(Cuento simiesco)
Bajo la luz roja del quinqué, hablaba yo con "Aquel" que vive dentro de mí, de esta manera:
–Necesito un cuento –le dije.
–Mi querido Valdelomar, –repuso "Aquel"– voy a relatarle el que he visto...
Tu hermano te trajo, desde la fecunda lejanía del Madre de Dios,
junto con la tortuga "Cleopatra" de que te hablara el otro día, unas
flechas de chonta, vistosos collares de huesecillos, ricos atavíos de las Tahís montañeses y además, un mono...
Yo no he tratado muy de cerca a los monos, de quienes solo tengo
referencias por Rudyard Kipling, quien los agrupa bajo el mote
despectivo y genérico de los "vanderloog". Si bien es cierto que creía
todo lo que de ellos apunta el poeta inglés, jamás mi alma fue
enturbiada por la más leve aversión a tan ágiles pre-hombres, ya que los
monos no son en el fondo sino trogloditas retardados. El mono de hoy
será el sabio de mañana, así como el catedrático de hoy no es sino el
mono de ayer...
–Ja! Ja! Ja! –le interrumpí...
–Además –siguió diciendo "Aquel"– este mono pequeño y juguetón,
parecía conducirse tan bien! Sus mayores audacias eran subírseme al
hombro por el codo, coger con delicado gesto furtivo una aceituna a la
hora del refectorio, trepar a los muebles, cazar moscas y mirarse en el
espejo. Cosas inofensivas y muy humanas, como ves.
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