Amnesia
Francisco A. Baldarena
cuento
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Publicado el 13 de octubre de 2021 por Francisco A. Baldarena .
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Publicado el 13 de octubre de 2021 por Francisco A. Baldarena .
Páginas del "Diario de un cazador"
En la crónica de sucesos de un periódico acabo de leer un drama pasional. Uno que la ha matado y se ha matado después; es decir, uno que amaba. ¿Qué importan él y ella? Sólo su amor me importa; y no porque me enternezca, ni porque me asombre, ni porque me conmueva, ni me haga soñar, sino porque evoca en mí un recuerdo de la mocedad, recuerdo extraño de una cacería en que se me apareció el Amor, como se aparecían a los primeros cristianos cruces misteriosas en la serenidad de los cielos.
Nací con todos los instintos y emociones del hombre primitivo, muy poco atenuados por las sensaciones y los razonamientos de la civilización. Amo la caza con pasión, y la bestia ensangrentada, con sangre en su plumaje, ensangrentándome las manos, me hace desfallecer de gusto.
Aquel año, al final del otoño, se presentó impetuosamente el frío, y mi primo Karl de Ranyule me invitó a cazar con él, a la alborada patos magníficos en los pantanos de su posesión.
Mi primo, un buen mozo de cuarenta años, encarnado, con mucha vida en el cuerpo y muchos poles, en la cara, semibruto y semicivilizado, de alegre carácter, dotado de ese esprit gaulois que tan agradablemente vela las deficiencias. del ingenio, vivía en una especie de cortijo con aires de castillo señorial, escondido en un amplio valle.
Coronaban las colinas de la derecha y de la izquierda hermosos bosques señoriales, con árboles antiquísimos y poblados de caza excelente. Algunas veces se abatían allí águilas soberbias, y esos pájaros errantes, que raramente se aventuran en países demasiados poblados para su azorada independencia, encontraban en aquella selva secular asilo seguro, como si reconocieran en ella alguna rama que en otros tiempos les acogiera durante sus excursiones sin rumbo.
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Publicado el 18 de mayo de 2016 por Edu Robsy.
La idea principal de este ensayo es observar los comportamientos que tiene el ser humano y el cómo maneja esta fuerte emoción a los demás.
¿Qué es el amor?
El amor es el vínculo de afecto que nace de la valoración del otro e inspira el deseo de su bien. Puede verse como un valor o como una propiedad de las relaciones humanas. Pero el amor no es solo el afecto a una pareja, también puede ser el amor a un objeto o animal, pero en este mentó nos vamos a centrar a cuando la persona comparte esa emoción a alguien más, como un amigo.
Porque los seres humanos confunden lo que sienten o porque no son sinceros a lo que quieren, porque los jóvenes de esta época juegan tanto con esta palabra o bueno, porque dicen amar a alguien cuando en realidad lo hace, acaso es para su propio veneficio, el solo querer sexo tal vez los confunde o solo es una excusa, o porque la infidelidad en el matrimonio, se supone que cuando uno se casa con alguien es porque la ama y quiere un futuro con ella y no viviría sin ella.
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Publicado el 14 de mayo de 2023 por María Carreño.
Solo esto, de todo, quedará.
Arrojaron los dados, y vivieron.
Parte de lo que juegan, ganarán
Pero el oro del dado lo perdieron.
Los dos hombres descendían el repecho de la ribera del río cojeando penosamente, y en una ocasión el que iba a la cabeza se tambaleó sobre las abruptas rocas. Estaban débiles y fatigados y en su rostro se leía la paciencia que nace de una larga serie de penalidades. Iban cargados con pesados fardos de mantas atados con correajes a los hombros y que contribuían a sostener las tiras de cuero que les atravesaban la frente. Los dos llevaban rifle. Caminaban encorvados, con los hombros hacia delante, la cabeza más destacada todavía, y la vista clavada en el suelo.
—Ojalá tuviéramos aquí dos de esos cartuchos que hay en el escondrijo —dijo el segundo.
Hablaba con voz monótona y totalmente carente de expresión. Su tono no revelaba el menor entusiasmo y el que abría la marcha, cojeando y chapoteando en la corriente lechosa que espumeaba sobre las rocas, no se dignó responder. El otro lo seguía pegado a sus talones. No se detuvieron a quitarse los mocasines ni los calcetines, aunque el agua estaba tan fría como el hielo, tan fría que lastimaba los tobillos y entumecía los pies. En algunos lugares batía con fuerza contra sus rodillas y les hacía tambalearse hasta que conseguían recuperar el equilibrio.
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Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.
La escena pasa en nuestros días.
Salón elegantemente amueblado; puerta al fondo.
ELLA esperaba; ÉL entra.
ELLA.
Vino el caballero a punto.
ÉL.
Venir a punto era fuerza.
A caballeros las damas
Nos obligan, cuando ruegan.
ELLA.
Envidiáraos por cortés
La vieja corte francesa;
Pero ésa es prenda del hombre,
Y aunque es necesaria prenda,
En el asunto a que os llamo
He menester al poeta.
ÉL.
Pues qué, ¿poeta y hombre acaso
Serán dos cosas diversas?
¡Con nacer y con amar
Cuánta poesía está hecha!
ELLA.
(Con interés mal disimulado.) ¡Qué, amáis!
ÉL.
(Con intención.) ¡Sí, amo!
ELLA.
(Abandonando precipitadamente la idea.) Dejad
Inoportunas querellas
Que os distraerían
ÉL.
Y ¿a vos
No?
ELLA.
(Sonriendo.) Tal vez me distrajeran.
Es ello que necesito
Para hoy mismo una comedia.
ÉL.
Comedia, ¿y para hoy?... ¿Qué, acaso
Fénix renace el gran Vega,
O de los dos Calderones
Ha vuelto alguno a la tierra?
¿Y el enredo? ¿Y la enseñanza?
¿Y aquellas galas poéticas,
Blonda sutil del lenguaje
Que lo borda y hermosea?
ELLA.
No os pido cosa tan alta:
Quiero una obrilla modesta,
Juguete, ensayo, proverbio...
ÉL.
¡Facilidad como ella!
Dominio público
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Publicado el 1 de enero de 2019 por Edu Robsy.
EL CONDE OTAVIO.
CÉSAR.
EL CONDE FABRICIO, padre de Fénis.
EL VIREY DE NÁPOLES.
JULIO.
LEONARDO.
UN CAPITAN.
CELIA.
LISENA.
FÉNIS.
FLORA, criada.
TOMÉ, criado.
ALBANO, criado.
CELIA Y LISENA, damas.
Cel.
Escribióme que partia,
Ya no es posible tardar.
Lis.
Lo que tanto ha de durar
¿Sientes esperar un dia?
Cel.
No es la pena que resisto
Amor en todo rigor,
Porque nadie tiene amor
Á las cosas que no ha visto.
Lis.
Engéndrase amor del ver,
Tambien del imaginar,
Y quien se piensa casar
Ya sabe que ha de querer.
Cel.
Deseos de ver me dan
Si á la verdad corresponde,
Como me han pintado al Conde
Tan gentil hombre y galan.
Lis.
¿Quién duda que será ansí
Y que no te han engañado?
Cel.
Sin los ojos me he casado,
Quejosos están de mí,
Que por no tener enojos
Con lo que se ha de querer,
Les da el alma su poder
En causa propia á los ojos;
Que ellos los primeros son
En tanto que el bien se alcanza,
Los que van con la esperanza
Á tomar la posesion;
Mas cuando no me contente,
Yo te aseguro de ser,
Sólo en mudarme mujer,
Y no suya eternamente.
Lis.
La dicha, Celia, no estriba,
De una mujer, en que sea
Lindo el hombre en quien se emplea
Para que contenta viva;
Un discreto entendimiento
Y una dulce condicion,
Partes principales son
De un dichoso casamiento;
Ruega que las tenga el dueño
Que esperas, para que seas
Dichosa si en él te empleas.
Dominio público
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Publicado el 19 de junio de 2018 por Edu Robsy.
Aquella noche que habíamos comido en el club, y a pesar de que los dos no más ocupábamos una pequeña mesa en uno de los ángulos del comedor, la conversación era tan interesante, y la sobremesa tanto se había prolongado, que largo tiempo transcurrió sin que pensáramos en levantarnos.
Yo escuchaba atentamente al conde, en una especie de abstracción, hasta que me hicieron volver en mí once campanadas que lentamente sonaron en el gran reloj de aquel salón.
Levanté la cara y miré en derredor. ¡Qué aspecto más triste y más extraño presenta el comedor de un club o de un hotel, cuando se han retirado ya los últimos concurrentes y a nadie se espera!
Algunos criados conversaban en voz baja en uno de los extremos. Uno que otro, pasaba registrando las mesas, como buscando alguna cosa olvidada. Asomaban por el fondo las cabezas de los cocineros, con el imprescindible gorro blanco.
El jefe del comedor hacía cuentas en una de las mesas, y tenía delante de sí un rimero de papeles.
Algunas luces se habían apagado, las sillas rodeaban aún las mesas, sobre las cuales quedaban las servilletas de los que habían comido, como haciendo el duelo a su soledad, y el silencio sustituía a la animación y al bullicio que reinaba pocas horas antes.
En la atmósfera parecían vagar los dichos agudos y las frases espirituales cruzadas entre los concurrentes, y creeríase que estas frases y esos dichos, como golondrina que se entra por casualidad en una habitación, volaban chocando contra los muros, azotando los techos con sus alas y resbalando por los rincones hasta encontrar una salida.
El conde me había contado aquella noche la historia de unos amores que le traían completamente preocupado; porque aquellos amores eran una especie de novela romántica y por entregas.
Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 429 visitas.
Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.
Casa de don PERLIMPLÍN. Paredes verdes con las sillas y muebles pintados en negro. Al fondo, un balcón por el que se verá el balcón de Belisa. PERLIMPLÍN viste casaca verde y peluca blanca llena de bucles. Marcolfa, criada, el clásico traje de rayas.
PERLIMPLÍN. ¿Sí?
MARCOLFA. Sí.
PERLIMPLÍN. Pero ¿por qué sí?
MARCOLFA. Pues porque sí.
PERLIMPLÍN. ¿Y si yo te dijera que no?
MARCOLFA. (Agria). ¿Qué no?
PERLIMPLÍN. No.
MARCOLFA. Dígame, señor mío, las causas de ese no.
PERLIMPLÍN. (Pausa). Dime tú, doméstica perseverante, las causas de ese sí.
MARCOLFA. Veinte y veinte son cuarenta…
PERLIMPLÍN. (Escuchando). Adelante.
MARCOLFA. Y diez cincuenta.
PERLIMPLÍN. Vamos.
MARCOLFA. Con cincuenta años ya no se es un niño.
PERLIMPLÍN. Claro.
MARCOLFA. Yo me puedo morir de un momento a otro.
PERLIMPLÍN. ¡Caramba!
MARCOLFA. (Llorando). ¿Y qué será de usted sólo en este mundo?
PERLIMPLÍN. ¿Qué sería?
MARCOLFA. Por eso tiene que casarse.
PERLIMPLÍN. (Distraído). ¿Sí?
MARCOLFA. (Enérgica). Sí.
PERLIMPLÍN. (Angustiado). Pero Marcolfa… ¿por qué sí? Cuando yo era niño una mujer estranguló a su esposo. Era zapatero. No se me olvida. Siempre he pensado no casarme. Yo con mis libros tengo bastante. ¿De qué me va a servir?
MARCOLFA. El matrimonio tiene grandes encantos, mi señor. No es lo que se ve por fuera. Está lleno de cosas ocultas. Cosas que no está bien que sean dichas por una servidora… Ya se ve…
PERLIMPLÍN. ¿Qué?
MARCOLFA. Me he puesto colorada.
(Pausa. Se oye un piano).
UNA VOZ. (Dentro, cantando).
Leer / Descargar texto 'Amor de Don Perlimplín con Belisa en su Jardín'
Dominio público
15 págs. / 27 minutos / 1.380 visitas.
Publicado el 21 de marzo de 2018 por Edu Robsy.
Crónica de la época del virrey «brazo de plata»
(A Juana Manuela Gorriti.)
Juzgamos conveniente alterar los nombres de los principales personajes de esta tradición, pecado venial que hemos cometido en La emplazada y alguna otra. Poco significan los nombres si se cuida de no falsear la verdad histórica; y bien barruntará el lector qué razón, y muy poderosa, habremos tenido para desbautizar prójimos.
En agosto de 1690 hizo su entrada en Lima el excelentísimo señor don Melchor Portocarrero Lazo de la Vega, conde de la Monclova, comendador de Zarza en la Orden de Alcántara y vigésimo tercio virrey del Perú por su majestad don Carlos II. Además de su hija doña Josefa, y de su familia y servidumbre, acompañábanlo desde México, de cuyo gobierno fué trasladado a estos reinos, algunos soldados españoles. Distinguíase entre ellos, por su bizarro y marcial aspecto, don Fernando de Vergara, hijodalgo extremeño, capitán de gentileshombres lanzas; y contábase de él que entre las bellezas mexicanas no había dejado la reputación austera de monje benedictino. Pendenciero, jugador y amante de dar guerra a las mujeres, era más que difícil hacerlo sentar la cabeza; y el virrey, que le profesaba paternal afecto, se propuso en Lima casarlo de su mano, por ver si resultaba verdad aquello de estado muda costumbres.
Dominio público
5 págs. / 10 minutos / 1.082 visitas.
Publicado el 19 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.
Se llamaba Ricardo. Contaba apenas siete años. Tenía los ojos azules y el rostro pálido. Sus cabellos negros, crespos y lustrosos flotaban sobre sus sienes y su cuello en hermosos rizos. Era imposible verle sin acariciarle ni oírle hablar sin sonreír y sin amarle.
Su madre, tipo de bondad y de dulzura, le llamaba siempre cuando, al brillar los últimos resplandores de la tarde, correteaba con los niños de la vecindad en el patio de su casa:
—¡Ricardo!
—Mamá, respondía desde lejos una voz límpida y plateada.
Los tristes sones del Ave María se desprendían en ese instante de las torres de la ciudad, y la ciudad enmudecía.
—Ven a rezar la oración.
Y el niño obediente venía con las mejillas sonrosadas, jadeante, con los cabellos desarreglados y el vestido descompuesto a arrodillarse a los pies de la que le llamaba.
Su fisonomía tomaba en ese instante una expresión indescriptible. Olvidado completamente del juego y de sus compañeros, con el rostro, iluminado, con los ojos levantados y fijos en los de su madre, parecía absorto en la oración. Sus labios murmuraban el rezo lentamente como si pensara lo que decía y como si hubiera sentido lo que pensaba.
Ella le tendía la mano. Él la besaba con efusión, aunque precipitadamente, y salía corriendo.
El padre de Ricardo era un rico negociante italiano. Establecido en América hacía muchos años, se había casado en Lima por amor, y aunque se creía dichoso, recordaba siempre el cielo de su patria con pesar y con profunda melancolía.
¡Adorable capricho de la naturaleza! los hermosos ojos del hijo tenían la expresión tierna y dolorosa de ese sentimiento del padre y el azul límpido y sereno del cielo cuyo recuerdo le entristecía.
Dominio público
8 págs. / 14 minutos / 146 visitas.
Publicado el 4 de octubre de 2020 por Edu Robsy.