Textos más vistos de Alejandro Dumas publicados por Edu Robsy | pág. 4

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autor: Alejandro Dumas editor: Edu Robsy


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La Dama Negra

Alejandro Dumas


Cuento


Hacía ya doscientos años que el castillo no era sino un montón de piedras derruidas; en mitad de aquellas piedras había crecido un magnífico arce que en numerosas ocasiones los campesinos de los alrededores habían intentado derribar sin lograrlo, pues su madera era muy dura y nudosa. Finalmente, un joven llamado Wilhelm vino a su vez a intentar la aventura como los demás, y después de haberse desprendido de su chaqueta, asiendo un hacha que había mandado afilar a propósito, golpeó el tronco del árbol con todas sus fuerzas, pero el árbol repelió el hacha como si hubiera sido de acero. Wilhelm no se desanimó y propinó un segundo golpe, el hacha rebotó de nuevo; por fin, levantó el brazo, y reuniendo todas sus fuerzas, dio un tercer golpe, pero como al propinar ese tercer golpe oyó algo semejante a un suspiro, levantó los ojos y vio delante de él a una mujer entre veintiocho y treinta años, vestida de negro y que habría sido perfectamente bella si su palidez no hubiera dado a toda su persona un aspecto cadavérico que indicaba que desde hacía mucho tiempo aquella mujer ya no pertenecía a este mundo.

—¿Qué quieres hacer con este árbol? —preguntó la Dama Negra.

—Señora, —respondió Wilhelm mirándola sorprendido, pues no la había visto llegar y no podía adivinar de dónde salía—; señora, quiero hacer una mesa y unas sillas, pues me caso en la próxima fiesta de san Martín con Roschen, mi prometida, que amo desde hace tres años.

—Prométeme que harás una cuna para tu primer hijo —dijo la Dama Negra—, y levantaré el hechizo que defiende este árbol del hacha del leñador.

—Se lo prometo, señora —dijo Wilhelm.

—¡Muy bien! ¡pues golpea ahora! —dijo la dama.


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Publicado el 23 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Hija del Marqués

Alejandro Dumas


Novela


I. Los voluntarios del 93

El 4 de junio de 1793 salían de París, por la puerta de la Villette, dos coches de posta, uno de ellos tirado por cuatro caballos y el otro por dos.

Dado los tiempos que corrían, era un gran lujo que dos coches de posta saliesen de París sin más explicaciones.

Del segundo coche, una especie de calesa descubierta, lo que por otra parte indicaba que las tres personas que la ocupaban nada tenían que temer de la policía, salió un hombre de unos cuarenta y cinco a cuarenta y seis años, vestido totalmente de negro y, cosa extraordinaria en aquel entonces, con calzón corto y corbata blanca.

Por ello, su sola presencia avivó la curiosidad de la guardia, que le rodeó, sin prestar atención a los dos o tres viajeros, que permanecieron en el interior y que llevaban el uno el uniforme de sargento del ejército voluntario y el otro el de ciudadano, es decir, gorro rojo y chaquetilla. Pero apenas el hombre vestido de negro hubo enseñado sus documentos, el círculo creado a su alrededor se disolvió, después de haber echado una rápida mirada, puramente rutinaria, al interior del primer coche y levantar la lona que lo cubría.

Evidentemente, en este hombre vestido de negro habrán reconocido mis lectores a Monsieur de París, quien se dirigía hacia Chálons con el segundo de sus ayudantes, llamado Legros, y el hijo de uno de sus amigos, llamado León Milcent, sargento de voluntarios, para entregar una bella guillotina, totalmente nueva, a los «maratistas», del estado del Mame que iba a inaugurarse y quizá pusiese en movimiento el verdugo de París en persona.


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358 págs. / 10 horas, 28 minutos / 148 visitas.

Publicado el 11 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Reina Margot

Alejandro Dumas


Novela


PRIMERA PARTE

I. EL LATÍN DEL DUQUE DE GUISA

El lunes 18 de agosto de 1572 se celebraba en el Louvre una gran fiesta.

Las ventanas de la gran residencia, habitualmente a oscuras, se hallaban profusamente iluminadas; las calles y las plazas contiguas, siempre solitarias en cuanto se oían las nueve campanadas en Saint—Germain d'Auxe­rre, estaban, aun siendo ya media noche, atestadas de gente. Aquella multitud apretujada, amenazadora y es­candalosa parecía en la oscuridad de la noche un mar tenebroso y revuelto, cuyo ímpetu rompía en oleadas murmuradoras y cuyo caudal, desembocando por la calle de Fossés—Saint—Germain y por la de l'Astruce, fluía al pie de los muros del Louvre, batiendo con su reflujo las paredes del palacio de Borbón, que se elevaba enfrente.

A pesar de la fiesta real, o quizá debido a ella, la mu­chedumbre ofrecía un aspecto poco tranquilizador. El pueblo ignoraba que semejante solemnidad, en la que tan sólo tomaba parte como simple espectador, no era sino el preludio de otra, aplazada para ocho días des­pués, a la que sí sería convidado y a la que asistiría sin recelo alguno.

Celebraba la corte las bodas de doña Margarita de Valois, hija del rey Enrique II y hermana del rey Carlos IX, con Enrique de Borbón, rey de Navarra. Aque­lla misma mañana, el cardenal de Borbón los había ca­sado, sobre una tribuna erigida frente a la puerta de Nótre—Dame, siguiendo el ceremonial de rigor en las bodas de las princesas de Francia.


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660 págs. / 19 horas, 16 minutos / 115 visitas.

Publicado el 16 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Las Lobas de Machecoul

Alejandro Dumas


Novela


I. El ayudante de campo

Lector, si has ido alguna vez de Nantes a Bourgneuf, al llegar a San Filiberto habrás rodeado, por decirlo así, el ángulo meridional del lago de Grandlieu, y continuando tu camino habrás llegado a los primeros árboles de la selva de Machecoul después de una o dos horas de marcha.

Llegado allí, a la izquierda del camino y en un soto que parece formar parte del bosque, del que únicamente le separa la carretera, habrás descubierto las agudas puntas de dos estrechas torrecillas y el techo parduzco de un pequeño castillo perdido entre las hojas.

Las paredes agrietadas de aquella casa solar, sus ventanas destrozadas y su tejado invadido por los musgos parásitos, le dan, no obstante sus pretensiones feudales y de las dos torrecillas que la defienden, una apariencia tan mezquina, que no excitaría la envidia de los caminantes que la contemplan, a no ser por su deliciosa situación delante de los seculares árboles del bosque de Machecoul, cuyas verdes olas se confunden con el horizonte hasta donde puede alcanzar la vista.

Este pequeño castillo pertenecía, en 1831, a un antiguo hidalgo apellidado el marqués de Souday, cuyo nombre había tomado, y del cual vamos a ocuparnos después de haberlo hecho con su propiedad.


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723 págs. / 21 horas, 6 minutos / 107 visitas.

Publicado el 10 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Los Cuarenta y Cinco

Alejandro Dumas


Novela


I. La puerta de San Antonio

Etiamsi omnes.

A las diez de la mañana del 26 de octubre de 1585 no se habían abierto aún las barreras de la puerta de San Antonio.

A las diez y tres cuartos, un piquete de unos veinte suizos, cuyo uniforme daba a entender que pertenecían a los pequeños cantones, es decir, a los más fieles partidarios de Enrique III, desembocó por la calle de la Mortellerie hacia la puerta de San Antonio, la cual se abrió, volviendo a cerrarse luego de haberles dado paso. En la parte exterior de dicha puerta los suizos se alinearon a orillas del soto que por aquel lado cercaba las dos líneas del camino.

Su aparición hizo entrar en la ciudad antes de las doce a gran número de paisanos que a ella se encaminaban desde Montreuil, Vincennes y Saint-Maur, operación que antes no habían podido llevar a efecto por hallarse cerrada la puerta.

En vista de la referida aparición del piquete, pudo pensarse que el señor preboste intentaba prevenir el desorden que era fácil tuviese lugar en la puerta de San Antonio con la afluencia de tanta gente.

En efecto, a cada momento llegaban, por los tres caminos convergentes, religiosos de los conventos circunvecinos: mujeres que cabalgaban en lucidos asnos, labradores tendidos en sus carretas que penetraban por entre aquella masa ya considerable, detenida en la barrera por la clausura inesperada de las puertas, que nada tenían que ver con la mayor o menor prisa de los que a ella acudían, formaban una especie de rumor semejante al bajo continuo de la armonía, al paso que algunas voces, dejando el diapasón general, subían hasta la octava para expresar sus amenazas o sus quejas.


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779 págs. / 22 horas, 44 minutos / 425 visitas.

Publicado el 11 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Los Hermanos Corsos

Alejandro Dumas


Novela


… —Se cometen muchos más asesinatos en nuestro país que en todos los demás; pero nunca descubrirá usted una causa innoble en estos crímenes. Es cierto que tenemos muchos asesinos, pero ni un solo ladrón.
… —¿Qué objeto tiene mandarle pólvora a un bribón que la utilizará para cometer crímenes? Sin la deplorable debilidad que todo el mundo parece sentir aquí por los bandidos, hace tiempo que estos habrían desaparecido de Córcega… ¿Y qué ha hecho tu bandido? ¿Por qué crimen se ha echado al monte? —¡Brandolaccio no ha cometido crimen alguno! Mató a Giovan’ Opizzo, que había asesinado a su padre mientras él estaba en el ejército

PROSPER MÉRIMÉE,

Colomba

Querido Mérimée: Permítame tomarle prestado este epígrafe y regalarle este libro. Con todo mi afecto.

ALEXANDRE DUMAS

I

A comienzos de marzo del año 1841, viajé a Córcega.

Nada hay tan pintoresco ni tan cómodo como viajar a Córcega: se embarca uno en Toulon y en veinte horas se planta en Ajaccio, o, en veinticuatro, en Bastia.

Allí se puede uno comprar o alquilar un caballo. Si se alquila, cuesta cinco francos al día; si se compra, ciento cincuenta francos. Y que nadie se ría de lo módico del precio; ese caballo, ya sea alquilado o comprado, hace, como el famoso caballo del gascón que saltaba del Pont Neuf al Sena, cosas que no harían ni Prospero ni Nautilus, aquellos héroes de las carreras de Chantilly y del Champ de Mars.

Se pasa por caminos donde el propio Balmat hubiera utilizado crampones, y por puentes donde Auriol hubiera pedido un balancín.

Por su parte, el viajero no tiene más que cerrar los ojos y dejar que el caballo haga su trabajo: a este le trae sin cuidado el peligro.

Añadamos que con ese caballo que pasa por todas partes, se pueden recorrer quince leguas diarias sin que pida ni de beber ni de comer.


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Publicado el 19 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Roldán Después de Roncesvalles

Alejandro Dumas


Cuento


La peregrinación a Rolandseck o ruinas de Roldán es una necesidad para las almas tiernas que habitan no sólo en las dos márgenes del Rin, desde Schaffouse hasta Rotterdam, sino incluso en cincuenta leguas hacia el interior. Si hay que creer la tradición, fue allí donde remontando el Rin para responder a la llamada de su tío, dispuesto a partir para combatir a los sarracenos de España, Roldán fue recibido por el anciano conde Raymond. Éste, tras conocer el nombre del ilustre paladín que tenía el honor de recibir en su casa, quiso que fuese servido a la mesa por su hija, la bella Alda. Poco le importaba a Roldán por quien fuera servido, con tal de que la comida fuera copiosa y el vino bueno. Tendió su vaso: entonces una puerta se abrió y entró una bella jovencita con un velicomen en la mano que se dirigió hacia el caballero. Pero, a mitad de trayecto, las miradas de Alda y de Roldán se encontraron y —¡cosa extraña!— ambos comenzaron a temblar de tal manera que la mitad del vino cayó al pavimento, tanto por culpa del invitado como por culpa del escanciador.

Roldán debía marcharse al día siguiente, pero el anciano conde insistió para que pasara ocho días en el castillo. Roldán sabía bien que su deber lo esperaba en Ingelheim, pero Alda dirigió hacia él sus hermosos ojos, y él se quedó.

Al cabo de aquellos ocho días, los dos enamorados no se habían hablado aún de amor pero, la noche del octavo día, Roldán tomó de la mano a Alda y la condujo a la capilla. Llegados ante el altar, se arrodillaron los dos simultáneamente. Roldán dijo: «No tendré jamás otra esposa que no sea Alda.» Alda añadió: «¡Dios mío! Recibid el juramento que os hago de ser vuestra si no soy de él.»


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Publicado el 22 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Terror en Fontenay

Alejandro Dumas


Cuento


1. La calle de Diana, en Fontenay-aux-Roses

Algunas de las aventuras más misteriosas e improbables jamás ocurridas suelen tener su inicio en las más prosaicas circunstancias de las ocupaciones cotidianas. Así ocurrió con lo que vamos a referir.

Hacia finales de agosto de 1831, recibí la invitación de un viejo amigo (un importante funcionario gubernativo adscrito a la administración de las Propiedades de la Corona) para pasar unos días con él y su hijo en Fontenay-aux-Roses, en la apertura del año cinegético.

Por aquellos días yo era un empedernido deportista, y la elección del lugar donde disparar el primer tiro de la estación era realmente un hecho de considerable importancia. Anteriormente me había acostumbrado a hacerlo con el viejo agricultor Mocquet, arrendatario y amigo de mi hermanastro, cuya confortable residencia se hallaba cerca del delicioso pueblecito de Monrieval, a solo cinco kilómetros de distancia de las espléndidas ruinas del castillo de Pierrefond. Fue en aquellas tierras donde por primera vez intenté dominar una pistola, y fue en aquellas tierras donde disparé mi primer tiro de apertura.

Aquel año, sin embargo, me mostré infiel al viejo Mocquet, aceptando sin demasiado esfuerzo la insistente invitación de mi acomodado amigo. El hecho es que mi imaginación se vio prendada por un paisaje que me envió su hijo, un ilustre joven artista. En aquel cuadro, los campos en torno a Fontenay parecían llenos de liebres, y los matorrales de perdices. ¿Había algo más atrayente para un hombre dedicado a su arma de fuego?


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Publicado el 9 de febrero de 2019 por Edu Robsy.

Un Alma por Nacer

Alejandro Dumas


Cuento


Hace seis mil años aproximadamente...

El mundo estaba creado hacía medio siglo. Dios ya había expulsado a Adán y Eva del paraíso terrestre. No había, pues, en el cielo, más que almas que un día debían descender a la tierra y animar sucesivamente los cuerpos que nacerían.

La primera que se presentó a Dios fue la de Abel, y los cantos de los arcángeles y la bendición del señor acogieron el retorno del alma exiliada y mártir que debió la luz a una falta y la muerte a un crimen.

La segunda fue la de Eva, y cuando las puertas del cielo volvieron a abrirse ante esta alma pecadora, mancillada por el pecado pero depurada por el dolor, todas las almas del futuro se apiñaron a su alrededor para saber algo de la tierra.

Eva se había limitado a responder: «He pecado, he sufrido, he rezado; la vida tiene muchas pasiones, muchos dolores y muchas alegrías.». Luego se había retirado a la diestra de Dios, para acabar junto a él su plegaria iniciada en el mundo.

Para todas estas almas que no conocían más que el cielo, pasiones y dolores eran dos palabras completamente desconocidas. No comprendían más que una eternidad de calma, puesto que no veían más que una extensión de serenidad; por eso se paseaban soñadoras por los jardines de estrellas que Dios hizo abrir bajo sus pasos, preguntándose unas a otras qué podían ser las cosas ignoradas que en la tierra se denominaban pasiones y dolores.

Entonces a veces se alejaban del grupo que forman los elegidos junto al Señor, y seguían misteriosamente un sendero aislado hasta que, llegadas a un lugar en que ninguna otra las había seguido, podían inclinarse sobre la bóveda del cielo y tratar de ver lo que pasaba entre los hombres; pero las tinieblas de las pasiones eran tan impenetrables a sus ojos celestes como los resplandores de la eternidad a nuestra ciencia humana.


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Publicado el 22 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Un Gil Blas en California

Alejandro Dumas


Novela


Tomo I

Introducción

Mi querido editor:

Seguro estoy de qué os sorprenderá grandemente, cuando hayáis leído estas líneas, encontrar a su final la firma de un hombre que, según sabéis, si bien escribe muchos libros, es el menos aficionado a escribir cartas que puede encontrarse en todo el mundo.

Vuestra extrañeza cesará, sin embargo, y veréis explicado este fenómeno cuando fijéis la vista en el volumen que acompaña a la carta y que se titula: Un año en las orillas del Sacramento y del San Joaquín.

Pero, —me diréis indudablemente, —¿cómo puede ser que vos, a quien he visto hace ocho días en París, hayáis podido en tan corto espacio de tiempo realizar un viaje a California, permanecer un año en aquellas lejanas comarcas y regresar a Europa?

Tened la bondad de leer, mi querido amigo, y todo lo veréis explicado.

Me conocéis bastante, y sabéis, por consiguiente, que no hay en la tierra un hombre más aventurero y al mismo tiempo más sedentario que yo. Con la misma facilidad abandono a París para emprender un viaje de tres o cuatro mil leguas, que me encierro en mi casa para escribir ciento o ciento cincuenta volúmenes.

Por extraordinario, sin embargo, el 11 de julio último tomé la resolución, algo extraña en mí, lo confieso, de ir a pasar dos o tres días en Enghien. No creáis que me llevaba allí el pensamiento de divertirme, pues semejante idea no había pasado por mi imaginación. Lo que había únicamente era que, deseando consignar en mis memorias un suceso que tuvo lugar en Enghien hace veintidós años, tenía necesidad de visitar, a fin de no incurrir en errores, unos sitios que no había vuelto a ver desde aquella época.


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141 págs. / 4 horas, 7 minutos / 66 visitas.

Publicado el 9 de febrero de 2019 por Edu Robsy.

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