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autor: Abraham Valdelomar editor: Edu Robsy textos disponibles


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Almas prestadas. Heliodoro, el reloj, mi nuevo amigo

Abraham Valdelomar


Cuento


El señor Emilio Hilbck;

A la señora Josefa Navarrete de Hilbck;


Amigos muy distinguidos y cordiales:

El reloj en el cual quisísteis fijar la hora, para mí inolvidable y encantadora, en que nuestras almas se comprendieron, está conmigo. Ya me ha visto llorar: ya es mi amigo íntimo. Ha marcado ya las horas de mis breves, hondas, mudas y frías tragedias cotidianas: ya lo sabe todo. Es la Hostia de Eternidad —¿no es acaso como una hostia que marcara el viaje de la Vida por el Espacio y por el Tiempo?— Esta hostia de Eternidad, esta especie de oblea de Infinito, esta moneda filosófica que ponéis en mis manos para que me acompañe en la peregrinación de la tierra de igual manera que los egipcios ponían una moneda en las manos de sus seres queridos, al despedirse de la vida para que los acompañara en el viaje misterioso; este corazón, chato, cincelado y de oro que tiene sobre nuestros corazones la gran ventaja de que para hacerlo latir basta con darle cuerda; este reloj, esta pulsera y cincelada joya que me habéis obsequiado, este ser delicado, elegante, armonioso cuyo ritmo es perfecto y cuyos dos brazos que giran, se abren y se cierran, se distancian y se juntan, parecen, al ponerse horizontalmente, que nos llaman con los brazos abiertos; cuando éstos se juntan en las XII, ¿no parece, distinguida y esbelta señora y altísimo amigo, que se juntaran en una oración, como si rezaran por la vida? ¿Y cuando caen, formando ángulo hacia abajo, que lloraran, con los brazos caídos, alguna terrible desilusión? El reloj es como un hombre, amigos míos y señores; algo más, es como un hombre inteligente, discreto, muy elegante, muy laborioso, que trabaja en la tarea más elevada y más llena de filosofía:

...tac-tac... tac-tac... tac-tac...


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2 págs. / 3 minutos / 322 visitas.

Publicado el 1 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

La Paraca

Abraham Valdelomar


Cuento


I

La Muerte, que tiene llave de todas las casas, y sede en todos los pueblos, no gustaba, al parecer, de San Andrés, la aldea que está al sur de Pisco. Cuando por allí pasaba, era entre una y otra cosecha, y no se hospedaba más de una noche, que después nadie oía hablar de ella. Así, en la aldea de pescadores, morían los viejos longevos, mansamente, como suelen quedarse, a veces dormidos bajo las higueras. Miedo tenía la taimada de entrar en el pueblo, pues no hacía su industria porque a la puerta de cada choza duerme siempre una tortuga, y es sabido que la muerte para vencer a una tortuga ha de menester más de un siglo.

Pero no pudiendo vivir en la aldea, establecióse en las peñas del "Boquerón", que es una punta de tierra terminada en rocas dentro de la mar. Allí, donde las aguas se arremolinan con violencia, hay una corriente impetuosa; y allí, en la roca del centro, está siempre sentada, con su guadaña filuda y estivando los botes que pasan, con malicia e impaciencia de pescador. Y así acaece que cuando "la paraca" lleva por su dominio alguna frágil navecilla, la Intrusa, que está alerta, ¡zas! le tira la guadaña, sumerge la embarcación y pesca de golpe, cinco o seis vidas. Por eso sus hazañas están unidas al recuerdo de "la paraca", aquel viento trágico del sur, durante el cual no salen al mar los pescadores. Sacan sus botes sobre la arena de la orilla, y alineados esperan que pase el viento; y si hay algunos en el mar, los parientes y amigos aguardan inquietos el retomo, las viejas rezan, y los muchachos abren tremendos ojos buscando en el horizonte el volar de las velas triangulares y blancas como alas.


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8 págs. / 15 minutos / 448 visitas.

Publicado el 5 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

El Camino Hacia el Sol

Abraham Valdelomar


Cuento


Se ve al final de esta leyenda señorear sobre las momias sepultas la serenidad; e intervienen en su desarrollo, cosas inefables e infinitas: la Fe, el Amor, el Mar, el Crepúsculo y la Muerte dueña y señora de todo lo que existe y anima.

I

Cuando Sumaj, con esa reposada placidez que da el descanso de una labor tenaz, cantando un airecillo dulce volvía a la ciudad, desde la tierra que le fuera acordada para su matrimonio con Inquill; declinaba el Sol. Cruzábase en el camino a cada instante con los labradores que, como él, tomaban de la faena agreste, apartábanse un poco, inclinaban la cabeza, y decíanle en tono respetuoso:

–Viracochay...

Así llegó a la ciudad y a la calle del Oro que descendiendo, estrecha y recta, iba a terminar en la plaza del Sol. Desde allí se dominaba la población, y Sumaj pudo ver un espectáculo inusitado en el Imperio. Una muchedumbre, en la cual distinguía trajes de todos los linajes, invadía la Intipampa. Algo grave debía ocurrir. Apuró el paso, y al desembocar en la plaza un clamor se elevó en todos los labios y todos los ojos se fijaron en la calle del Norte, donde apareció la figura de un chasqui, que avanzaba de prisa.

–¡Otro Chasqui! ¡Otro Chasqui!


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16 págs. / 29 minutos / 410 visitas.

Publicado el 1 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

Chaymanta Huayñuy

Abraham Valdelomar


Cuento


Donde se explica cómo el amor puede conducir al pecado; cómo la mujer incita al amor; cuánta tragedia existe en dos cuencas vacías y cuán noble es el Dolor aún en los más caídos. Y por qué no debe lucharse contra la palabra y el designio inexorable de los dioses.


Por la falda del cerro, bajo un moribundo cielo gris, al lado del abismo donde el río se debate, extiende su curva el gran camino del reino. Abajo, el valle exuberante pugna por ascender, y la policromía de los Andes floridos ciñe la morada solidez del cerro. Un viento de presagio, tempestuoso y frío, doblega los retoños del valle en oleadas viscosas. Los dos cerros se unen en el norte y sus faldas se juntan para dar paso al camino. Por aquel gran camino, que atraviesa abras y cimas, que bordea montes y que circunda valles, bajo la sombra amena y fresca de los molles, se va desde el Cuzco hasta Quito, donde los Scyris dominan aún. Aqueste camino recorre los más ricos y poderosos estados. Va a Huánuco, la ciudad de piedra, y atraviesa los encantados lagos. Sigue hasta Cajamarca, el fecundo valle predilecto de los Incas, cuando van a visitar el reino; desciende un poco y desde él se mira las portentosas maravillas del Chimú, luego va a perderse en las calurosas tierras del Norte, donde las mujeres son hermosas y esbeltas y tienen cutis blancos. Los mejores tambos están a su paso. Y las casas de reposo de los Incas, con sus adoratorios y sus fuentes tibias. Y en él se cruzan los chasquis y los pastores. Por él desfilaban de tiempo en tiempo, entristecidos y graves, los grandes pueblos mitimaes. Sobre su plana superficie los numerosos grupos de llamas desfilaron muchas veces y detrás de ellos el pastor taciturno y melancólico. Puentes de mimbre lo cruzan de trecho en trecho, y bajo el leve tejido, los ríos rugen amenazadoramente. Aqueste camino sale desde la Intipampa de la Ciudad Sagrada y termina en los alrededores de Quito.


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8 págs. / 14 minutos / 398 visitas.

Publicado el 1 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

La Ciudad Muerta

Abraham Valdelomar


Cuento, novela corta


Dedicatoria

A don Juan Bautista de Lavalle, enamorado de las glorias viejas, intérprete de los lienzos antiguos, admirador religioso de todo lo que el tiempo ha deshojado y ha tornado triste y marchito, dedico estas páginas escritas sobre una ciudad de ruinas. Sea bondadoso con ellas.


A. V.

Le passé...

Le passé, c’est un second coeur qui bat en nous…
Il bat. Quand le silence en nous se fait plus fort
cette pulsation mystérieuse est là
qui continue… Et quand on rêve il bat encor,
et quand on souffre il bat, et quand on aime il bat…
Toujours ! C’est un prolongement de notre vie…

Henry Bataille

I. En el Ática

sobre el mar de Río de Janeiro,
Brasil, febrero 12 de 1911.


Adorable Francy:

Todavía me arrepiento de haber dejado bajar a tierra a ese hombre, pero le echo la culpa a la luna. Es ella la cómplice de todos los crímenes y, en muchos casos, la instigadora. Esté usted segura, mi adorable Francinette, que cuando ella tiene esas notas de luz casi verdes como si se copiara a través de una falsa esmeralda, algo extraño está pasando sobre la tierra. Yo soy médico y he podido observar el efecto de esas nubes de luna en esos enfermos de locura y en los alucinados, en los criminales, en los neuróticos, en los artistas. En los artistas sobre todo.


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28 págs. / 49 minutos / 311 visitas.

Publicado el 7 de septiembre de 2021 por Edu Robsy.

El Pastor y el Rebaño de Nieve

Abraham Valdelomar


Cuento


I

Era el reinado de Túpac Inca Yupanqui. Ritti-Kimiy, hermano del Inca, era uno de sus favoritos. Usaba flechas y armas iguales a las suyas y departía por las tardes con su noble hermano. Eran todos felices en el reino. Pacric había hecho conquistas para el Inca, había cogido animales rarísimos para sus salones y piedras preciosas para su llauto. Una tarde, los dos nobles hermanos miraban descender el Sol sobre la mar lejana, desde la terraza del palacio real. El cielo se vestía de un color rojo encendido que ardía sobre el mar.

Miraban atentamente cómo se hundía el Sol sin ocultarse tras de las nubes, lo cual era un feliz presagio para el Inca. Ya iba a ocultarse el astro. Una nubecilla dorada se acercó demasiado. El Inca palideció. Ahora se alejaba, y los nobles observaban presas de una excitación intensa y febril. Ya faltaban minutos, segundos, ahora...

–¡Por fin!

–¡La felicidad te espera!

–Contento y feliz estoy. Pídeme ahora lo que quieras y hoy te lo concederé...

–¿Me concederás, señor y hermano, lo que te pida hoy?...

–¡Te lo concederé! ¡Habla!

–Quiero ver a las vírgenes del Sol...

El Inca palideció. Aquello era una audacia sin límites. No había precedente de pedido semejante y al que se hubiera atrevido a formularlo lo habría hecho ahorcar en la plaza pública.

–No me has pedido riqueza, ni castillos, ni estados, ni haciendas, ni honores. No te has detenido a pedir un rebaño de oro ni una mujer de mis salas, ni uno de mis esclavos. ¿Por qué me pides aquello que nadie ha pedido nunca? ¿Por qué quieren ver tus ojos lo que no vieron jamás los humanos ojos? Pídeme lo que quieras. Tuyas son mis riquezas, mis esclavos, mis concubinas, mis armas y mis trajes, mis ovejas y mis rebaños. Pero no pidas, noble hermano, lo que no te he de conceder.


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2 págs. / 5 minutos / 314 visitas.

Publicado el 3 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

El Círculo de la Muerte

Abraham Valdelomar


Cuento


(Cuento yanqui)

I

Harry Black es riquísimo. Su cuñado es millonario y le dispensa una gran protección. Harry gasta el dinero de una manera alarmante. Una tarde en Harford City remató en diez mil dólares el archivo de cartas de una bailarina; y durante el tiempo que tiene convidados en su casa hace echar perfumes en las fuentes del jardín.

–Pero Harry, amigo mío, usted va a concluir pronto con su fortuna—, le reprochaba yo.

–La fortuna de mi cuñado es eterna. Descuide usted. No se concluirá nunca...

–¿Cómo? ¿Es socio de la Niágara Electric? ¿Su patrimonio corre a cargo del Estado?...

–¿Pero usted no sabe cómo se hizo millonario mi cuñado Richard?... Espere...

Hizo que el ayuda de cámara pusiese en el automatic una goma de The Merry Widow y empezó de esta manera:

–Los negocios del señor Kearchy marchaban mal. Kearchy, un hombre ingeniosísimo, era ante todo un yanqui. Acostumbrado a ver el mundo desde los edificios de cuarenta pisos de nuestro país, buscaba por encima de todo la resolución del problema de su redención pecunaria... A un sudamericano -y perdone usted mi franqueza, que es pecado de raza- se le habría ocurrido pedir un ministerio o un puesto en Europa. Una tarde, después de tomar un chop en un beer saloon de la Quinta Avenida, concibió una idea y se dirigió presuroso con ella donde Kracson, antiguo y sincero amigo suyo, que había llegado a poseer cerca de cien mil dólares en una negociación de cueros con sucursal en Boston y casa central en Wall Street.


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8 págs. / 14 minutos / 1.124 visitas.

Publicado el 3 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

El Beso de Evans

Abraham Valdelomar


Cuento


(Cuento cinematográfico)

I

8 de agosto - 12 m.


–Alice... A...li...ce...

Los médicos acercan un espejo a sus labios. La soeur coloca en su pecho un pálido Cristo de marfil. El doctor Barcet abandona el pulso del enfermo. Evans Villard ha dejado de ser...

II

Había sido un hombre a la moda. Durante mucho tiempo, desde que su viaje a la India lo consagró como hombre de buen gusto, sus libros corrieron por las cinco partes del mundo. Después todos fueron triunfos. Medalla en la academia. Traducción de sus libros. Legión de honor. Reemplazó a Mr. Salvat en la primera columna de L'Echo. Fue en la embajada de El Cairo. Exquisito gusto, admirable cultura, irreprochable elegancia, ciertas óptimas condiciones orgánicas naturales, parisiense, apasionado, con un bigote discreto, Villard lo fue todo. En el Jockey Club, en el Casino, en los cabarets, en los bailes, la misma respuesta decidía el éxito del buen tono:

–¡Va a venir Evans Villard!...


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8 págs. / 14 minutos / 651 visitas.

Publicado el 1 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

La Tragedia en una Redoma

Abraham Valdelomar


Cuento


(Cuento simiesco)


Bajo la luz roja del quinqué, hablaba yo con "Aquel" que vive dentro de mí, de esta manera:

–Necesito un cuento –le dije.

–Mi querido Valdelomar, –repuso "Aquel"– voy a relatarle el que he visto...

Tu hermano te trajo, desde la fecunda lejanía del Madre de Dios, junto con la tortuga "Cleopatra" de que te hablara el otro día, unas flechas de chonta, vistosos collares de huesecillos, ricos atavíos de las Tahís montañeses y además, un mono...

Yo no he tratado muy de cerca a los monos, de quienes solo tengo referencias por Rudyard Kipling, quien los agrupa bajo el mote despectivo y genérico de los "vanderloog". Si bien es cierto que creía todo lo que de ellos apunta el poeta inglés, jamás mi alma fue enturbiada por la más leve aversión a tan ágiles pre-hombres, ya que los monos no son en el fondo sino trogloditas retardados. El mono de hoy será el sabio de mañana, así como el catedrático de hoy no es sino el mono de ayer...

–Ja! Ja! Ja! –le interrumpí...

–Además –siguió diciendo "Aquel"– este mono pequeño y juguetón, parecía conducirse tan bien! Sus mayores audacias eran subírseme al hombro por el codo, coger con delicado gesto furtivo una aceituna a la hora del refectorio, trepar a los muebles, cazar moscas y mirarse en el espejo. Cosas inofensivas y muy humanas, como ves.


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Publicado el 5 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

La Ciudad de los Tísicos

Abraham Valdelomar


Novela corta, novela epistolar


I

El perfume

El recuerdo de aquella mujer está íntimamente ligado a esta historia. Era una de esas mujeres que sólo se encuentran una vez en la vida, que dejan tras de sí un agradable recuerdo y una misteriosa esperanza. Ésta parecía un dibujo de Gosé. Gosé es el caricaturista, como Boldini y La Gándara son los pintores de las grandes mujeres. No importa de dónde sean. Ellos son franceses en la forma, en el color, en la línea. Y Gosé es el único caricaturista de las mujeres; las niñas de Tourain son muy «bonitas», las de Fabiano, muy francesas, las de Gerbault, muy grotescas. Caran D’Ache pintaba a las oficinistas, Roubille pintaba a las descocadas y Sem a las célebres. Gosé, más filósofo o más frívolo —la frivolidad es una filosofía—, pintaba simplemente a las mujeres.

Ésta, la de mi historia, era uno de sus dibujos. Parecía una estampa litografiada en Múnich. Aquella esbeltez de talle, el cuello noble, rosado, surgiendo sobre el seno y bajo el cuello rubio y la elegantísima severidad de su vestido. La tarde lluviosa en que la vi, llevaba un traje ceñido de terciopelo negro, con dos rosas rojas en el pecho y otras dos en el sombrero negro de pieles. Parecía una silueta en tinta china brillante; tinta de los dragones de Hokusai y de las acuarelas de Utamaro. Una elegancia de terciopelo negro y rojo, porque su cara de piel de melocotón maduro no mostraba los ojos —¿negros, azules, ópalos?—, los ojos se perdían bajo el ala curva del sombrero. Pero la boca, la fresca boca, era de aquellas que no han nacido para la palabra sino para el gesto.


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54 págs. / 1 hora, 35 minutos / 403 visitas.

Publicado el 8 de septiembre de 2021 por Edu Robsy.

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