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autor: Abraham Valdelomar editor: Edu Robsy etiqueta: Cuento textos disponibles


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Chaymanta Huayñuy

Abraham Valdelomar


Cuento


Donde se explica cómo el amor puede conducir al pecado; cómo la mujer incita al amor; cuánta tragedia existe en dos cuencas vacías y cuán noble es el Dolor aún en los más caídos. Y por qué no debe lucharse contra la palabra y el designio inexorable de los dioses.


Por la falda del cerro, bajo un moribundo cielo gris, al lado del abismo donde el río se debate, extiende su curva el gran camino del reino. Abajo, el valle exuberante pugna por ascender, y la policromía de los Andes floridos ciñe la morada solidez del cerro. Un viento de presagio, tempestuoso y frío, doblega los retoños del valle en oleadas viscosas. Los dos cerros se unen en el norte y sus faldas se juntan para dar paso al camino. Por aquel gran camino, que atraviesa abras y cimas, que bordea montes y que circunda valles, bajo la sombra amena y fresca de los molles, se va desde el Cuzco hasta Quito, donde los Scyris dominan aún. Aqueste camino recorre los más ricos y poderosos estados. Va a Huánuco, la ciudad de piedra, y atraviesa los encantados lagos. Sigue hasta Cajamarca, el fecundo valle predilecto de los Incas, cuando van a visitar el reino; desciende un poco y desde él se mira las portentosas maravillas del Chimú, luego va a perderse en las calurosas tierras del Norte, donde las mujeres son hermosas y esbeltas y tienen cutis blancos. Los mejores tambos están a su paso. Y las casas de reposo de los Incas, con sus adoratorios y sus fuentes tibias. Y en él se cruzan los chasquis y los pastores. Por él desfilaban de tiempo en tiempo, entristecidos y graves, los grandes pueblos mitimaes. Sobre su plana superficie los numerosos grupos de llamas desfilaron muchas veces y detrás de ellos el pastor taciturno y melancólico. Puentes de mimbre lo cruzan de trecho en trecho, y bajo el leve tejido, los ríos rugen amenazadoramente. Aqueste camino sale desde la Intipampa de la Ciudad Sagrada y termina en los alrededores de Quito.


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8 págs. / 14 minutos / 384 visitas.

Publicado el 1 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

El Caballero Carmelo y Otros Cuentos

Abraham Valdelomar


Cuento


El caballero Carmelo

I

Un día, después del desayuno, cuando el sol empezaba a calentar, vimos aparecer, desde la reja, en el fondo de la plazoleta, un jinete en bellísimo caballo de paso, pañuelo al cuello que agitaba el viento, sanpedrano pellón de sedosa cabellera negra, y henchida alforja, que picaba espuelas en dirección a la casa.

Reconocímosle. Era el hermano mayor, que años corridos, volvía. Salimos atropelladamente gritando:

–¡Roberto, Roberto!

Entró el viajero al empedrado patio donde el ñorbo y la campanilla enredábanse en las columnas como venas en un brazo y descendió en los de todos nosotros. ¡Cómo se regocijaba mi madre! Tocábalo, acariciaba su tostada piel, encontrábalo viejo, triste, delgado. Con su ropa empolvada aún, Roberto recorría las habitaciones rodeados de nosotros; fue a su cuarto, pasó al comedor, vio los objetos que se habían comprado durante su ausencia, y llegó al jardín.

–¿Y la higuerilla? –dijo.

Buscaba entristecido aquel árbol cuya semilla sembrara él mismo antes de partir. Reímos todos:

–¡Bajo la higuerilla estás!…


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Dominio público
128 págs. / 3 horas, 44 minutos / 5.433 visitas.

Publicado el 12 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

El Pastor y el Rebaño de Nieve

Abraham Valdelomar


Cuento


I

Era el reinado de Túpac Inca Yupanqui. Ritti-Kimiy, hermano del Inca, era uno de sus favoritos. Usaba flechas y armas iguales a las suyas y departía por las tardes con su noble hermano. Eran todos felices en el reino. Pacric había hecho conquistas para el Inca, había cogido animales rarísimos para sus salones y piedras preciosas para su llauto. Una tarde, los dos nobles hermanos miraban descender el Sol sobre la mar lejana, desde la terraza del palacio real. El cielo se vestía de un color rojo encendido que ardía sobre el mar.

Miraban atentamente cómo se hundía el Sol sin ocultarse tras de las nubes, lo cual era un feliz presagio para el Inca. Ya iba a ocultarse el astro. Una nubecilla dorada se acercó demasiado. El Inca palideció. Ahora se alejaba, y los nobles observaban presas de una excitación intensa y febril. Ya faltaban minutos, segundos, ahora...

–¡Por fin!

–¡La felicidad te espera!

–Contento y feliz estoy. Pídeme ahora lo que quieras y hoy te lo concederé...

–¿Me concederás, señor y hermano, lo que te pida hoy?...

–¡Te lo concederé! ¡Habla!

–Quiero ver a las vírgenes del Sol...

El Inca palideció. Aquello era una audacia sin límites. No había precedente de pedido semejante y al que se hubiera atrevido a formularlo lo habría hecho ahorcar en la plaza pública.

–No me has pedido riqueza, ni castillos, ni estados, ni haciendas, ni honores. No te has detenido a pedir un rebaño de oro ni una mujer de mis salas, ni uno de mis esclavos. ¿Por qué me pides aquello que nadie ha pedido nunca? ¿Por qué quieren ver tus ojos lo que no vieron jamás los humanos ojos? Pídeme lo que quieras. Tuyas son mis riquezas, mis esclavos, mis concubinas, mis armas y mis trajes, mis ovejas y mis rebaños. Pero no pidas, noble hermano, lo que no te he de conceder.


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Dominio público
2 págs. / 5 minutos / 297 visitas.

Publicado el 3 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

Historia de una Vida Documentada y Trunca

Abraham Valdelomar


Cuento


Cómo se suicidó Garatúa

–¡Azar!, gritó la voz cavernosa del chino. Y su garra, tirante y ávida, enflaquecida por el opio y ciertos pecados orgánicos, echóse sobre el puñado de monedas. Allí, en la pomposa compañía de libras, soles, medios soles y billetes, fueron anónimos, casi vergonzantes, las dos últimas pesetas de Gerónimo.

Él no tuvo gesto alguno de indignación. Aceptaba serenamente la fuerza del Destino. Más que a probar fortuna, había ido a jugar para constatar su mala estrella. Era lo único que no había hecho en su vida: jugar. Iba a suicidarse y no quería realizar esta disposición desesperada sin haber buscado todos los caminos. Él había adulado -método eficacísimo-; él había sido desde inspector de colegio hasta cronista de periódico; había debido; había convidado; había sido orador político en las plazuelas y los clubs; había tenido amigos en todas partes, y sin embargo todo ello había tenido una sola coronación: el fracaso. Se suicidaba después de haber tocado todas las puertas. Antes de haber arrojado sus dos pesetas sobre el tapete, al presentarse ante Dios, con la venia del portero barbudo, Dios podría haber tenido que increparle, pero ahora cuando él se presentase ante el Gran Arquitecto, éste le preguntaría:

–¿Por qué te has suicidado?

–Porque todo me salía mal.

–¿Pero por qué no jugaste? Si hubieras jugado...

Pero ahora el del triángulo y la paloma no podría objetar. Gerónimo quería tener la satisfacción de verlo perplejo. Porque, ¿qué le podría decir Dios?


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11 págs. / 20 minutos / 155 visitas.

Publicado el 12 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

Finis Desolatrix Veritae

Abraham Valdelomar


Cuento


Cuando me incorporé tuve la sensación de haber sido animado por una corriente eléctrica. Mi esqueleto estaba intacto y podía mover los miembros sin dificultad, en el trágico paisaje. Sobre la estéril extensión nada acusaba a la vida. Todo lo que alguna vez fuera animado, todo lo que surgiera sobre la tierra por el raro soplo del germen, los edificios, los árboles, los hombres, las aguas, el ruido del mar, todo había concluido. Me encontraba sobre una yerma extensión despoblada. En el horizonte ilimitado y oscuro, nada se destacaba sobre el suelo. El Sol, como un foco enorme y amarillo, estaba inmóvil en el vasto confín, y ya sus rayos fríos no animaban la tierra. Enormes masas negras de nubes inmóviles encapotaban el cielo. A mi derredor había un gran hacinamiento de huesos y era dificultoso ver el suelo. De pronto sentí una vibración uniforme que agitaba todos los despojos. Como movidos por una corriente eléctrica intermitente, los huesos pugnaban por levantarse y volvían a caer sin movimiento, como desmayados. El tinte pálido del Sol, ya muerto, animaba cloróticamente aquella doliente visión.


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5 págs. / 9 minutos / 686 visitas.

Publicado el 3 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

Tres Senas, Dos Ases

Abraham Valdelomar


Cuento


A mi amigo Rafael Marquina

I

Dos amigos me fueron presentados esa noche bajo la luz violeta del Manhattan, en Nueva York: Archibald Scheefer e Irving Winder. Desde el primer instante, toda mi atención fue dedicada a Irving. Era un tipo de estudio. Bien sabéis cuán difícil es encontrar en un tipo caucásico una cara interesante. Siendo común encontrar en los tipos morenos espíritus pensativos, es raro hallarlos entre los hombres blancos. Sólo en los tipos que han nacido bajo el sol y se han criado en la perezosa molicie de los trópicos o en los arenales, se enseñorea un espíritu. Los climas fríos no dejan pensar a los hombres porque hacen trabajar demasiado a los músculos.

Sin embargo, Irving tenía un raro tipo pensativo. Me pareció tan desoladamente triste, que llegó a preocuparme y me propuse desentrañar el misterio de su tristeza, rompiendo la valla de su madurez. El mozo nos había servido manzanas. En el gran comedor, las mujeres ostentaban sus senos y sus amantes con discreción. Cruzábanse los garçons, oíase a menudo destapar el champagne y la música modelaba a media voz un turkey trot. Invité a almorzar a Irving para el día siguiente, en Coney Island. Iríamos en auto. Nos despedimos. En efecto, a la hora precisa el auto de Irving se detenía en el Wotham Hotel, y juntos con dirigirnos hacia Coney Island. Atravesamos las avenidas congestionadas, los edificios colosales huían a nuestro paso, y por fin, pasado el puente de Brooklyn, entramos en aquella maravillosa avenida de abetos que sombrean la asfaltada carretera que conduce a la playa infantil de Coney Island. Allí elegimos un hotel que da al mar, y en una especie de recodo conversamos largamente lo que os voy a referir.


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19 págs. / 33 minutos / 281 visitas.

Publicado el 8 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

La Ciudad Sentimental

Abraham Valdelomar


Cuento


Yo tengo miedo negro de las cosas;
las cosas en la noche tienen miedo.
Cuando voy por las calles, misteriosas
sombras no puedo atravesar, no puedo!

César A. Rodríguez


A Servando Gutiérrez: bienvenida.


Si yo os digo: anoche me han asaltado, me preguntaréis todos: ¿quién? A ninguno se le ocurrirá esta pregunta: ¿qué cosa? Porque no se concibe que a un hombre que va a media noche por la calle de Guadalupe, taciturno, con anteojos, rumiando una idea nueva y con un cigarrillo agonizante en los carnosos labios desencantados, le asalte una cosa, una idea, un recuerdo, un mal pensamiento. ¿Ha de asaltarte, necesariamente un bandido? No. Yo no temo a los bandidos salteadores de las calles de Lima porque no llevo nunca más dinero que ellos.

Temo a otros salteadores, a los que nos roban el precioso tesoro de las ideas. No conozco sino una diferenciación entre el Bien y el Mal; lo Perfecto y lo Imperfecto. Todo lo que hay en un cuerpo, en un organismo, en una idea o en un sentimiento, de bello, es el Bien; todo lo que hay de imperfecto es el Mal. por eso los más artistas son los más buenos. Los malos odian la Belleza.

El mal es poliforme. ¡Con cuántos trajes, con cuántos rostros, con cuántas cosas se disfraza! Es menester conocer el mal, saber cuáles y cuántas son sus trapacerías y los medios de que dispone, para evitarlo y vencerlo. Siempre el mal se ensaña en lo que más amamos, en lo más íntimo, en lo más bueno. Nuestro ángel tutelar nos ofrece siempre nuevas ideas, como una abuelita cariñosa nos ofrecía de niños un juguete o una fruta madura. Y allí está el mal para quitámosla.


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 205 visitas.

Publicado el 9 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

Chaymanta Huayñuy

Abraham Valdelomar


Cuento


I

Agonizaba el día. El Sol, circundado de nubes cenicientas, besaba el horizonte. Por el sendero del norte, que en la mañana recorriera, ágil y jovial, la comitiva, volvían ahora, taciturnos y graves, con su noble jefe a la cabeza, los soldados de Sumaj Majta. Chasca, desde el mismo peñón que dominaba el río, los vio acercarse. El príncipe descendió de su silla y se acercó al anciano guerrero:

–Sumaj Majta, ¿dónde está el puma que profanó los rebaños del Sol y en cuyo acecho iban tus gloriosas huestes?...

–No lo hemos hallado, Chasca, respondió gravemente el príncipe. Al penetrar en el bosque, una víbora cruzó ante mí, se deslizó y huyó a la selva. Hice detener mi comitiva, ordené que se hiciera una fogata para cazarla, pero fue inútil. Arde todavía la selva pero ella no ha sido cogida. Ordené entonces suspender la cacería. Cazamos un cóndor, y lo ofreceré esta noche, en sacrificio sobre la pira.

–¿A quién lo ofreces?

–A Mama Quilla. La Luna está ofendida. Ofreceré el sacrificio en el palacio de Yucay, ante los Huillac Umas y los Humiuká; es fuerza, pues, general, que asistas al sacrificio...

–Cuando la Luna bese los muros de tu castillo, llegaré, Sumaj Majta.

La comitiva se alejó en silencio, solemne, siniestra. Nadie que no fuera el Inca, se habría atrevido a romper la silenciosidad de aquel desfile de guerreros, que, como un ejército de vencidos, se perdía en los caminos oscuros donde la sombra era fría. El temor se reflejaba en los rostros, abría desmesuradamente los ojos, hacía palidecer las teces y hería las pupilas cálidas que avivaba el extraño fulgor de los presentimientos.


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Dominio público
11 págs. / 19 minutos / 259 visitas.

Publicado el 1 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

El Palacio de Hielo

Abraham Valdelomar


Cuento


I

–¿Quieres un cuento oriental en el que pasen caravanas de fetiches sedientos, caballeros en arqueados dromedarios hacia espejismos de plata líquida, o prefieres un cuento ruso de la Perspectiva Nevski o de las desiertas estepas. O la famosa leyenda del Palacio del Hielo o un amor inédito de Catalina II?...

Puedo contarte una escena florentina, un amor en góndola en Venecia, un motivo germano o un cuento turco. Si prefieres oirás una venganza de la vieja Bohemia, una crónica de Albión o una noche del Molino Rojo ilustrada con minués y colombinas.

Puedes ir en mi relato a los campos en flor de Niza, al tapete verde de Montecarlo o a un bosque de Pierre Loti con gheisas y guerreros, lotos, anémonas y crisantemos. Jardines con ciruelos rojos como labios de mujer y árboles, enguirnaldados en rosa. O te agrada la leyenda del rey de Ys, y los amores de Dahnt... ¿Grecia?. Te diré de los bosques de Hircania con afroditas y anadyomenas o será de Roma, el capitolio y los gladiadores de miradas glaucas y nervudos brazos.

Si quieres te contaré de Pompeya con sus frescos clásicos y enervantes, leyendas de Petronio, capiteles de Praxiteles, bajorrelieves eróticos de Fidias y versos sálmicos de Aristipo. Ya sabes tú que he bebido sangre de las vides de Chipre y del Rhin. Que he pensado a la sombra de la esfinge y he subido las escalinatas en mármol de los palacios egipcianos. He visto perderse las líneas del horizonte sobre la mar verde del Adriático y he subido los alpes nevados...

–Prefiero algo ruso, refinado y sangriento...

Y dije:

...fue en un Sahara de hielo. Una larga extensión de millares de leguas sin vegetación donde los hielos jamás se derretían, donde ni se veía salir, ni se ponía el sol. Una claridad velada anunciaba la hora máxima y el gruñir de osos y lobos hambrientos anunciaba la noche.


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Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 540 visitas.

Publicado el 2 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

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