Los Ojos de los Reyes
Abraham Valdelomar
Cuento
Donde se ve cómo la mujer induce al Amor y cómo éste puede nublar la clara razón de los más esforzados Capitanes. Y que no se debe luchar contra el designio inexorable de los Dioses.
A mi excelente amigo el señor José S.
Patroni, con viva simpatía
El Castillo de Majta Sumaj, en Yucay, se elevaba sobre un
montículo, a unos pasos del río. Ancha muralla de granito defendíalo,
formando círculo alrededor de su base. Larga escalinata de piedra daba
cómodo acceso al edificio, en cuyas puertas los soldados vigilaban,
severos los rostros, y en las manos fuertes, mazas con agudas puntas de
piedra y de cobre. En una habitación alta, por cuya estrecha y
trapezoidal ventana veíase el valle feraz, había una docena de
huallauizas, soldados sin graduación, cuyas armas consistían en flechas
de dardos emponzoñados. Fuera de los muros el valle extendíase, verde y
oleoso, hasta ascender en las faldas de los cerros morados. Por las
tardes, cuando el sol empezaba a declinar, mucho antes de que comenzaran
las plegarias del pueblo, gustaba a Sumaj Majta contemplar el campo
desde la elevada terraza de su palacio. Placíale ver ondeando la brisa,
las enormes hojas frágiles y rumorosas de sus maizales pródigos,
mientras las aves cantaban. Y entonces llamaba al arabeju familiar y se
hacía recitar leyendas de los primeros Emperadores.
Dominio público
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Publicado el 7 de mayo de 2020 por Edu Robsy.