disponía de dinero contante y sonante, y todas las compras que hacía en las tiendas de la plaza del pueblo las pagaba en efectivo, sin comprar más de dos o tres veces en el mismo sitio hasta que había pasado un lapso considerable de tiempo. Sin embargo, esta distribución tan equitativa de su patrimonio no recibía ningún elogio; la gente la consideraba un intento ineficaz de ocultar su riqueza. Que el anciano guardaba enterrada en algún lugar de su destartalada vivienda una enorme cantidad de oro adquirido de forma deshonrosa, era algo que ninguna persona sincera, al tanto de los hechos de la tradición local y con un sentido de la proporción de las cosas, podía poner en duda sensatamente.


Información texto

Protegido por copyright
27 págs. / 47 minutos / 216 visitas.

Publicado el 1 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Algunas Notas sobre Algo que No Existe

H.P. Lovecraft


Biografía


Para mí, la principal dificultad al escribir una autobiografía es encontrar algo importante que contar. Mi existencia ha sido reservada, poco agitada y nada sobresaliente; y en el mejor de los casos sonaría tristemente monótona y aburrida sobre el papel. Nací en Providence, R.I. —donde he vivido siempre, excepto por dos pequeñas interrupciones— el 20 de agosto de 1890; de vieja estirpe de Rhode Island por parte de mi madre, y de una línea paterna de Devonshire domiciliada en el estado de Nueva York desde 1827.

Los intereses que me llevaron a la literatura fantástica aparecieron muy temprano, pues hasta donde puedo recordar claramente me encantaban las ideas e historias extrañas, y los escenarios y objetos antiguos. Nada ha parecido fascinarme tanto como el pensamiento de alguna curiosa interrupción de las prosaicas leyes de la Naturaleza, o alguna intrusión monstruosa en nuestro mundo familiar por parte de cosas desconocidas de los ilimitados abismos exteriores.

Cuando tenía tres años o menos escuchaba ávidamente los típicos cuentos de hadas, y los cuentos de los hermanos Grimm están entre las primeras cosas que leí, a la edad de cuatro años. A los cinco me reclamaron Las mil y una noches, y pasé horas jugando a los árabes, llamándome «Abdul Alhazred», lo que algún amable anciano me había sugerido como típico nombre sarraceno. Fue muchos años más tarde, sin embargo, cuando pensé en darle a Abdul un puesto en el siglo VIII ¡y atribuirle el temido e inmencionable Necronomicon!


Información texto

Protegido por copyright
7 págs. / 13 minutos / 316 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Alicia en el País de las Maravillas

Lewis Carroll


Cuento infantil, novela infantil


Prefacio

En el dorado anochecer
bogamos lentamente;
los brazos siéntense ceder
al remo débilmente.
¡Qué dichoso desfallecer
las manos sin oriente!

Y qué implacable triple voz
suena en el dulce olvido
pidiendo extrañas invenciones,
de quieto y lírico sentido.
¿Cómo callar indiferente
sintiendo su latido?

Dice apremiante la primera
voz que comience el cuento,
la segunda no nos reclama
lógica de argumento,
y nos acucia la tercera
con anheloso acento.

¡Oh, qué silencio más profundo
se impone a todo ruido!
Es la tierra un maravilloso
país desconocido,
lleno de seres que convierten
en real lo fingido.

Cuando la fuente imaginaria
se agota en la inventiva
y a los cristales del ensueño
la luz se les esquiva:
«¡Siga el cuento —claman los seres—
que tanto nos cautiva!»

Así el país maravilloso
sobre el yunque del yo.
episodio tras episodio,
su leyenda forjó,
y al ocaso, un mundo de amigos
el alma nos pobló.

Recibe, Alicia, este pueril
libro con mano tierna
y ponlo allí donde la infancia
salva la vida interna,
como el ferviente peregrino
guarda una flor eterna.

1. En la madriguera

Alicia empezaba a sentirse cansadísima de estar sentada en un margen, al lado de su hermana, sin saber qué hacer: por dos veces había atisbado el libro que ella leía, pero era un libro sin grabados, sin diálogo, y «¿de qué sirve un libro —se dijo Alicia— si no tiene diálogo ni grabados?».

Y de la mejor manera que le permitían la somnolencia y el atontamiento en que la había sumido el calor de aquella jornada, consideraba en su fuero interno si valdría la pena entretenerse en arrancar margaritas por el gusto de hacer una cadena con ellas, cuando de pronto saltó a su lado un Conejo Blanco de ojuelos encarnados.


Leer / Descargar texto

Dominio público
89 págs. / 2 horas, 37 minutos / 1.654 visitas.

Publicado el 27 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Aline y Valcour

Marqués de Sade


Novela, novela epistolar


NOTA PRELIMINAR

El autor considera su deber avisar que, habiendo cedido su manuscrito cuando salió de la Bastilla, se vio, por este motivo, en la imposibilidad de retocarlo. ¿Cómo es posible que, después de este inconveniente, la obra, escrita hace siete años, esté al día?

Ruega, pues a sus lectores que tengan en cuenta la época en que fue compuesta y así encontrarán cosas muy extraordinarias. Asimismo les invita a que no la juzguen hasta después de haberla leído con la mayor exactitud de principio a fin: en un libro como este no se puede formar una opinión basándose en la fisonomía de tal o cual personaje ni en tal o cual sistema aislado. El hombre imparcial y justo solamente se pronunciará sobre el conjunto.

Nam veluti pueris absinthia tetra medentes,
Cum dare conantur prius oras pocula circum,
Contingunt mellis dulci flavoque liquore
Ut puerum aetas improvida ludicifetur
Labrorum tenus; interea perpotet amarum
Absintiae laticem deceptaque non capiatur,
Sed potius tali tacta recreata valescat.

Luc. lib. IV

ADVERTENCIA DEL EDITOR

Es justificado contemplar la presente colección de cartas como una de las obras más picantes que hayan aparecido desde hace mucho tiempo. Se puede afirmar que nunca trazó el mismo pincel contrastes más singulares y, si en ellas la virtud se hace adorar por la forma atractiva y sincera con que es presentada, con toda seguridad los espantosos colores que ha utilizado para pintar el vicio harán que sea detestado. Es difícil describirlo bajo una fisonomía horrible.


Información texto

Protegido por copyright
365 págs. / 10 horas, 40 minutos / 321 visitas.

Publicado el 13 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Allan Quatermain

Henry Rider Haggard


Novela


Portada

Allan Quatermain

siendo un relato de sus
ÚLTIMAS AVENTURAS Y DESCUBRIMIENTOS
en compañía de
sir Henry Curtís; el comandante John Good, de la Armada Real; y Umslopogaas

Ex Africa semper aliquid novi

Lamentad, oh pájaros, la estrella caída en batalla, pero, oh dulces ruiseñores, absteneos de cantar, sólo los buitres, flotando desde lo lejos,
chillan y ensombrecen el sepulcro con sus alas de aquel que os hartaba con despojos de guerra
mientras, golpeando los escudos, su hacha sonaría.

A. Lang

Dedicatoria

DEDICO ESTE LIBRO DE AVENTURAS
A MI HIJO

ARTHUR JOHN RIDER HAGGARD

con la esperanza de que en los días venideros él y otros muchachos a los que nunca conoceré puedan descubrir, en los actos y pensamientos de Allan Quatermain y sus compañeros, tal y como aquí han sido recogidos, aquello que les ayude a alcanzar lo que, con sir Henry Curtis, considero que es la categoría más alta que podemos alcanzar: la condición y la dignidad de un caballero inglés.

1887

Introducción

23 de diciembre.

«Acabo de sepultar a mi hijo, mi pobre muchacho, tan buen mozo y del que me sentía tan orgulloso, y tengo el corazón hecho pedazos. Es muy duro tener un solo hijo y perderlo así, pero si ésa es la voluntad de Dios, ¿quién soy yo para reprochárselo? La gran rueda del Destino sigue su curso como un Juggernaut y nos aplasta a todos a su hora, a algunos pronto, a otros más tarde… no importa cuándo, al final a todos aplasta. Nos postramos ante él como pobres indios: acudimos aquí y allí, lloramos implorando piedad; pero es inútil, el negro Destino sigue tronando y a su debido tiempo nos reduce a polvo.


Información texto

Protegido por copyright
317 págs. / 9 horas, 15 minutos / 200 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2018 por Edu Robsy.

Allí donde se reúnen las Almas

Luis de los Reyes Mihalic Valdivia


Filosofía


.- ¡No puede ser! ¡No puede ser!, no puede ser -Es Platón que se lamenta amargamente a Aristóteles.

.- ¿Qué te sucede amigo, que causa tal zozobra en ti?

.- Un perro Aristóteles, un perro, ¡no lo entiendo!, no lo puedo comprender. Los reconozco, vi alguno vagar por Atenas, y eran utilizados por algunas tribus para cuidar y guiar al ganado. Pero esto no lo entiendo Aristóteles, no lo entiendo.

.- ¿Qué? ¿Cómo? ¿Un Perro? ¿Estás seguro?, si se alimentaban con las sobras de las polis.

.- ¡Se me ha meado encima! No voy a estar seguro. Maldito perro. Querido amigo, el mundo de las ideas, fin último del alma racional, del alma del hombre. ¿Y qué pasa ahora ahí abajo? ¿Tanto han avanzado los perros? Tendrá razón  Heráclito en que todo fluye incesantemente y los perros han alcanzado al hombre en esto de pensar.

.- El principio de la vida, aquello por lo que,  lo viviente, vive. Ya lo decía yo. Forma y acto. ¿Pero por qué ahora? Y el resto de vivientes. Ya sabía yo, que había pensado en la mortalidad del alma, que el simple hecho de estar aquí, tiraba por tierra mi pensamiento; no tiene sentido un alma inmortal ya que su única misión es la de dar vida al cuerpo. Y una vez realizado su cometido qué sentido tiene un alma separada de su cuerpo. Pero aquí estoy. O no, ¡oh, no! ¡un perro!

.- He oído el revuelo que formáis amigos. Mayéutica e ironía, ¿no? ¡Jajajaja! ¿Cuál es el tema de debate que os tiene tan entretenidos en este sin tiempo en el que moramos? -Es Sócrates que al sentir la presencia de sus amigos no se pudo resistir. -¿Que nueva definición se os ha pasado por la cabeza para “eso”? ¿Qué estáis pariendo amigos? -Sócrates se ríe airadamente y jovialmente, él siempre está feliz. Él, que sólo sabe, que no sabe nada, es el más feliz de los hombres.


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 103 visitas.

Publicado el 29 de agosto de 2020 por usuario no registrado.

Alma de Artista

Carmen de Burgos


Cuento


I

Selma cambió el sencillo traje de calle por una bata de seda azul, restos de su pasada opulencia.

Con sus zapatitos de raso blanco y su cabellera color de castaña madura, caída en revueltos rizos sobre la espalda, tenía el aspecto delicado y grácil de una niña.

Ángel la miraba tristemente hundida en su butaca, cerca del balcón, en aquel hotelito de la Caleta, donde había ido á buscar el aire del mar y el clima templado de Málaga. Sobre la palidez de cera mate extendida sobre su rostro se destacaba la rizada barba y la nariz aguileña, con esas líneas que caracterizan á la raza semítica. Parecía un Cristo demacrado por el ayuno.

La terrible tisis iba disecándole el cuerpo, una delgadez estrema parecía tallar sus nervios, y su cabellera rizosa caía en bucles sobre la frente tersa y bella. Aun lucía en sus ojos grandes la mirada dominadora del genial tenor que fué aplaudido en el mundo entero; aun sus labios conservaban un gesto de arrogancia.

Selma cogió el cestillo de la costura y se sentó en una sillita baja á los pies del artista.

—Deja eso —dijo él con un gesto de disgusto, señalando la labor.

La joven no contestó y se apresuró á obedecer sonriendo. El brillo de las lágrimas iluminó los ojos del enfermo.

—¡Qué injusto soy, Selma mía! Tienes necesidad de trabajar y te lo impido... Ya no somos ricos.

—No pienses en eso...—dijo ella con voz suave—; no es cosa precisa.

—La vida tiene burlas muy crueles, Selma; los artistas debían morir sin conocer las miserias ni las enfermedades... en plena gloria.

La joven le acarició dulcemente la mano.

—¡Qué buena eres! —siguió él—. ¡Cómo me compadeces!...

—¡Compadecerte! No, Ángel, no pronuncies esa palabra; cuando se compadece no se ama. Amar es admirar.

—¡He estado tan ciego!


Leer / Descargar texto

Dominio público
10 págs. / 18 minutos / 208 visitas.

Publicado el 22 de agosto de 2020 por Edu Robsy.

Alma Enferma

Rufino Blanco Fombona


Cuento


I

Toda la tarde estuvo Eudoro, la cabeza entre las manos, los ojos perdidos en no sé cuál lejanía de ensueño, muy lejos de sí mismo, en una escapada melancólica al país de los recuerdos.

Estaba triste, muy triste. Por la primera vez amaba de veras, y su amor era la causa de su pena. Ese amor no podía vivir. Lo mataba la inopia. Y el pensamiento del joven, adolorido, se fue á los buenos tiempos de la infancia.

El recuerdo es amargo y embriagador como el ajenjo. La memoria de las cosas pasadas, de los amores muertos, de las viejas alegrías, es de una voluptuosidad dolorosa. Eudoro pensó en su padre, en el gallardo militar muerto de cara al enemigo, en pro de su bandera. Tuvo envidia de aquella desaparición luminosa. El hijo del héroe sintió la nostalgia de la gloria. Sentía vagas aspiraciones hacia esa dulce quimera. Retoño de una aristócrata, que despreció siempre las clases bajas, y de un soldado, que despreció siempre la vida, Eudoro sentía cómo se alzaban en su corazón desdenes atávicos, cumbres de orgullo, doradas nieblas de vanidad. Estas nieblas, ahora rompidas por la miseria, no eran sino trágicos girones; estas cumbres, fulminadas por el dolor, ardían; estos orgullos, enfrenados, se encabritaban como potros cerriles.

Nacido en cuna de oro, criado en la opulencia, gozando una primera juventud color de rosa, Eudoro, como la Porcia de Musset, vivió:


Ignorant le besoin, et jamais, sur la terre,
Sinon pour l'adoucir, n'ayant vu de misère.
 


Leer / Descargar texto

Dominio público
10 págs. / 18 minutos / 96 visitas.

Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

1415161718