Textos más populares este mes de Alejandro Dumas publicados por Edu Robsy no disponibles | pág. 3

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Los Hermanos Corsos

Alejandro Dumas


Novela


… —Se cometen muchos más asesinatos en nuestro país que en todos los demás; pero nunca descubrirá usted una causa innoble en estos crímenes. Es cierto que tenemos muchos asesinos, pero ni un solo ladrón.
… —¿Qué objeto tiene mandarle pólvora a un bribón que la utilizará para cometer crímenes? Sin la deplorable debilidad que todo el mundo parece sentir aquí por los bandidos, hace tiempo que estos habrían desaparecido de Córcega… ¿Y qué ha hecho tu bandido? ¿Por qué crimen se ha echado al monte? —¡Brandolaccio no ha cometido crimen alguno! Mató a Giovan’ Opizzo, que había asesinado a su padre mientras él estaba en el ejército

PROSPER MÉRIMÉE,

Colomba

Querido Mérimée: Permítame tomarle prestado este epígrafe y regalarle este libro. Con todo mi afecto.

ALEXANDRE DUMAS

I

A comienzos de marzo del año 1841, viajé a Córcega.

Nada hay tan pintoresco ni tan cómodo como viajar a Córcega: se embarca uno en Toulon y en veinte horas se planta en Ajaccio, o, en veinticuatro, en Bastia.

Allí se puede uno comprar o alquilar un caballo. Si se alquila, cuesta cinco francos al día; si se compra, ciento cincuenta francos. Y que nadie se ría de lo módico del precio; ese caballo, ya sea alquilado o comprado, hace, como el famoso caballo del gascón que saltaba del Pont Neuf al Sena, cosas que no harían ni Prospero ni Nautilus, aquellos héroes de las carreras de Chantilly y del Champ de Mars.

Se pasa por caminos donde el propio Balmat hubiera utilizado crampones, y por puentes donde Auriol hubiera pedido un balancín.

Por su parte, el viajero no tiene más que cerrar los ojos y dejar que el caballo haga su trabajo: a este le trae sin cuidado el peligro.

Añadamos que con ese caballo que pasa por todas partes, se pueden recorrer quince leguas diarias sin que pida ni de beber ni de comer.


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95 págs. / 2 horas, 46 minutos / 105 visitas.

Publicado el 19 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Un Gil Blas en California

Alejandro Dumas


Novela


Tomo I

Introducción

Mi querido editor:

Seguro estoy de qué os sorprenderá grandemente, cuando hayáis leído estas líneas, encontrar a su final la firma de un hombre que, según sabéis, si bien escribe muchos libros, es el menos aficionado a escribir cartas que puede encontrarse en todo el mundo.

Vuestra extrañeza cesará, sin embargo, y veréis explicado este fenómeno cuando fijéis la vista en el volumen que acompaña a la carta y que se titula: Un año en las orillas del Sacramento y del San Joaquín.

Pero, —me diréis indudablemente, —¿cómo puede ser que vos, a quien he visto hace ocho días en París, hayáis podido en tan corto espacio de tiempo realizar un viaje a California, permanecer un año en aquellas lejanas comarcas y regresar a Europa?

Tened la bondad de leer, mi querido amigo, y todo lo veréis explicado.

Me conocéis bastante, y sabéis, por consiguiente, que no hay en la tierra un hombre más aventurero y al mismo tiempo más sedentario que yo. Con la misma facilidad abandono a París para emprender un viaje de tres o cuatro mil leguas, que me encierro en mi casa para escribir ciento o ciento cincuenta volúmenes.

Por extraordinario, sin embargo, el 11 de julio último tomé la resolución, algo extraña en mí, lo confieso, de ir a pasar dos o tres días en Enghien. No creáis que me llevaba allí el pensamiento de divertirme, pues semejante idea no había pasado por mi imaginación. Lo que había únicamente era que, deseando consignar en mis memorias un suceso que tuvo lugar en Enghien hace veintidós años, tenía necesidad de visitar, a fin de no incurrir en errores, unos sitios que no había vuelto a ver desde aquella época.


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141 págs. / 4 horas, 7 minutos / 63 visitas.

Publicado el 9 de febrero de 2019 por Edu Robsy.

Blanca de Beaulieu

Alejandro Dumas


Novela corta


Capítulo I

El que, al anochecer del 15 de diciembre de 1793, hubiese salido de la ciudad de Clisson para ir al pueblo de Saint-Crépin y se hubiese detenido en la cresta de la montaña a cuyo pie corre el río Moine, hubiera visto, al otro lado del valle, un extraño espectáculo.

En primer término, hubiera advertido, en el lugar en que sus ojos hubiesen buscado el pueblo perdido entre los árboles y en medio de un horizonte obscurecido ya por el crepúsculo, tres o cuatro columnas de humo que, separadas por la base, se juntaban ensanchándose, se agrupaban un instante formando una oscura cúpula, y cediendo blandamente al húmedo viento del oeste, rodaban en aquella dirección, confundidas con las nubes de un cielo bajo y brumoso. Hubiera visto aquella base enrojecer lentamente, después cesar el humo, y techos de casas y agudas lenguas de fuego reemplazar a aquéllas con sordo temblor, ya retorciéndose en forma de espirales, ya encorvándose y elevándose como el palo mayor de un navío. Le hubiera parecido que muy pronto todas las ventanas se abrían para vomitar fuego. De vez en cuando, y si algún tejado se hundía, hubiera oído un ruido sordo, hubiera distinguido una llama más viva, mezclada con millares de chispas, y, al sangriento resplandor del incendio que crecía, armas relucientes y un círculo de soldados que se oían a lo lejos. Hubiera oído gritos y risas, y hubiera dicho con terror: «Dios me perdone: es un ejército que se calienta al amor de una ciudad que arde».

Efectivamente, una brigada republicana de mil doscientos o mil quinientos hombres había encontrado abandonado el pueblo de Saint-Crépin y le había pegado fuego.

Esto no era una crueldad; era una táctica guerrera, un plan de campaña como otro cualquiera, plan que la experiencia demostró que era el único bueno.


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48 págs. / 1 hora, 24 minutos / 187 visitas.

Publicado el 11 de febrero de 2019 por Edu Robsy.

La Reina Margot

Alejandro Dumas


Novela


PRIMERA PARTE

I. EL LATÍN DEL DUQUE DE GUISA

El lunes 18 de agosto de 1572 se celebraba en el Louvre una gran fiesta.

Las ventanas de la gran residencia, habitualmente a oscuras, se hallaban profusamente iluminadas; las calles y las plazas contiguas, siempre solitarias en cuanto se oían las nueve campanadas en Saint—Germain d'Auxe­rre, estaban, aun siendo ya media noche, atestadas de gente. Aquella multitud apretujada, amenazadora y es­candalosa parecía en la oscuridad de la noche un mar tenebroso y revuelto, cuyo ímpetu rompía en oleadas murmuradoras y cuyo caudal, desembocando por la calle de Fossés—Saint—Germain y por la de l'Astruce, fluía al pie de los muros del Louvre, batiendo con su reflujo las paredes del palacio de Borbón, que se elevaba enfrente.

A pesar de la fiesta real, o quizá debido a ella, la mu­chedumbre ofrecía un aspecto poco tranquilizador. El pueblo ignoraba que semejante solemnidad, en la que tan sólo tomaba parte como simple espectador, no era sino el preludio de otra, aplazada para ocho días des­pués, a la que sí sería convidado y a la que asistiría sin recelo alguno.

Celebraba la corte las bodas de doña Margarita de Valois, hija del rey Enrique II y hermana del rey Carlos IX, con Enrique de Borbón, rey de Navarra. Aque­lla misma mañana, el cardenal de Borbón los había ca­sado, sobre una tribuna erigida frente a la puerta de Nótre—Dame, siguiendo el ceremonial de rigor en las bodas de las princesas de Francia.


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660 págs. / 19 horas, 16 minutos / 106 visitas.

Publicado el 16 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Un Alma por Nacer

Alejandro Dumas


Cuento


Hace seis mil años aproximadamente...

El mundo estaba creado hacía medio siglo. Dios ya había expulsado a Adán y Eva del paraíso terrestre. No había, pues, en el cielo, más que almas que un día debían descender a la tierra y animar sucesivamente los cuerpos que nacerían.

La primera que se presentó a Dios fue la de Abel, y los cantos de los arcángeles y la bendición del señor acogieron el retorno del alma exiliada y mártir que debió la luz a una falta y la muerte a un crimen.

La segunda fue la de Eva, y cuando las puertas del cielo volvieron a abrirse ante esta alma pecadora, mancillada por el pecado pero depurada por el dolor, todas las almas del futuro se apiñaron a su alrededor para saber algo de la tierra.

Eva se había limitado a responder: «He pecado, he sufrido, he rezado; la vida tiene muchas pasiones, muchos dolores y muchas alegrías.». Luego se había retirado a la diestra de Dios, para acabar junto a él su plegaria iniciada en el mundo.

Para todas estas almas que no conocían más que el cielo, pasiones y dolores eran dos palabras completamente desconocidas. No comprendían más que una eternidad de calma, puesto que no veían más que una extensión de serenidad; por eso se paseaban soñadoras por los jardines de estrellas que Dios hizo abrir bajo sus pasos, preguntándose unas a otras qué podían ser las cosas ignoradas que en la tierra se denominaban pasiones y dolores.

Entonces a veces se alejaban del grupo que forman los elegidos junto al Señor, y seguían misteriosamente un sendero aislado hasta que, llegadas a un lugar en que ninguna otra las había seguido, podían inclinarse sobre la bóveda del cielo y tratar de ver lo que pasaba entre los hombres; pero las tinieblas de las pasiones eran tan impenetrables a sus ojos celestes como los resplandores de la eternidad a nuestra ciencia humana.


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7 págs. / 13 minutos / 151 visitas.

Publicado el 22 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Roldán Después de Roncesvalles

Alejandro Dumas


Cuento


La peregrinación a Rolandseck o ruinas de Roldán es una necesidad para las almas tiernas que habitan no sólo en las dos márgenes del Rin, desde Schaffouse hasta Rotterdam, sino incluso en cincuenta leguas hacia el interior. Si hay que creer la tradición, fue allí donde remontando el Rin para responder a la llamada de su tío, dispuesto a partir para combatir a los sarracenos de España, Roldán fue recibido por el anciano conde Raymond. Éste, tras conocer el nombre del ilustre paladín que tenía el honor de recibir en su casa, quiso que fuese servido a la mesa por su hija, la bella Alda. Poco le importaba a Roldán por quien fuera servido, con tal de que la comida fuera copiosa y el vino bueno. Tendió su vaso: entonces una puerta se abrió y entró una bella jovencita con un velicomen en la mano que se dirigió hacia el caballero. Pero, a mitad de trayecto, las miradas de Alda y de Roldán se encontraron y —¡cosa extraña!— ambos comenzaron a temblar de tal manera que la mitad del vino cayó al pavimento, tanto por culpa del invitado como por culpa del escanciador.

Roldán debía marcharse al día siguiente, pero el anciano conde insistió para que pasara ocho días en el castillo. Roldán sabía bien que su deber lo esperaba en Ingelheim, pero Alda dirigió hacia él sus hermosos ojos, y él se quedó.

Al cabo de aquellos ocho días, los dos enamorados no se habían hablado aún de amor pero, la noche del octavo día, Roldán tomó de la mano a Alda y la condujo a la capilla. Llegados ante el altar, se arrodillaron los dos simultáneamente. Roldán dijo: «No tendré jamás otra esposa que no sea Alda.» Alda añadió: «¡Dios mío! Recibid el juramento que os hago de ser vuestra si no soy de él.»


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4 págs. / 7 minutos / 80 visitas.

Publicado el 22 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Las Tumbas de Saint Denis

Alejandro Dumas


Cuento


En 1793, había sido nombrado director del Museo de Monumentos franceses y, como tal, estuve presente en la exhumación de los cadáveres de la abadía de Saint—Denis cuyo nombre había sido cambiado por los patriotas ilustrados por el de Franciade. Cuarenta años después, puedo contarles las cosas extrañas que acompañaron a aquella profanación.

El odio que habían logrado inspirarle al pueblo en contra del rey Luis XVI, y que la guillotina del día 21 de enero no había podido saciar, había retrocedido hasta los reyes de su dinastía: quisieron perseguir a la monarquía hasta en su origen, a los monarcas hasta en su tumba, lanzar al viento las cenizas de sesenta reyes. Además es posible también que tuvieran curiosidad por comprobar si los grandes tesoros que decían estaban encerrados en algunas de aquellas tumbas se habían conservado tan intactos como pretendían.

El pueblo se abalanzó pues sobre Saint—Denis. Del 6 al 8 de agosto destruyó cincuenta y una tumbas, la historia de doce siglos. Entonces, el gobierno resolvió regularizar aquel desorden, excavar por su cuenta las tumbas y heredar de la monarquía a la que acababa de golpear en la persona de Luis XVI, su último representante. Pues se trataba de aniquilar hasta el nombre, hasta el recuerdo, hasta los huesos de los reyes; se trataba de borrar de la historia catorce siglos de monarquía. Pobres locos los que no comprenden que los hombres pueden a veces cambiar el futuro... pero jamás el pasado.


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13 págs. / 24 minutos / 281 visitas.

Publicado el 23 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Contrabandista a Pesar Suyo

Alejandro Dumas


Cuento


Entre todas las capitales de Suiza, Ginebra representa la aristocracia del dinero: es la ciudad del lujo, de las cadenas de oro, de los relojes, de los coches y de los caballos. Sus tres mil obreros surten a Europa entera de joyas. El más elegante de los almacenes de joyería de Ginebra es sin disputa el de Beautte.

Estas joyas pagan un derecho por entrar en Francia, pero, mediante una comisión de un cinco por ciento, el señor Beautte se encarga de hacerlas llegar de contrabando. El negocio entre el comprador y el vendedor se hace con esta condición, a la luz del día y públicamente, como si no hubiese aduaneros en el mundo. Es verdad que el señor Beautte posee una maravillosa destreza para desbaratarles los planes; una anécdota entre mil vendrá en apoyo del elogio que nosotros le hacemos.

Cuando el señor conde de Saint—Cricq era director general de Aduanas oyó tan a menudo hablar de esta habilidad, gracias a la cual se engañaba la vigilancia de sus agentes, que resolvió asegurarse por sí mismo de si todo lo que se decía era verdad. Fue, en consecuencia, a Ginebra, se presentó en el almacén del señor Beautte y compró joyas por valor de treinta mil francos, con la condición de que les serían entregadas sin derechos de aduanas en su hotel de París. El señor Beautte aceptó la condición como hombre habituado a estas clases de negocios, y únicamente presentó al comprador una especie de contrato privado, por el cual se obligaba a pagar, además de los treinta mil francos de adquisición, el cinco por ciento de costumbre; éste sonrió, tornó una pluma, firmó de Saint—Cricq, director general de las Aduanas Francesas, y entregó el papel a Beautte, quien miró la firma y se contentó con responder inclinando la cabeza:

—Señor director de Aduanas, los objetos que usted me ha hecho el honor de comprar llegarán tan pronto como usted a París.


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1 pág. / 3 minutos / 252 visitas.

Publicado el 23 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Cómo San Eloy fue Curado de la Vanidad

Alejandro Dumas


Cuento


Caí en Domodossola en medio de una procesión típicamente italiana: una corporación de herradores festejaba a san Eloy. En mi ignorancia, siempre había creído que este bienaventurado era el patrón de los orfebres y el amigo del rey Dagoberto al que, en ocasiones, daba consejos bastante sensatos respecto a su atuendo; pero ignoraba por completo que hubiera sido alguna vez herrador. El estandarte, en el que estaba representado forjando su insignia, no me dejaba duda al respecto: lo único que me quedaba por esclarecer era a qué momento de su vida correspondía la acción que había inspirado al artista; pues esa vida santificada la conozco, más o menos, desde la entrada en casa del prefecto de la moneda hasta su nominación para ocupar el obispado de Noyon, y en todo eso no encontraba nada que pudiera aplicársele al espectáculo que tenía ante mis ojos. En consecuencia, me dirigí al jefe de posta pensando que, para una tradición relacionada con la herradura, él sería el mejor historiador que pudiera encontrar. Empezamos por acordar el precio del vehículo que debía llevarme de Domossola a Baveno; luego, una vez concretado el precio por el doble de lo que valía —tanta prisa tenía por regresar a la procesión—, obtuve sobre el padre de Oculi las informaciones biográficas que siguen. Aquí tienen la tradición tal como me fue transmitida en su ingenuidad primordial y en su sencillez primitiva: es inútil advertir que no garantizamos en absoluto su autenticidad.


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Publicado el 23 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Historia de un Muerto Contada por él Mismo

Alejandro Dumas


Cuento


Una noche de diciembre estábamos reunidos tres amigos en el taller de un pintor. Hacía un tiempo sombrío y frío, y la lluvia golpeaba los cristales con un ruido continuo y monótono.

El taller era inmenso y estaba débilmente iluminado por la luz de una chimenea en torno a la que conversábamos.

Aunque todos fuéramos jóvenes y joviales, la conversación había tomado, a pesar nuestro, un aire de aquella noche triste, y las palabras alegres se habían agotado rápidamente.

Uno de nosotros reanimaba constantemente la hermosa llama azul de un ponche que arrojaba sobre todos los objetos circundantes una claridad fantástica. Los inmensos bosquejos, los cristos, las bacantes, las madonas, parecían moverse y danzar sobre las paredes, como grandes cadáveres fundidos en el mismo tono verdoso. Aquel vasto salón, resplandeciente de día por las creaciones del pintor, lleno de sus sueños, había tomado aquella noche en la penumbra, un carácter extraño.

Cada vez que la pequeña cuchara de plata volvía a caer en el tazón lleno de licor encendido, los objetos se reflejaban sobre los muros con formas desconocidas y con tintes inauditos; desde los viejos profetas de barbas blancas hasta esas caricaturas que cubren las paredes de los talleres, y que parecen un ejército de demonios como los que aparecen en sueños o como los que dibujaba Goya. Además, la calma brumosa y fría del exterior aumentaba lo fantástico del interior; cada vez que mirábamos aquella claridad por un instante, nos veíamos a nosotros mismos con rostros de un gris verdoso, con los ojos fijos y brillantes como rubíes, los labios pálidos y las mejillas hundidas. Quizá lo más impresionante era una máscara de yeso, moldeada sobre el rostro de uno de nuestros amigos, muerto hacía algún tiempo, máscara que, colgada cerca de la ventana, recibía en su perfil el reflejo del ponche, lo que le daba una fisonomía extrañamente burlona.


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19 págs. / 34 minutos / 144 visitas.

Publicado el 23 de junio de 2016 por Edu Robsy.

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