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autor: Abraham Valdelomar etiqueta: Cuento


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El Alma de la Quena

Abraham Valdelomar


Cuento


El Inca, en la terraza, vio caer el Sol, en la paz de la tarde, oyendo la misma melodía que escuchara en el camino la víspera. Había hecho detener su comitiva. Los haravicus interrogaron con las flautas, los naupachikas se internaron en el valle, pero el Inca no supo si aquella música dolorosa y extraña era de un hombre o de un ave. Ahora lo sentía algo más clara aunque imprecisa, y aguzaba sus oídos para percibirla mejor. Era un sonido mezcla de alegría y dolor, como un dulce reproches, como una queja musitada en voz baja, notas que envolvían el espíritu, que se filtraban como un puñal en los nervios, que avivaban recuerdos insepultos y dolores que el tiempo no había podido cubrir, a cuyo conjuro morían en los labios las palabras, en los ojos nacían lágrimas y en el alma honda sed de tristeza. ¿Era un ave? ¿Era un hombre? Sinchi Roca hizo apagar las resinas aromáticas y retirar a sus guardias a la puerta.

–¿Qué suena? ¿Qué vibra? ¿Qué canta? – dijo su esposa.

–Es tan divina esa música, Pachacamac, respondió Coya Cimpu, que no parece el canto de un hombre ni el sonido de una quena. Se diría que es un ave que viene a llorar bajo la luna. En estas noches vienen, desde las lejanas montañas profundas, aves raras a poblar los jardines del palacio. Yo he visto ayer una avecilla, roja como una herida, posarse en los maizales sagrados...


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4 págs. / 8 minutos / 1.818 visitas.

Publicado el 1 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

La Paraca

Abraham Valdelomar


Cuento


I

La Muerte, que tiene llave de todas las casas, y sede en todos los pueblos, no gustaba, al parecer, de San Andrés, la aldea que está al sur de Pisco. Cuando por allí pasaba, era entre una y otra cosecha, y no se hospedaba más de una noche, que después nadie oía hablar de ella. Así, en la aldea de pescadores, morían los viejos longevos, mansamente, como suelen quedarse, a veces dormidos bajo las higueras. Miedo tenía la taimada de entrar en el pueblo, pues no hacía su industria porque a la puerta de cada choza duerme siempre una tortuga, y es sabido que la muerte para vencer a una tortuga ha de menester más de un siglo.

Pero no pudiendo vivir en la aldea, establecióse en las peñas del "Boquerón", que es una punta de tierra terminada en rocas dentro de la mar. Allí, donde las aguas se arremolinan con violencia, hay una corriente impetuosa; y allí, en la roca del centro, está siempre sentada, con su guadaña filuda y estivando los botes que pasan, con malicia e impaciencia de pescador. Y así acaece que cuando "la paraca" lleva por su dominio alguna frágil navecilla, la Intrusa, que está alerta, ¡zas! le tira la guadaña, sumerge la embarcación y pesca de golpe, cinco o seis vidas. Por eso sus hazañas están unidas al recuerdo de "la paraca", aquel viento trágico del sur, durante el cual no salen al mar los pescadores. Sacan sus botes sobre la arena de la orilla, y alineados esperan que pase el viento; y si hay algunos en el mar, los parientes y amigos aguardan inquietos el retomo, las viejas rezan, y los muchachos abren tremendos ojos buscando en el horizonte el volar de las velas triangulares y blancas como alas.


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8 págs. / 15 minutos / 485 visitas.

Publicado el 5 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

La Ciudad Muerta

Abraham Valdelomar


Cuento, novela corta


Dedicatoria

A don Juan Bautista de Lavalle, enamorado de las glorias viejas, intérprete de los lienzos antiguos, admirador religioso de todo lo que el tiempo ha deshojado y ha tornado triste y marchito, dedico estas páginas escritas sobre una ciudad de ruinas. Sea bondadoso con ellas.


A. V.

Le passé...

Le passé, c’est un second coeur qui bat en nous…
Il bat. Quand le silence en nous se fait plus fort
cette pulsation mystérieuse est là
qui continue… Et quand on rêve il bat encor,
et quand on souffre il bat, et quand on aime il bat…
Toujours ! C’est un prolongement de notre vie…

Henry Bataille

I. En el Ática

sobre el mar de Río de Janeiro,
Brasil, febrero 12 de 1911.


Adorable Francy:

Todavía me arrepiento de haber dejado bajar a tierra a ese hombre, pero le echo la culpa a la luna. Es ella la cómplice de todos los crímenes y, en muchos casos, la instigadora. Esté usted segura, mi adorable Francinette, que cuando ella tiene esas notas de luz casi verdes como si se copiara a través de una falsa esmeralda, algo extraño está pasando sobre la tierra. Yo soy médico y he podido observar el efecto de esas nubes de luna en esos enfermos de locura y en los alucinados, en los criminales, en los neuróticos, en los artistas. En los artistas sobre todo.


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28 págs. / 49 minutos / 319 visitas.

Publicado el 7 de septiembre de 2021 por Edu Robsy.

El Caballero Carmelo y Otros Cuentos

Abraham Valdelomar


Cuento


El caballero Carmelo

I

Un día, después del desayuno, cuando el sol empezaba a calentar, vimos aparecer, desde la reja, en el fondo de la plazoleta, un jinete en bellísimo caballo de paso, pañuelo al cuello que agitaba el viento, sanpedrano pellón de sedosa cabellera negra, y henchida alforja, que picaba espuelas en dirección a la casa.

Reconocímosle. Era el hermano mayor, que años corridos, volvía. Salimos atropelladamente gritando:

–¡Roberto, Roberto!

Entró el viajero al empedrado patio donde el ñorbo y la campanilla enredábanse en las columnas como venas en un brazo y descendió en los de todos nosotros. ¡Cómo se regocijaba mi madre! Tocábalo, acariciaba su tostada piel, encontrábalo viejo, triste, delgado. Con su ropa empolvada aún, Roberto recorría las habitaciones rodeados de nosotros; fue a su cuarto, pasó al comedor, vio los objetos que se habían comprado durante su ausencia, y llegó al jardín.

–¿Y la higuerilla? –dijo.

Buscaba entristecido aquel árbol cuya semilla sembrara él mismo antes de partir. Reímos todos:

–¡Bajo la higuerilla estás!…


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128 págs. / 3 horas, 44 minutos / 5.454 visitas.

Publicado el 12 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

Las Vísceras del Superior

Abraham Valdelomar


Cuento


o sea
La historia de la poca vergüenza


(Cuento chino)


Había en un lejano rincón de China, allí por los tiempos en que Confucio fumaba opio y dictaba lecciones de Moral en la Universidad de Pekín, cierta gran aldea llamada Siké, regida por mandarines, en la cual acaeció la historia que te voy a referir, Rolando, a condición de que la retengas en tu privilegiada memoria –pues la memoria es el principal auxiliar para los que han de gobernar a los pueblos– y tú Rolando, tienes delante de ti grandes expectativas y todas las puertas abiertas, excepto las de la cárcel, que serán para tus víctimas.


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4 págs. / 7 minutos / 208 visitas.

Publicado el 7 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

El Cantor Errante

Abraham Valdelomar


Cuento


Chasca avanzaba silenciosamente por el borde de los sembríos. El cielo principiaba a oscurecer. El Sol habíase dormido sobre el mar lejano, y él debía estar en el Castillo entrada la noche. Tenía prisa para poder hacer la caminata en seis horas. Como tuviera que saltar muchas vallas, Chasca salió de los sembrados y se internó por su sendero poco traficado; sin embargo iba encontrándose en el camino con gañanes rezagados que caminaban a prisa, temerosos de llegar a sus terrados demasiado tarde.

Bien pronto tuvo que ocultarse para no encontrarse con un grupo numeroso que comentaba la cacería de Makta-Sumac. Los hombres acaloradamente discutían y hablaban de los destinos y de los oráculos, Chasca salió cuando hubo pasado el último quechua. Ya era de noche y el silencio reinaba en todo el Imperio. El viejo guerrero caminaba de prisa. Tenía que concluir el sendero y cortar luego hacia el lado del río, luego subir por el camino de la orilla hasta el puente y pasarlo, para internarse en el vallecito en cuyo fondo se elevaba el castillo del noble joven.

Al acercarse al río, principió a percibirse el ruido del agua desgarrándose entre los peñascales y, serpenteando entre ese ruido, un eco apenas perceptible, suave como un suspiro, el eco de una música lejana. Chasca no reparó; mas, a medida que se acercaba a la caja del río, las notas, entre el ruido rocalloso, se hacían más perceptibles. Era como un quejido sin reproches, un dulce lamento, un dolor supremo e inconsolable, que llegaba a los ojos y les robaba lágrimas, que se filtraba entre los huesos y abría el pecho a todos los dolores pasados.


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4 págs. / 7 minutos / 315 visitas.

Publicado el 1 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

Almas prestadas. Heliodoro, el reloj, mi nuevo amigo

Abraham Valdelomar


Cuento


El señor Emilio Hilbck;

A la señora Josefa Navarrete de Hilbck;


Amigos muy distinguidos y cordiales:

El reloj en el cual quisísteis fijar la hora, para mí inolvidable y encantadora, en que nuestras almas se comprendieron, está conmigo. Ya me ha visto llorar: ya es mi amigo íntimo. Ha marcado ya las horas de mis breves, hondas, mudas y frías tragedias cotidianas: ya lo sabe todo. Es la Hostia de Eternidad —¿no es acaso como una hostia que marcara el viaje de la Vida por el Espacio y por el Tiempo?— Esta hostia de Eternidad, esta especie de oblea de Infinito, esta moneda filosófica que ponéis en mis manos para que me acompañe en la peregrinación de la tierra de igual manera que los egipcios ponían una moneda en las manos de sus seres queridos, al despedirse de la vida para que los acompañara en el viaje misterioso; este corazón, chato, cincelado y de oro que tiene sobre nuestros corazones la gran ventaja de que para hacerlo latir basta con darle cuerda; este reloj, esta pulsera y cincelada joya que me habéis obsequiado, este ser delicado, elegante, armonioso cuyo ritmo es perfecto y cuyos dos brazos que giran, se abren y se cierran, se distancian y se juntan, parecen, al ponerse horizontalmente, que nos llaman con los brazos abiertos; cuando éstos se juntan en las XII, ¿no parece, distinguida y esbelta señora y altísimo amigo, que se juntaran en una oración, como si rezaran por la vida? ¿Y cuando caen, formando ángulo hacia abajo, que lloraran, con los brazos caídos, alguna terrible desilusión? El reloj es como un hombre, amigos míos y señores; algo más, es como un hombre inteligente, discreto, muy elegante, muy laborioso, que trabaja en la tarea más elevada y más llena de filosofía:

...tac-tac... tac-tac... tac-tac...


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Publicado el 1 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

La Virgen de Cera

Abraham Valdelomar


Cuento


(Narración Irlandesa)


Para el Dr. Castro Rojas

I

–El rey...

–¡Siempre cuentos reales!...

–Los reyes son los espléndidos y los generosos. En sus cabezas triunfa el oro cincelado y en sus tronos ríen piedras de África. Ellos hacen magníficas nuestras narraciones. Tienen joyas, mujeres y esclavos. Favoritas del Cairo y lechos de mármol rosa. Ellos compran los cantos a los trovadores sentimentales y las graves máximas a los filósofos; la honorabilidad a los gentiles-hombres, la discreción a las damas y la fina condescendencia a los caballeros.

¡Hablemos de los reyes! Ellos hacen espléndidas nuestras narraciones y llenan de pompa nuestros pensamientos. ¡El oro y los reyes!

...La villa de la señorita Indrah estaba envuelta en una atmósfera de superstición. No había en la aldea quien hubiera atravesado las verjas de los jardines ni el misterio de los aposentos. Unos decían ver salir a la dueña, de noche, rodeada de enormes vampiros que la tenían esclava, y a los que alimentaba con su sangre. Otros decían que robaba los niños de las aldeas para beber su sangre fresca y otros decían verla huir de noche, hacia los bosques de las comarcas vecinas.

Una vez corrió la voz en la aldea de que un peregrino que había llegado a las rejas del castillo vio llorando a la Indrah, tras de unos setos. Más tarde llegó a decirse que la enigmática señorita había salido de noche en procesión por las calles del pueblo; el miedo sobrecogió a los sencillos aldeanos, y, como nadie volvió a salir de noche, las procesiones se multiplicaron.


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Publicado el 5 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

El Círculo de la Muerte

Abraham Valdelomar


Cuento


(Cuento yanqui)

I

Harry Black es riquísimo. Su cuñado es millonario y le dispensa una gran protección. Harry gasta el dinero de una manera alarmante. Una tarde en Harford City remató en diez mil dólares el archivo de cartas de una bailarina; y durante el tiempo que tiene convidados en su casa hace echar perfumes en las fuentes del jardín.

–Pero Harry, amigo mío, usted va a concluir pronto con su fortuna—, le reprochaba yo.

–La fortuna de mi cuñado es eterna. Descuide usted. No se concluirá nunca...

–¿Cómo? ¿Es socio de la Niágara Electric? ¿Su patrimonio corre a cargo del Estado?...

–¿Pero usted no sabe cómo se hizo millonario mi cuñado Richard?... Espere...

Hizo que el ayuda de cámara pusiese en el automatic una goma de The Merry Widow y empezó de esta manera:

–Los negocios del señor Kearchy marchaban mal. Kearchy, un hombre ingeniosísimo, era ante todo un yanqui. Acostumbrado a ver el mundo desde los edificios de cuarenta pisos de nuestro país, buscaba por encima de todo la resolución del problema de su redención pecunaria... A un sudamericano -y perdone usted mi franqueza, que es pecado de raza- se le habría ocurrido pedir un ministerio o un puesto en Europa. Una tarde, después de tomar un chop en un beer saloon de la Quinta Avenida, concibió una idea y se dirigió presuroso con ella donde Kracson, antiguo y sincero amigo suyo, que había llegado a poseer cerca de cien mil dólares en una negociación de cueros con sucursal en Boston y casa central en Wall Street.


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8 págs. / 14 minutos / 1.154 visitas.

Publicado el 3 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

El Beso de Evans

Abraham Valdelomar


Cuento


(Cuento cinematográfico)

I

8 de agosto - 12 m.


–Alice... A...li...ce...

Los médicos acercan un espejo a sus labios. La soeur coloca en su pecho un pálido Cristo de marfil. El doctor Barcet abandona el pulso del enfermo. Evans Villard ha dejado de ser...

II

Había sido un hombre a la moda. Durante mucho tiempo, desde que su viaje a la India lo consagró como hombre de buen gusto, sus libros corrieron por las cinco partes del mundo. Después todos fueron triunfos. Medalla en la academia. Traducción de sus libros. Legión de honor. Reemplazó a Mr. Salvat en la primera columna de L'Echo. Fue en la embajada de El Cairo. Exquisito gusto, admirable cultura, irreprochable elegancia, ciertas óptimas condiciones orgánicas naturales, parisiense, apasionado, con un bigote discreto, Villard lo fue todo. En el Jockey Club, en el Casino, en los cabarets, en los bailes, la misma respuesta decidía el éxito del buen tono:

–¡Va a venir Evans Villard!...


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8 págs. / 14 minutos / 667 visitas.

Publicado el 1 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

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