I
La Muerte, que tiene llave de todas las casas, y sede en todos los
pueblos, no gustaba, al parecer, de San Andrés, la aldea que está al sur
de Pisco. Cuando por allí pasaba, era entre una y otra cosecha, y no se
hospedaba más de una noche, que después nadie oía hablar de ella. Así,
en la aldea de pescadores, morían los viejos longevos, mansamente, como
suelen quedarse, a veces dormidos bajo las higueras. Miedo tenía la
taimada de entrar en el pueblo, pues no hacía su industria porque a la
puerta de cada choza duerme siempre una tortuga, y es sabido que la
muerte para vencer a una tortuga ha de menester más de un siglo.
Pero no pudiendo vivir en la aldea, establecióse en las peñas del
"Boquerón", que es una punta de tierra terminada en rocas dentro de la
mar. Allí, donde las aguas se arremolinan con violencia, hay una
corriente impetuosa; y allí, en la roca del centro, está siempre
sentada, con su guadaña filuda y estivando los botes que pasan, con
malicia e impaciencia de pescador. Y así acaece que cuando "la paraca"
lleva por su dominio alguna frágil navecilla, la Intrusa, que está
alerta, ¡zas! le tira la guadaña, sumerge la embarcación y pesca de
golpe, cinco o seis vidas. Por eso sus hazañas están unidas al recuerdo
de "la paraca", aquel viento trágico del sur, durante el cual no salen
al mar los pescadores. Sacan sus botes sobre la arena de la orilla, y
alineados esperan que pase el viento; y si hay algunos en el mar, los
parientes y amigos aguardan inquietos el retomo, las viejas rezan, y los
muchachos abren tremendos ojos buscando en el horizonte el volar de las
velas triangulares y blancas como alas.
Leer / Descargar texto 'La Paraca'