Textos más populares esta semana de Alejandro Larrubiera disponibles | pág. 6

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autor: Alejandro Larrubiera textos disponibles


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Un Noviazgo

Alejandro Larrubiera


Cuento


I

No sé cómo se llama la calle, mejor dicho, calleja; sólo sé que es una de tantas como se encuentran en el Madrid viejo: su empedrado, de guijas puntiagudas, es de los más primitivos é incómodos; las aceras las forman losas desgastadas, rotas, hendidas; las fachadas de las vetustas casas ofrecen un tono de ocre sucio.

El sol jamás acaricia esta callejuela, desde donde se ve el cielo como un jirón. La luz cae desmayada, y á todas horas, y en todos los momentos, reina un ambiente de melancolía y de sordidez que angustia. Los pasos del transeúnte resuenan lo mismo que en una caverna en esta vía siempre solitaria, en la cual sus vecinos pueden cómodamente estrecharse las manos de balcón á balcón, y fisgonear cuanto ocurre en el domicilio ajeno.

Una tarde, al pasar por la calleja, me sorprendió ver asomada al balcón de un primer piso á una preciosa muchacha, tipo neto de madrileña, con ojos que se abrían ensoñadores en su rostro pálido, de líneas suaves y correctas; cerca de la comisura de los labios, pétalos de rojo clavel, destacábase un lunar.

Seguí mi camino, y sin saber por qué, la loca de la casa —loca de remate en los que gustamos de «sorprender» historias de almas— se entregó á divagaciones acerca de la causa harto pueril de que se asomara al balcón en un sitio como aquél una joven como la del lunar.


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Publicado el 18 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Señor Dimas

Alejandro Larrubiera


Cuento


I

Encorvado con el peso de los años, canosos los mechones de pelo, rebeldes á encarcelarse en la grasienta y agujereada pared de un sombrero de fieltro de alas abarquilladas, brillantes los ojos negros de dulce y melancólico mirar, crecidas las barbas de plata, el cutis como pergamino estrujado, la perlática mano abarrotando una cayada, necesario puntal para que el vetusto edificio del cuerpo no se desplomara, pulcro en medio de su pobreza, impregnado el continente de un aire señoril, vestigio de tiempos mejores, señor Dimas, cuando la rosada mano de la aurora descorre tímidamente la negra cortina de la noche para mostrar á los humanos el sol, su amante, salía de su albergue —choza más que casa— perdido en una hondonada, cerca del Manzanares, teniendo á sus espaldas los arenosos montículos de San Isidro y á su frente el Palacio Real, en tal momento sus inmensos lienzos de piedra bañados de tibia luz que resbala por la cristalería del balconaje sin romper sus cuadrados de negra sombra.

Señor Dimas, más por afición al trabajo que por necesidad, lleva un saco á la espalda y el gancho de trapero colgado de uno de los ojales de su chaquetón de pana, empedrado de remiendos zurcidos y costurones.

A paso tardo y ruidoso al chocar las ferradas botas contra los guijarros de la calleja, dirígese el valetudinario camino de la metrópoli madrileña, que entre las brumas del amanecer se columbra á lo lejos, en alto, levantando al aire las cúpulas de sus torres, como la fe puede alzar los brazos hacia lo infinito.


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Publicado el 19 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

La Campara de Chang-té-ku

Alejandro Larrubiera


Cuento


I

Es un cuento chino escrito en tablillas de bambú por Ti-chen, historiógrafo del hijo del cielo, hermano del sol y de la luna, y Gobernador único en la tierra, que estas denominaciones recibe modestamente el Cha ó Emperador de los de las narices chatas, vulgo, chinos.

Remonta el historiador su relato 10.000.000 de años antes de nacer Jesucristo, un grano de anís si se compara á la afirmación de Lassen, émulo de Confucio que con toda formalidad asegura que el celeste Imperio cuenta 92.000.000 de años historiables.

En la época señalada por Ti-chen, reinaba Chang-té-ku, que dicho sea sin ánimo de ofenderle, á pesar de ser hijo del cielo y pariente de los astros, era un chino clásico de vientre abultado, tez de barquillo, orejas de sátiro, frente cuadrangular y su poquitin de «coleta», amén de unos piés diminutos, única cosa admirable que orgullosamente podía ostentar el gran señor chinesco.

Chang-té ku, debía presentir á Luis XI de Francia: gobernaba sus estados lo más hipócritamente posible; disfrazándose de santo y justiciero hacía cuantas atrocidades se le antojaban; más claro: era el chino más chino: tiraba la piedra y escondía la mano.

Ello es —y aquí empieza la historia jeroglífica— que al hermano del sol le pareció cosa extraordinaria que las fulanitas de su reino, máxime las guapas en clase de chinas, se casaran con cualquiera de sus súbditos, así sin más ni más.


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Publicado el 20 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Un Grande Hombre

Alejandro Larrubiera


Cuento


I

Tenía 16 años y no obstante representaba 20: vivía en el arroyo: era un gurriato callejero que vagaba con el bote de las colillas de aquí para allá, descalzo, con unos pantalones grises con grandes remiendos multicolores en las posaderas y rodillas, una blusa azul, desgarrada, sucia, y la gorra de seda negra encasquetada hasta las orejas: así vestía Tin, como le llamaban los de su harapienta cofradía. Vivía feliz, os lo juro, porque la felicidad muchas veces es moneda falsa en manos del rico y de preciados quilates en las del mendigo: nada hay más relativo.

Desde que la noche desaparecía barrida por la claridad del alba, hasta que el crepúsculo vespertino corría sus sombríos tules, Tin paseaba la villa y corte de un extremo á otro; desde el Rastro á la calle del Príncipe; desde la buñolería de la calle de La Chopa, al aristocrático local de Tornos: sus piés, en invierno, poníansele amoratados por el frío, pero estaba hecho á la intemperie: y cuando había lluvia aprovechaba el que ésta arreciase más para ponerse en medio del arroyo con la gorra metida en las untosas profundidades del bolsillo del pantalón, en donde tenían su domicilio la chaira ó navaja de muelles, albaceteña, los grasientos naipes para jugar al cané, el peón y otras baratijas, amén de mendrugos de pan, terrones de azúcar, hebras de mojama: una abacería.

Digo, que se consideraba con aquella salvaje independencia suya, felicísimo, y que aquel vivir, tenía para el muchacho encantos desconocidos para el resto de la gente: todos los días amanecía sin saber cómo ni en dónde había de tropezar con la «gracia de Dios», y él se las ingeniaba de forma que comía, si no precisamente á lo príncipe, como á su clase de «golfo» correspondía: bazofia, y á veces, podía darse el gustazo de un banquete de gallineja en los restaurants al aire libre de las rondas de Atocha ó de Toledo.


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Publicado el 20 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

La Tribulación de Ben-al-Ker

Alejandro Larrubiera


Cuento


De ilustre prosapia, honrado con las más preciadas dignidades del Imperio, fuerte como un roble, poseedor de incalculables riquezas, Ben-al-Ker, reunía todo cuanto moral y materialmente trueca en marcha triunfal y venturosa el áspero caminar por la vida. Su palacio era el más hermoso de la ciudad, su harén podía competir, sin desventaja, con el del propio sultán; contábanse maravillas de los cientos de mujeres que le poblaban: bellezas encantadoras, de senos de alabastro, de ojos negros, amorosos y centelleantes.

Todos sus conterráneos querían y admiraban á Ben-al-Ker, cosa estupenda tratándose de un magnate. Era creyente férvido, y tan estricto cumplidor de lo preceptuado en el Corán, que llamábanle el Santo, por antonomasia, y á su palacio acudían, no se puede asegurar si movidos de la admiración, ó si para pedirle limosna, faquires y morabitos.


* * *


Cambio repentino, radical, que conmueve y trae en suspenso á la gente, es el que se ha operado en Ben-al-Ker: ofrécese á la pública curiosidad, silencioso, con la cabeza caída al pecho; el andar torpe; triste y distraído el mirar; la color quebrada, ceñudo el rostro, descuidado en el vestir; las barbas como las de un salteador de caminos: su aspecto es el de un hombre en ruina que ha visto agostarse en su alma, repentinamente, las flores de ilusión y alegría.

Aumenta el estupor y enciende el deseo de averiguar la causa de tan insólita metamorfosis, el saber que el ilustre moro no ha padecido quebrantos de fortuna, ni menoscabo en sus prestigios cerca del soberano, traiciones de mujer, falsedades de amigo, ni le aqueja enfermedad alguna, causas perennes de inquietud mortal y desfallecimiento del espíritu.

Ben-al-Ker, no confía á sus allegados ni á sus mujeres favoritas lo que por manera tan alarmante desbarata su fortaleza y entenebrece su vida.


* * *


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Publicado el 18 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

El Recuerdo del Tirano

Alejandro Larrubiera


Cuento


I

La mesnada de Juan León tenía algo del huracán: arrollaba cuanto á su paso se oponía.

Era el caudillo un hombre ambicioso y cruel: su pecho era más duro que la peña: su cabezal era de hierro. Y es claro, las cabezas de hierro no sienten.

Armado de todas armas, caballero en brioso alazán, el cuerpo encerrado en las duras planchas de la armadura tinta en sangre de cien peleas, al frente de sus parciales —un puñado de aventureros, buitres humanos, ávidos de sangre y de oro— Juan León apareció una tarde á la entrada del valle; un valle de la montaña, cubierta su extensa vega de maizales, cuajados de verdes mazorcas. El cierzo hacía balancear los tallos, arrancándoles un suave y prolongado quejido.

El sol poniente besaba con tibia y dorada luz las casucas de las aldeas y arrancaba luminosos destellos á los campanarios de las iglesias; los badajos golpeaban melancólicamente las metálicas paredes de las esquilas y campanillos, y en el aire resonaban las notas del Agnus Dei y el chirrido de las carretas perezosamente arrastradas por los bueyes. Algunos aldeanos cruzaban los senderos de la vega, al hombro el dalle y en la boca una canción de triste cadencia como lo son todos los cantos formados por la musa popular de la montaña.

Al pie de unos nogales hicieron alto aquellos guerreros.

Juan León dirigió una codiciosa mirada al valle y pensó en voz alta:

—¡Esta tierra ha de ser nuestra!

—Lo será—afirmó con fe ciega el que hacia las veces de lugarteniente.

II

¡Lo fue!...

La tropa de Juan León se apoderó por sorpresa del valle.


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Publicado el 20 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

El Ministro Cachivache

Alejandro Larrubiera


Cuento


I

La cosa pública fue siempre para Manolo Cachivache el verbo de todo lo existente, y en tal estima tenía y tan sabrosa hallaba la cotidiona comidilla de la política, que, sentado en la angostez de su taller de zapatero, sito en el portalucho de una casa de la calle de la Ruda, pasábase, de sol a sol, con las antiparras caladas y los diarios resbalando por sus narices á tres milimetros lo negro del impreso del blanco de los ojos; y parroquiano o parroquiana que acertase á encajar su persona en el metro en cuadro del tabanque era sabido que, antes de finalizar en el ajuste de los remiendos de las mal traídas botas, derrochaba, quieras que no más de una hora en oirle al Marat de obra prima, un programa político ad-usum del pueblo, con el tan socorrido «corte de cabezas», democracia y libertad, ¡mucha libertad!, todos los ciudadanos fraternizando en una misma comunión de ideas... Y nada de pobres y ricos; lo tuyo, mío; y lo mío, mío; un reparto social, y cátate la pobre España hecha una balsa de aceite, y tutilimundi, un bienaventurado que no tendría quebraderos de meollo para agenciarse el pan nuestro, mejor, cocido de cada día.

Y esto decíalo Cachivache con la cabeza erguida, á la nuca un desperdicio de gorro verde, con más lamparones que sotana de sacristán perdulario, las antiparras en perenne equilibrio sobre la punta roja de su nariz, que


«Las doce tribus de narices era»


y en el gesto no se qué de apóstol furibundo que con altisonancias, gritos y aspavientos quisiera convencer al auditorio de la infalibilidad de sus doctrinas.


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Publicado el 20 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

La Castellana de Medialdúa

Alejandro Larrubiera


Cuento


I

¡Pobre castellana de Medialdúa!

Desde la torre del homenaje de tu mansión, que, en lo alto de la montaña, parece desafiar al Cielo, miras melancólica las humildes golondrinas, mucho más felices que tú por cuanto no tienen un tirano que las aprisione.

¡Cuántas veces á la hora en que la iglesia llama á tus vasallos á la oración, has apoyado tu cuerpo en una de las barbacanas, y tus ojos, impregnados de lágrimas, han vagado por la feraz campiña que, á lo lejos, limita una montaña, tras de la cual el sol se hunde.

Al pie de ta castillo resuena en la callada noche una canción de amores.

¡Escúchala, castellana de Medialdúa!

Se trata de un amante incógnito por el que suspiras con tristeza.

Escuchas atenta, murmuras no sé qué frase, sonríes, y al volver el rostro te encuentras con la cara hosca del conde, tu marido y señor; al verle, lanzas un grito y huyes de su presencia con el azoramiento de la paloma que divisa al gavilán.

¡Pobre castellana de Medialdúa!

II

Feo, enano, patizambo, cargado de espaldas era Zario, el bufón de los señores de Medialdúa.

Si de él nadie en el castillo hacía caso, él en cambio reíase de todos y odiaba á todos, excepto á doña Luz, su ama y señora.

Por ésta sentía el estrambótico Zario amor tan grande, que degeneraba en locura.

Viéraisle acurrucado como un perro en un ángulo de la estancia de doña Luz, fijos los ojos en ésta, mientras que sus labios temblaban perceptiblemente; viéraisle á la hora en que nadie podía observarle, arrastrándose por el suelo como un reptil, ir besando los sitios en donde posó sus plantas la rica hembra; viéraisle, en fin, pasar las noches en claro, tendido como un perro junto á la puerta del dormitorio señorial, velando atento el sueño de la condesa, y de seguro tendríais lástima de aquella caricatura de hombre.


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Publicado el 22 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Un Viaje en Diligencia

Alejandro Larrubiera


Cuento


I

«¡Calumnia!» —murmaraban mis labios con acento trémulo, mientras que aquella otra voz del alma preguntaba con mortal amargura: «¿Será verdad?»

Julia, mi primer amor, me había traicionado miserablemente, según aseguraba el odioso anónimo.

¡No, mil veces no!—protestaba.

En tan angustioso momento, recordé aquellos otros felicísimos de pasión. Ante mí veía á Julia, lo mismo que en la aldea, ruborosa y amante, diciéndome á media voz —como se revelan siempre los grandes secretos del alma—; «¡Ningún otro hombre que tú será mi dueño!» Y al decirme esto, estrechaba nerviosamente entre sus manos las mías, como para dar mayor fuerza á su protesta. Y como si esto aun no bastara, sus ojos, en los que yo bebía anheloso toda una vida de idealísimo goce, clavábanse en los míos, serenos, como ciclos jamás empañados por la nube del engaño.

¡Y tales ojos y tales cielos eran mentira!

II

Al anochecer de aquel día en que tan rudo golpe sufrió mi credulidad amorosa, me encontré instalado en el interior de una diligencia: que en mis mocedades aun era el ferrocarril una nebulosa.

Seis eran los compañeros de viaje: un señor cura; un viejo que tenía trazas de comisionista de comercio, una jamona andaluza de no mal ver, un niño como de catorce años, que debía de ser su hijo, y una parejita de novios, á juzgar por el dulce mosconeo con que se arrullaban en uno de los rincones del vehículo.

Dispuso la casualidad que mi asiento correspondiera al más próximo de los que ocupaba la susodicha pareja: el hombre, un señor como de cuarenta años, de rostro simpático, no pudo reprimir un gesto de disgusto; en cuanto á la señora, ignoro la cara que pondría, porque la ocultaba una espesa toquilla.


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Publicado el 22 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Prueba Infernal

Alejandro Larrubiera


Cuento


I

Antojósele á S. M. el diablo —gran padre de antojos— averiguar si eran cuentos chinos lo que a propósito del amor decíanle cuantos infelices caían en la morada infernal, y con ánimo torcido (que cosa derecha no ha de hacer quien con lo tortuoso goza) se disfrazó de persona decente estéticamente hablando, es decir, quitóse los cuernos y el rabito clásicos con que le describen las viejas y le pintan en retablo los fantaseadores del arte pictórico.

Asi arreglado como cualquier hijo de vecina que tiene dinero y gusto para vestirse, «surgió» Papá Botero á la haz terrestre, y como no era oportuno el corretear solo por este solarón ni mucho menos era práctico para hacer la prueba que intentaba, el señor demonio se trajo consigo una de las más deslumbrantes bellezas que encerraba en su vastísimo palacio. Era Zoa —así se llamaba la prójima— de lo más hermoso que pudiera soñarse y la tan acreditada tía Javiera de la hermosura, la Venus de Milo avergonzaríase —si es posible que una estatua se avergüence— de haber tenido engañada á la humanidad por espacio de muchos años á propósito de su singular y harmónica belleza femenil. Con decirles á Vdes. que al propio Lucifer se le hacía la boca agua al contemplar la plasticidad de su súbdita, creo decirlo todo. Y si, aún tú, lector malévolo, encontraras ditirámbicas mis afirmaciones, cierra por un segundo los ojos é imagínate la mujer más bellísima que para ti quisieras y esa es la fulana de mi historia. Y con esto ahorraremos, yo el buscar epítetos, y tú el cansancio de leerlos.

Con tan amable compañera, bien repleto el bolsillo de pecuniam dineritis, que no porque fuese S. M. diabluna, iba á eximirse de pagar como cualquier fulano lo que se la antojase comprar, halláronse Lucifer y Zoa en una carretera cierta tardecita de verano.


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2 págs. / 5 minutos / 30 visitas.

Publicado el 20 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

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