Textos más populares este mes de Abraham Valdelomar disponibles | pág. 3

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autor: Abraham Valdelomar textos disponibles


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El Buque Negro

Abraham Valdelomar


Cuento


I

Nuestra casa en Pisco, era un rincón delicioso: a una cuadra del mar, con una valla de toñuces por oriente, en una plazuela destartalada y salitrosa, desde la puerta se veía pasar el convoy que iba a Ica. Iba adelante de la enorme locomotora pujante, arrojando bocanadas de humo espeso y negruzco, le seguían los carros "de primera clase", luego los de segunda y por fin las bodegas, en las que iba el pescado cogido la víspera en la ribera. Teníamos dentro un jardín que protegía una higuerilla sembrada por mi hermano Roberto. Medraban a su sombra violetas raquíticas, buenas tardes olorosas, malvas y resedas. Junto al tronco gris de la higuerilla el pozo abrió su boca negra y peligrosa y en los bordes crecían trigos y maíces abandonados a su propia cuenta. Un pallar, de enormes hojas verdes y blanquecinas se enredaba con delicadeza en el enrejado que limitaba el jardinillo. Sobre la quincha que marcaba el fin de nuestro jardín y colindaba con el vecino, se habla recostado con gran desenfado un ñorbo en cuyos oscuros enramajes hacían nido los gorriones. Al fondo había pozas donde cada uno de nosotros, por consejo y bajo la dirección de mi padre, sembrábamos y teníamos la responsabilidad de la cosecha. A Roberto, el mayor, que hoy es casado, le placía sembrar algodón para llevarlo a Ica y con sus blancas madejas limpiar el rostro sudoroso del Señor de Luren; a Rosa, la siguiente, gustábale simplemente coger las flores de todas las pozas; Anfiloquio placía de sembrar maíz que una vez cosechado, él mismo comíase; y a mí y a Jesús, mi hermana menor, nos encantaban las violetas y una higuera apenas crecida. Así mis padres nos enseñaron a sembrar la tierra, a pulir nuestras manos con el roce noble de los surcos; a conocer los misterios de la naturaleza y la bondad sublime de Dios Nuestro Señor y amar todo lo que es sencillo bueno, útil y bello.


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6 págs. / 12 minutos / 853 visitas.

Publicado el 1 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

La Paraca

Abraham Valdelomar


Cuento


I

La Muerte, que tiene llave de todas las casas, y sede en todos los pueblos, no gustaba, al parecer, de San Andrés, la aldea que está al sur de Pisco. Cuando por allí pasaba, era entre una y otra cosecha, y no se hospedaba más de una noche, que después nadie oía hablar de ella. Así, en la aldea de pescadores, morían los viejos longevos, mansamente, como suelen quedarse, a veces dormidos bajo las higueras. Miedo tenía la taimada de entrar en el pueblo, pues no hacía su industria porque a la puerta de cada choza duerme siempre una tortuga, y es sabido que la muerte para vencer a una tortuga ha de menester más de un siglo.

Pero no pudiendo vivir en la aldea, establecióse en las peñas del "Boquerón", que es una punta de tierra terminada en rocas dentro de la mar. Allí, donde las aguas se arremolinan con violencia, hay una corriente impetuosa; y allí, en la roca del centro, está siempre sentada, con su guadaña filuda y estivando los botes que pasan, con malicia e impaciencia de pescador. Y así acaece que cuando "la paraca" lleva por su dominio alguna frágil navecilla, la Intrusa, que está alerta, ¡zas! le tira la guadaña, sumerge la embarcación y pesca de golpe, cinco o seis vidas. Por eso sus hazañas están unidas al recuerdo de "la paraca", aquel viento trágico del sur, durante el cual no salen al mar los pescadores. Sacan sus botes sobre la arena de la orilla, y alineados esperan que pase el viento; y si hay algunos en el mar, los parientes y amigos aguardan inquietos el retomo, las viejas rezan, y los muchachos abren tremendos ojos buscando en el horizonte el volar de las velas triangulares y blancas como alas.


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8 págs. / 15 minutos / 498 visitas.

Publicado el 5 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

El Palacio de Hielo

Abraham Valdelomar


Cuento


I

–¿Quieres un cuento oriental en el que pasen caravanas de fetiches sedientos, caballeros en arqueados dromedarios hacia espejismos de plata líquida, o prefieres un cuento ruso de la Perspectiva Nevski o de las desiertas estepas. O la famosa leyenda del Palacio del Hielo o un amor inédito de Catalina II?...

Puedo contarte una escena florentina, un amor en góndola en Venecia, un motivo germano o un cuento turco. Si prefieres oirás una venganza de la vieja Bohemia, una crónica de Albión o una noche del Molino Rojo ilustrada con minués y colombinas.

Puedes ir en mi relato a los campos en flor de Niza, al tapete verde de Montecarlo o a un bosque de Pierre Loti con gheisas y guerreros, lotos, anémonas y crisantemos. Jardines con ciruelos rojos como labios de mujer y árboles, enguirnaldados en rosa. O te agrada la leyenda del rey de Ys, y los amores de Dahnt... ¿Grecia?. Te diré de los bosques de Hircania con afroditas y anadyomenas o será de Roma, el capitolio y los gladiadores de miradas glaucas y nervudos brazos.

Si quieres te contaré de Pompeya con sus frescos clásicos y enervantes, leyendas de Petronio, capiteles de Praxiteles, bajorrelieves eróticos de Fidias y versos sálmicos de Aristipo. Ya sabes tú que he bebido sangre de las vides de Chipre y del Rhin. Que he pensado a la sombra de la esfinge y he subido las escalinatas en mármol de los palacios egipcianos. He visto perderse las líneas del horizonte sobre la mar verde del Adriático y he subido los alpes nevados...

–Prefiero algo ruso, refinado y sangriento...

Y dije:

...fue en un Sahara de hielo. Una larga extensión de millares de leguas sin vegetación donde los hielos jamás se derretían, donde ni se veía salir, ni se ponía el sol. Una claridad velada anunciaba la hora máxima y el gruñir de osos y lobos hambrientos anunciaba la noche.


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3 págs. / 5 minutos / 585 visitas.

Publicado el 2 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

Los Hermanos Ayar

Abraham Valdelomar


Cuento


El gran aposento incaico era de piedra, finamente labrado, y sus grises paredes de sillería estaban decoradas por chapas de oro y nichos en forma de alacenas, en las cuales brillaban innumerables objetos de oro representando animales fantásticos, y vistosos huacos, hechos de arcilla, dibujados con variadas figuras mitológicas. Contenían unos, polvos de colores, illas o piedras bezoares que se crían en el vientre de los llamas, amuletos contra la melancolía, remedios infalibles contra los venenos y las enfermedades. Guardaban otros, cubiertos con transparentes velos, la chicha preparada por las doncellas nobles. Corría por lo alto de toda la pieza y resaltaba entre los sombríos muros y las gruesas vigas que apoyaban la pajiza techumbre una cornisa de oro en la que se veían esculpidas serpientes y cabezas de pumas. Frente a la gran puerta de entrada que, a manera de trapecio, tenía el dintel más estrecho que el umbral y de la cual pendía un tapiz de lana de vicuña con figuras de colores, se alzaba el trono de oro macizo, banquillo trabajado y repujado con primor, a manera de dragón, incrustado de piedras preciosas y puesto encima de una gradería elevada y de un estrado rectangular.

En los escalones del trono, y como indicio de que el noble acababa de levantarse, yacía descuidadamente un aterciopelado manto de pieles de murciélago.

Un indio, vestido con el resplandeciente cumbi y las tornasoladas plumas de la servidumbre imperial, quemaba en un rincón de la pieza maderas fragantes y hierbas aromáticas en ancho brasero de plata que representaba monstruos marinos. Cubría las recias y cuadradas losas del pavimento una alfombra finísima hecha de pelo de alpaca.


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16 págs. / 28 minutos / 335 visitas.

Publicado el 7 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

Breve Historia Veraz de un Pericote

Abraham Valdelomar


Cuento


Que concreta en la siguiente carta al protagonista.


Muy estimado amigo:

Anoche, tres de abril de mil novecientos dieciocho, a las nueve y diez —supongo que esta fecha sea inolvidable para usted (el hecho de haberle a Ud. salvado la vida no me autoriza a hablarle de tú)— anoche, digo, por uno de esos motivos que no tiene explicación, vi a Ud. que en el fondo de la tina vacía, debatíase desesperadamente, sin poder salir. Estaba oscuro. Ud. había caído, por una inexperiencia juvenil, en aquel espacio y allí habría Ud. perecido. Yo no tenía nada que hacer en el baño. Fumaba, en mi escritorio pensando en cosas tan inconsistentes como el humo de mi cigarrillo. De pronto me levanto violentamente, voy al baño, enciendo un fósforo y veo a Ud. recorriendo, nervioso y despavorido, el fondo húmedo de la tina. El caño mal cerrado, dejaba caer con desgana, una columna de agua. Parecía la arteria de un colosal Petronio desangrándose en el baño. Tuve el impulso de abrirlo, llenar de agua la tina y ahogarlo a usted.

Ud. me miró, debe usted recordarlo, porque en su mirada inteligente parecía concretarse su alma llena de angustia brillante, llena de urgente invocación. Sólo entonces pude apreciar su estatura. Era Ud. joven como yo. Comprendí su dolor. En su mirada comprendí que me hablaba usted de su madre, de su rinconcillo obscuro y húmedo en el fondo del parquet, de su vida en flor. Si usted joven, después de verme, hubiera intentado la fuga imposible, yo le habría matado, tal vez. Pero usted al verme, se detuvo, sin tener la presunción de buscar una huida necia y puso usted en mí toda su esperanza. "Tú me puedes salvar o matar. Tengo madre. Te ruego que me salves". Así decían sus ojos, querido amigo mío.

Yo lo comprendí. ¡Qué bueno es que le comprendan a uno en la mirada! Yo no soy tan feliz como Ud., pericotito de mi corazón.


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1 pág. / 2 minutos / 284 visitas.

Publicado el 1 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

La Virgen de Cera

Abraham Valdelomar


Cuento


(Narración Irlandesa)


Para el Dr. Castro Rojas

I

–El rey...

–¡Siempre cuentos reales!...

–Los reyes son los espléndidos y los generosos. En sus cabezas triunfa el oro cincelado y en sus tronos ríen piedras de África. Ellos hacen magníficas nuestras narraciones. Tienen joyas, mujeres y esclavos. Favoritas del Cairo y lechos de mármol rosa. Ellos compran los cantos a los trovadores sentimentales y las graves máximas a los filósofos; la honorabilidad a los gentiles-hombres, la discreción a las damas y la fina condescendencia a los caballeros.

¡Hablemos de los reyes! Ellos hacen espléndidas nuestras narraciones y llenan de pompa nuestros pensamientos. ¡El oro y los reyes!

...La villa de la señorita Indrah estaba envuelta en una atmósfera de superstición. No había en la aldea quien hubiera atravesado las verjas de los jardines ni el misterio de los aposentos. Unos decían ver salir a la dueña, de noche, rodeada de enormes vampiros que la tenían esclava, y a los que alimentaba con su sangre. Otros decían que robaba los niños de las aldeas para beber su sangre fresca y otros decían verla huir de noche, hacia los bosques de las comarcas vecinas.

Una vez corrió la voz en la aldea de que un peregrino que había llegado a las rejas del castillo vio llorando a la Indrah, tras de unos setos. Más tarde llegó a decirse que la enigmática señorita había salido de noche en procesión por las calles del pueblo; el miedo sobrecogió a los sencillos aldeanos, y, como nadie volvió a salir de noche, las procesiones se multiplicaron.


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5 págs. / 9 minutos / 331 visitas.

Publicado el 5 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

Los Ojos de los Reyes

Abraham Valdelomar


Cuento


Donde se ve cómo la mujer induce al Amor y cómo éste puede nublar la clara razón de los más esforzados Capitanes. Y que no se debe luchar contra el designio inexorable de los Dioses.


A mi excelente amigo el señor José S.
Patroni, con viva simpatía


El Castillo de Majta Sumaj, en Yucay, se elevaba sobre un montículo, a unos pasos del río. Ancha muralla de granito defendíalo, formando círculo alrededor de su base. Larga escalinata de piedra daba cómodo acceso al edificio, en cuyas puertas los soldados vigilaban, severos los rostros, y en las manos fuertes, mazas con agudas puntas de piedra y de cobre. En una habitación alta, por cuya estrecha y trapezoidal ventana veíase el valle feraz, había una docena de huallauizas, soldados sin graduación, cuyas armas consistían en flechas de dardos emponzoñados. Fuera de los muros el valle extendíase, verde y oleoso, hasta ascender en las faldas de los cerros morados. Por las tardes, cuando el sol empezaba a declinar, mucho antes de que comenzaran las plegarias del pueblo, gustaba a Sumaj Majta contemplar el campo desde la elevada terraza de su palacio. Placíale ver ondeando la brisa, las enormes hojas frágiles y rumorosas de sus maizales pródigos, mientras las aves cantaban. Y entonces llamaba al arabeju familiar y se hacía recitar leyendas de los primeros Emperadores.


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10 págs. / 18 minutos / 183 visitas.

Publicado el 7 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

El Beso de Evans

Abraham Valdelomar


Cuento


(Cuento cinematográfico)

I

8 de agosto - 12 m.


–Alice... A...li...ce...

Los médicos acercan un espejo a sus labios. La soeur coloca en su pecho un pálido Cristo de marfil. El doctor Barcet abandona el pulso del enfermo. Evans Villard ha dejado de ser...

II

Había sido un hombre a la moda. Durante mucho tiempo, desde que su viaje a la India lo consagró como hombre de buen gusto, sus libros corrieron por las cinco partes del mundo. Después todos fueron triunfos. Medalla en la academia. Traducción de sus libros. Legión de honor. Reemplazó a Mr. Salvat en la primera columna de L'Echo. Fue en la embajada de El Cairo. Exquisito gusto, admirable cultura, irreprochable elegancia, ciertas óptimas condiciones orgánicas naturales, parisiense, apasionado, con un bigote discreto, Villard lo fue todo. En el Jockey Club, en el Casino, en los cabarets, en los bailes, la misma respuesta decidía el éxito del buen tono:

–¡Va a venir Evans Villard!...


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Publicado el 1 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

Chaymanta Huayñuy

Abraham Valdelomar


Cuento


Donde se explica cómo el amor puede conducir al pecado; cómo la mujer incita al amor; cuánta tragedia existe en dos cuencas vacías y cuán noble es el Dolor aún en los más caídos. Y por qué no debe lucharse contra la palabra y el designio inexorable de los dioses.


Por la falda del cerro, bajo un moribundo cielo gris, al lado del abismo donde el río se debate, extiende su curva el gran camino del reino. Abajo, el valle exuberante pugna por ascender, y la policromía de los Andes floridos ciñe la morada solidez del cerro. Un viento de presagio, tempestuoso y frío, doblega los retoños del valle en oleadas viscosas. Los dos cerros se unen en el norte y sus faldas se juntan para dar paso al camino. Por aquel gran camino, que atraviesa abras y cimas, que bordea montes y que circunda valles, bajo la sombra amena y fresca de los molles, se va desde el Cuzco hasta Quito, donde los Scyris dominan aún. Aqueste camino recorre los más ricos y poderosos estados. Va a Huánuco, la ciudad de piedra, y atraviesa los encantados lagos. Sigue hasta Cajamarca, el fecundo valle predilecto de los Incas, cuando van a visitar el reino; desciende un poco y desde él se mira las portentosas maravillas del Chimú, luego va a perderse en las calurosas tierras del Norte, donde las mujeres son hermosas y esbeltas y tienen cutis blancos. Los mejores tambos están a su paso. Y las casas de reposo de los Incas, con sus adoratorios y sus fuentes tibias. Y en él se cruzan los chasquis y los pastores. Por él desfilaban de tiempo en tiempo, entristecidos y graves, los grandes pueblos mitimaes. Sobre su plana superficie los numerosos grupos de llamas desfilaron muchas veces y detrás de ellos el pastor taciturno y melancólico. Puentes de mimbre lo cruzan de trecho en trecho, y bajo el leve tejido, los ríos rugen amenazadoramente. Aqueste camino sale desde la Intipampa de la Ciudad Sagrada y termina en los alrededores de Quito.


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8 págs. / 14 minutos / 418 visitas.

Publicado el 1 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

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