Textos más vistos de Alejandro Larrubiera disponibles | pág. 6

Mostrando 51 a 60 de 62 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Alejandro Larrubiera textos disponibles


34567

La Diosa de los Ojos Verdes

Alejandro Larrubiera


Cuento


I

¡Ay de aquellos que no
posean una flor de la diosa
de los ojos verdes!...


Era el amanecer de un día del mes de las flores y del amor y con esto se ha dicho Mayo; la aurora desvanecía las sombras en que se encontraba cubierto el bosque, cuyos árboles, que en la noche parecían medroso batallón de gigantes que murmuraban una pavorosa é ininteligible plegaria, mostrábanse á la rosada luz del amanecer en toda su lozanía, poblados de hojas y de canciones; al pie de uno de estos árboles había un pastor.

Dormía, y su sueño debía de ser tan alegre como la aurora de aquel día; en su rostro dibujábase una sonrisa. ¿Quién sabe si el amor, el interés ó alguna de esas locas ambiciones del espíritu satisfarían á éste en la quimérica realidad del sueño?...

Los rayos del sol naciente vinieron á despertar al que dormía, quien, refregándose los ojos, miró en torno suyo, y al verse así á solas, al pie de un árbol, hizo un gesto de asombro.

—¡Todo mentira! —balbuceó con acento de amargura.

Y poniéndose en pie, echó á andar internándose en el laberinto del bosque; andaba el pastor á paso tardo, la cabeza inclinada al pecho, caídos los brazos: como anda quien se ve bajo la pesadumbre de grave preocupación.

—¡Sería yo tan feliz— pensaba en voz alta, poco cuidadoso de que los pájaros interrumpieran sus cantos para escucharle— si tuviese como el amo una casa, un huerto y un millar de ovejas! Con todo esto podría atreverme á hablar á Marcela, la hija del alcalde... ¡Y sería dichoso, dichosísimo: como cambiaría por rey ni príncipe alguno, porque el que se case con Marcela puede decir que se casa con la propia felicidad!

Y moviendo tristemente la cabeza continuó:


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 37 visitas.

Publicado el 22 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

La Envidia de los Dioses

Alejandro Larrubiera


Cuento


El rostro de Zeus no reflejaba la dulce serenidad propia del rey de los dioses, padre de los mortales y árbitro del mundo: los apretados rizos de su gentilísima barba traíalos en borrascoso desorden; el arco de sus cejas acentuábase sombrío, y sus ojos rasgados, encendíalos la cólera, fuego terriblemente amenazador en parecida deidad. Felizmente para los alegres vecinos del Olimpo, y los menos regocijados de la tierra, las divinas manos no empuñaban el rayo que convierte en cenizas las rocas y los hombres.

Zeus no reía, y ya es sabido que cuando Zeus no ríe, tampoco el cielo ríe: nubes negras y tormentosas cubriánlo con sus flotantes velos de lágrimas, prontas á caer en llanto torrenical sobre la tierra. Júpiter dábase á las mismísimas Euménides, y como el más vulgar é iracundo de los mortales, tirábase reciamente de las barbas y gruñía espantosas amenazas, que retumbaban como truenos en la celeste mansión, atemorizando á sus moradores que, á hurtadillas, cambiaban entre sí miradas que querían decir: «Papá Júpiter no está hoy para bromitas.»

Á la hora del yantar, Zeus no probó la ambrosía, y de un manotón tiró al suelo la áurea copa llena de néctar que le ofrecía Ganimedes. Juno tampoco probó el alimento inmortal: su rostro nublábalo también la cólera y el odio. Venus, Marte, Mercurio, Apolo, Minerva y los demás dioses y diosas asistían al cotidiano banquete mudos y recelosos, como hijos que esperan de un momento á otro que los papás se tiren los platos á la cabeza. Pero Zeus y Juno, para vengar sus íntimos agravios conyugales, no malograron la celestial vajilla: conformáronse prudentemente con dirigirse miradas de soberano desdén.

Zeus, terminado el yantar, levantóse de la mesa, asió del brazo á Mercurio, su correveidile, y señalándole la cima más alta del Olimpo, le dijo:

—Vámonos lejos de esta divina gentuza; tenemos que hablar.


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 34 visitas.

Publicado el 18 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

La Famosa Historia de Maese Antón

Alejandro Larrubiera


Cuento


La amplia cocina de maese Antón hallábase en tal noche de Nochebuena, hace de esto ya siglos, iluminada por la alegre y chisporroteadora llama de los verdosos troncos que se consumían en el llar, y por los monumentales candiles de hierro que pendían de la ahumada y robliza techumbre, decorada con lomos, chorizos, jamones, morcillas y otros substanciosos fililíes; las luces de los candiles semejaban almendras de oro flotantes en un espacio neblinoso.

Las mejillas y las narices de los comensales tenían un sospechoso barniz de escarlata; chispeaban los ojos y sonreían las bocas; habíase dado fin al pantagruelesco banquete, que empezó pasadas las doce de la noche. Maese Antón y su mujer, la hermosa Fredegunda, y los dos oficiales y los seis aprendices de la herrería considerábanse, en tal hora y en tal sitio, como los seres más venturosos de la tierra, que no hay cosa que despierte más pronto el regocijo en almas buenas y sencillas, libres de inquietud y de ambición, que una cena espléndida, pródigamente rociada con vinillo de lo añejo.


Leer / Descargar texto

Dominio público
10 págs. / 17 minutos / 39 visitas.

Publicado el 18 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

La Hada de los Ojos Verdes

Alejandro Larrubiera


Cuento


¡Ay de aquellos que no posean una flor
de la hada de los ojos verdes!

I

Era el amanecer de un día de mayo: el mes de las flores, del amor y de las hadas: las tres cosas más espirituales que pueden existir en el mundo; la aurora, como maga invisible, recogía los negros tules en que aparecía envuelto el bosque; los árboles, que en la noche semejaban medroso batallón de gigantes que dormía un sueño agitado, mostrábanse en toda su lozanía cuajados de hojas y de canciones; al pie de uno de estos árboles había un hombre joven vestido de pastor.

Dormía, y su sueño debía ser tan alegre como la aurora de aquel día, por cuanto en su rostro dibujábase una sonrisa. ¿Quién sabe si el amor, el interés ó alguna de esas ocultas ambiciones del espíritu satisfarían éste en la quimérica realidad del sueño?..

Los rayos del sol naciente vinieron á despertar al joven, el cual, refregándose los ojos, miró en torno suyo, y al verse así, tan solo, al pie de un árbol, hizo un gesto de asombro.

—¡Todo mentira!, balbuceó con acento de amargura.

Y poniéndose en pie, echó á andar por entre el laberinto del bosque; andaba el pastor á paso tardo, la cabeza inclinada al pecho, caídos los brazos: como anda quien se ve bajo el peso de una gran preocupación.

—¡Sería yo tan feliz!, pensaba en voz alta, poco cuidadoso de que los pájaros interrumpiesen sus cantos para escucharle. Si yo poseyera como el amo una casa, un huerto y un millar de ovejas, podría atreverme á hablar á Marcela, la hija del señor alcalde… ¡Y sería dichoso, dichosísimo: no me cambiaría por ningún rey ni príncipe, porque el que se case con Marcela puede decir que se casa con la propia felicidad!

Y moviendo tristemente la cabeza continuó:


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 48 visitas.

Publicado el 27 de julio de 2023 por Edu Robsy.

La Riqueza del Pobre

Alejandro Larrubiera


Cuento


I

Para aquel mocoso de Juanito, el hijo del carpintero, llegar á «ser hombre» era su gran ambición infantil.

Como de la vida no sabía palabra, consideraba las acciones de su padre como las más dulces gollerías que pudieran apetecerse.

Indudablemente cuando él, Juanito, tuviera los bigotes de su padre, tendría mujer é hijos, fumaría, sería contertulio de las tabernas del distrito, se emborracharía los sábados, andaría á moquetes con la familia, y en los días de gran repique, toros, meriendas, cafés, teatros, ¡juerga!, ¡mucha juerga!

Porque el mocito no iba á andar siempre con pantalones abiertos en aquella parte más blanda del individuo, ni el asistir á la escuela había de durar toda la vida. Medrados estábamos con la bicoca de á diario los señores de la palmeta calentaran las orejas por si uno sabe, mejor dicho, no sabe las lecciones del Catecismo, de la Gramática ó de la Aritmética.

¡La aritmética! ¡Dios soberano! ¿Pero quién sería el que inventó ese rompecabezas? ¿Quien sería ese Sr. Pitágoras, autor de la tabla de multiplicar?.

Y Juanito Fernández al llegar á estas consideraciones echábase á la nuca la gorrilla de seda y rascábase sin pulcritud alguna los pelufres que desmayadamente le caían sobre el rostro moreno y falto de agua.

¡Y si lo de estudiar fuera sólo en la escuela!.. ¡Santo y muy bueno!.. En su casa era el mayor martirio… A todas horas la madre gritándole:

—¡Juanito, á estudiar!.. ¡A estudiar, Juanito! ¡Juanito, que me vas á salir un burro!..

Y privado con tales apremios de salir á la calle á jugar al peón ó á los soldados… ¡Hombre! Una tiranía insoportable.

—¡Cuando yo sea padre!..

II

¡Los quince años!


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 42 visitas.

Publicado el 23 de julio de 2023 por Edu Robsy.

Los Ricos Improvisados

Alejandro Larrubiera


Cuento


Con los cincuenta y pico de años frisaba ya mi buen amigo D. Polibio Antúnez cuando tuvo la suerte de heredar á un tío suyo multimillonario, al que no conocía más que «de oídas», uno de esos tíos de novela que en la niñez abandonan su pueblo, descalzos y con los pantalones rotos, y retornan al cabo de los años mil á sus lares, podridos de dinero, con una afección crónica al hígado y un humor endiabladamente melancólico é irascible.

Don Polibio y D.ª Margarita, su mujer, creyeron soñar despiertos al verse en una notaría y saber de boca del representante del Nihil prius fide, que tenían á su disposición doscientos mil duros, mal contados, multitud de fincas rústicas y una posesión espléndida llamada El Castañar, en uno de los más pintorescos é ignorados valles asturianos.

Don Poli y señora, por el bien parecer, intentaron verter unas lagrimitas á la memoria del difunto; pero así como así no asoma el llanto á los ojos: redújose toda la manifestación de pesar á un forzado suspiro y á un «¡Pobre tío Pepe!», dicho á dúo con acento plañidero.

Y en la misma noche del día en que visitaron al notario, los Antúnez, ¡oh, Humanidad ingrata!, pusiéronse de veinticinco alfileres, y observantes del refrán egoísta del muerto al hoyo y el vivo al bollo, fuéronse á un famosísimo restaurant, bautizado en inglés —que ahora lo inglés priva en Castilla,— á endulzar la amargura de haber perdido un tío como aquel tío de Asturias. Esto de darse un banquete servidos por camareros con frac y calzón corto era el anhelo mayor del matrimonio desde hacía veinte años.


Leer / Descargar texto

Dominio público
6 págs. / 10 minutos / 37 visitas.

Publicado el 18 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

No Hay Mal...

Alejandro Larrubiera


Cuento


Las horas impuestas por la moda para el baño ó el paseo en la playa entreteníalas la aristocrática tertulia de damas y de caballeros que se establecía á orillas del mar, en animado charloteo en el que se referían y comentaban las noticias recibidas particularmente de la Corte ó recogidas en los periódicos. Tales referencias y comentarios eran como entremeses en el banquete de murmuración; el plato más fuerte y sabroso ofrecíalo la crónica de lo que ocurría ó presumían los maldicientes que había ocurrido, ó debía de ocurrir en la colonia veraniega.

El diálogo languidecía en aquella mañana por haberse agotado los temas de conversación: alguno de los contertulios disimulaba, lo más discretamente posible, un bostezo de aburrimiento.

En tal oportunidad llegó al mentidero Manolito Velalcázar de Iznaque, uno de los más renombrados sportsman, y también uno de esos afortunados mortales que saben todo lo que se guisa en casa del prójimo.

Después de saludar á la ilustre concurrencia, dijo con tono enigmático, como el que propone la solución de una interesante charada:

—¿Saben ustedes la gran noticia?...

Miráronse los contertulios, como avergonzados de su ignorancia.

Velalcázar sentóse en un «cesto», y recogiéndose parsimoniosamente los pantalones de lienzo crudo, recién planchados, prosiguió, gozándose en la ansiosa curiosidad que había despertado en el auditorio.

—No es fácil que la conozcan ustedes, porque hasta ahora sólo hay aquí dos personas que estén en el «secreto del sumario»: el director del Eco de esta ciudad y un servidorito: el director acaba de recibirla telegráficamente de su corresponsal en Madrid, y yo la he sabido de labios del director, y... y...

—¿Y qué es ello? —interrumpió, un poco impaciente con el pesado exordio, una respetabilísima dama que se moría por averiguar todo lo que no la importaba.


Leer / Descargar texto

Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 27 visitas.

Publicado el 22 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Prueba Infernal

Alejandro Larrubiera


Cuento


I

Antojósele á S. M. el diablo —gran padre de antojos— averiguar si eran cuentos chinos lo que a propósito del amor decíanle cuantos infelices caían en la morada infernal, y con ánimo torcido (que cosa derecha no ha de hacer quien con lo tortuoso goza) se disfrazó de persona decente estéticamente hablando, es decir, quitóse los cuernos y el rabito clásicos con que le describen las viejas y le pintan en retablo los fantaseadores del arte pictórico.

Asi arreglado como cualquier hijo de vecina que tiene dinero y gusto para vestirse, «surgió» Papá Botero á la haz terrestre, y como no era oportuno el corretear solo por este solarón ni mucho menos era práctico para hacer la prueba que intentaba, el señor demonio se trajo consigo una de las más deslumbrantes bellezas que encerraba en su vastísimo palacio. Era Zoa —así se llamaba la prójima— de lo más hermoso que pudiera soñarse y la tan acreditada tía Javiera de la hermosura, la Venus de Milo avergonzaríase —si es posible que una estatua se avergüence— de haber tenido engañada á la humanidad por espacio de muchos años á propósito de su singular y harmónica belleza femenil. Con decirles á Vdes. que al propio Lucifer se le hacía la boca agua al contemplar la plasticidad de su súbdita, creo decirlo todo. Y si, aún tú, lector malévolo, encontraras ditirámbicas mis afirmaciones, cierra por un segundo los ojos é imagínate la mujer más bellísima que para ti quisieras y esa es la fulana de mi historia. Y con esto ahorraremos, yo el buscar epítetos, y tú el cansancio de leerlos.

Con tan amable compañera, bien repleto el bolsillo de pecuniam dineritis, que no porque fuese S. M. diabluna, iba á eximirse de pagar como cualquier fulano lo que se la antojase comprar, halláronse Lucifer y Zoa en una carretera cierta tardecita de verano.


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 5 minutos / 29 visitas.

Publicado el 20 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Un Grande Hombre

Alejandro Larrubiera


Cuento


I

Tenía 16 años y no obstante representaba 20: vivía en el arroyo: era un gurriato callejero que vagaba con el bote de las colillas de aquí para allá, descalzo, con unos pantalones grises con grandes remiendos multicolores en las posaderas y rodillas, una blusa azul, desgarrada, sucia, y la gorra de seda negra encasquetada hasta las orejas: así vestía Tin, como le llamaban los de su harapienta cofradía. Vivía feliz, os lo juro, porque la felicidad muchas veces es moneda falsa en manos del rico y de preciados quilates en las del mendigo: nada hay más relativo.

Desde que la noche desaparecía barrida por la claridad del alba, hasta que el crepúsculo vespertino corría sus sombríos tules, Tin paseaba la villa y corte de un extremo á otro; desde el Rastro á la calle del Príncipe; desde la buñolería de la calle de La Chopa, al aristocrático local de Tornos: sus piés, en invierno, poníansele amoratados por el frío, pero estaba hecho á la intemperie: y cuando había lluvia aprovechaba el que ésta arreciase más para ponerse en medio del arroyo con la gorra metida en las untosas profundidades del bolsillo del pantalón, en donde tenían su domicilio la chaira ó navaja de muelles, albaceteña, los grasientos naipes para jugar al cané, el peón y otras baratijas, amén de mendrugos de pan, terrones de azúcar, hebras de mojama: una abacería.

Digo, que se consideraba con aquella salvaje independencia suya, felicísimo, y que aquel vivir, tenía para el muchacho encantos desconocidos para el resto de la gente: todos los días amanecía sin saber cómo ni en dónde había de tropezar con la «gracia de Dios», y él se las ingeniaba de forma que comía, si no precisamente á lo príncipe, como á su clase de «golfo» correspondía: bazofia, y á veces, podía darse el gustazo de un banquete de gallineja en los restaurants al aire libre de las rondas de Atocha ó de Toledo.


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 34 visitas.

Publicado el 20 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Un Noviazgo

Alejandro Larrubiera


Cuento


I

No sé cómo se llama la calle, mejor dicho, calleja; sólo sé que es una de tantas como se encuentran en el Madrid viejo: su empedrado, de guijas puntiagudas, es de los más primitivos é incómodos; las aceras las forman losas desgastadas, rotas, hendidas; las fachadas de las vetustas casas ofrecen un tono de ocre sucio.

El sol jamás acaricia esta callejuela, desde donde se ve el cielo como un jirón. La luz cae desmayada, y á todas horas, y en todos los momentos, reina un ambiente de melancolía y de sordidez que angustia. Los pasos del transeúnte resuenan lo mismo que en una caverna en esta vía siempre solitaria, en la cual sus vecinos pueden cómodamente estrecharse las manos de balcón á balcón, y fisgonear cuanto ocurre en el domicilio ajeno.

Una tarde, al pasar por la calleja, me sorprendió ver asomada al balcón de un primer piso á una preciosa muchacha, tipo neto de madrileña, con ojos que se abrían ensoñadores en su rostro pálido, de líneas suaves y correctas; cerca de la comisura de los labios, pétalos de rojo clavel, destacábase un lunar.

Seguí mi camino, y sin saber por qué, la loca de la casa —loca de remate en los que gustamos de «sorprender» historias de almas— se entregó á divagaciones acerca de la causa harto pueril de que se asomara al balcón en un sitio como aquél una joven como la del lunar.


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 34 visitas.

Publicado el 18 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

34567