El Quijote de la Boardilla
Alejandro Larrubiera
Cuento
Era un ente extraño y estrambótico el vecino de la boardilla. Vivía en ella completamente solo, y, a no ser por la portera (unico ejemplar de la especie humana con el cual se comunicaba), tomárase a D. Miguel por uno de esos filósofos recalcitrantes que odian al prójimo y viven y mueren en el mundo como plantas parásitas.
D. Miguel vivía como el caracol, siempre metido en su concha, y solo se permitía el exceso de salir de ella una voz al mes.
Cosa extraña era, a la verdad, tal régimen, y mas extraña era la catadura que ofrecía el dicho inquilino cuando salía a la calle a hacer su visita mensual.
Y si extrañas eran estas circunstancias, no le iban en zaga los atavíos con que adornaba su escuálida, amojamada y peregrina personalidad.
Eran aquellos unos zapatones de cuero con mas años, acaso, que céntimos tiene una peseta; unos pantalones azules de ancha campana, tan ancha, que se podía tomar muy bien como modelo en tela de la célebre de Toledo; un chaleco con solapas de a tercia; un gabán de color indefinible, largo, ancho y lleno de lamparones; y como remate un sombrero de copa, coetáneo de los zapatos, y todo el lleno de bollos y con el pelo planchado al revés por los anos.
A esto, que le daba aspecto de trapero de tiempos de O’Donnell agréguense una bufanda de lana que D. Miguel malamente se anudaba al cuello, y un bastón, mejor cayado, en que apoyaba su descarnada diestra, y burla burlando hemos dado a conocer los trapitos con que el vecino de la boardilla se emperejilaba para efectuar su excursioncita mensual.
Era también de notar que siempre que regresaba de esta volvía acompañado de un mozo de cuerda que traía a la mano y con sumo cuidado varias cosas de formas y hechuras heterogéneas, muy envueltas en periódicos y atadas con bramantes.
La ociosidad, dicen, es madre de todos los vicios; pero yo tengo que la curiosidad lo es de todas nuestras flaquezas morales.
Dominio público
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Publicado el 27 de julio de 2023 por Edu Robsy.