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autor: Alejandro Larrubiera editor: Edu Robsy textos disponibles


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El Cuento de Año Nuevo

Alejandro Larrubiera


Cuento


Por Cristo Nuestro Señor que comenzaba de perlas el año… Noche más triste, obscura y helada no pudo soñarse: la nieve caía mansamente sobre la haz de la tierra, el viento huracanado hacía gemir con tintineante son las campanas de la iglesuca de Villabrines, uno de tantos pueblos de la montaña ignorados para los geógrafos, aldea que tenía por junto treinta casas y un centenar de habitantes.

No os llamaréis á engaño si os juro que en tal noche, pasadas ya las doce, todos los villabrinenses, chicos y grandes, mozos y mozas, dormían á pierna suelta muy metiditos en la cama, sin darse cuenta de que la nieve, obrera impertérrita, iba extendiendo sus helados cendales por la haz de la tierra.

Miento bellacamente al afirmar que todos dormían, porque de una casuca emplazada al promedio de la calle Real salió un hombre mozo que al exponer las narices al poco agradable ambiente de la noche, subióse la bufanda hasta los ojos, calóse la boina hasta las cejas y metidas las manos en las profundidades de los bolsillos del pantalón, rompió á andar con pisar recio por la calleja á cayo final abríase un sendero que conducía á un bosque de nogales y castaños.

Si á ti lector te da el naipe por pararte á reflexionar en esta historia que te cuento, es posible que presupongas que muy mal estaba con su persona quien en parecida noche tan locamente la exponía, pero sí te advierto que el amor hacía mover tan gentilmente las piernas de nuestro personaje, encontrarás muy disculpable el caso: que por amor sabido es que se cometen mil y una tonterías. Bueno: sigo ya en línea recta mi narración.


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4 págs. / 7 minutos / 40 visitas.

Publicado el 27 de julio de 2023 por Edu Robsy.

El Corsé Nupcial

Alejandro Larrubiera


Cuento


I

¡Pobre Amalia! Padecía mal de amores… Ya no resonaba en el obrador el alegre gorjeo traducido en copla popular que salía de su garganta, ni su risa argentina como el rebotar de perlas sobre finísimos cristales dejaba entrever sus hileras de dientes me nudos piñones engarzados en elipses de grana. Estaba triste y en la tarde de aquel sábado sus ojos aguanosos permanecían fijos en el magnífico corsé en que trabajaba… Un corsé nupcial de gran mérito, con labor finísima, flores y encajes de nívea blancura que competía con la del raso que servía de forro al armatoste de ballenas y alambres.

La maestra, una mujercita vivaracha, con gesto de displicencia y frase dura encomiaba á su oficiala predilecta la pronta terminación de la labor.

—Corre mucha prisa… lo necesitan para esta noche.

Y ¡hala que hala! iba la corsetera finalizando aquel corsé que era una maravilla. Los ojos de la oficiala se anublaban más y más. Llegó un momento en que las nubes de tristeza chocaron entre sí en el hermoso horizonte de sus pupilas y dos indiscretas lágrimas fueron á caer sobre el raso… Nadie notó el desprendimiento de aquellas gotas de agua salada…

II

Aquel corsé era el gran culpable del llanto de su confeccionadora.

La historia os la explicaré, así, de prisa, porque hay historias que basan sus cimientos en la sensibilidad y no tienen más resumen que una lágrima ó un suspiro.


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3 págs. / 6 minutos / 22 visitas.

Publicado el 21 de julio de 2023 por Edu Robsy.

El Collar de la Princesa

Alejandro Larrubiera


Cuento


Los ojos de la hermosa princesa Brisamor son como esmeraldas cuando el sol las acaricia con su lumbre de oro.

Los ojos de la hija del rey Amaranto jamás han sido empañados por el pesar.

Desconoce lo que es padecer, y su vida es como la de esos riachuelos del país del Encanto, que se deslizan plácidos entre riberas cuajadas de flores, sin que el espejo movible de sus aguas copie el negro nubarrón de las tempestades: el cielo que copia es eternamente azul, sonríe eternamente.

Todo cuanto rodea á Brisamor es azul y risueño: ni la más ligera nubecilla, formada por el desencanto ó la contrariedad, ha ensombrecido el espejo de su alma inocente.

Ni aun Eros, la más tiránica de las divinidades, ha sido huésped enojoso, como lo es casi siempre que se alberga en los humanos corazones: Brisamor se ha casado enamorada de su primero y único pretendiente, el príncipe que para galán hubieran soñado las más románticas princesas.

Todo sonríe en el camino de flores y de venturas que el destino ha trazado á la gentil y hermosa hija del rey Amaranto.

Sus ojos, del color de las esmeraldas cuando el sol las acaricia con su lumbre de oro, jamás han sido empañados por el dolor, antes por el contrario, de día en día es su brillo más intenso: que la alegría de vivir es antorcha prodigiosa para iluminar las pupilas de los mortales.


Ha llegado á la corte de Amaranto un viejo estrambótico llamado Alfa, que cubre su esquelético cuerpo con una arlequinesca hopalanda bipartida: rosa y negro son sus colores, y la caperuza con que se cubre es de un tejido de oro que deslumbra.


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5 págs. / 9 minutos / 79 visitas.

Publicado el 18 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

El Ansia del Placer

Alejandro Larrubiera


Cuento


(Al eminente escritor D. Carlos Frontaura)

I

Al recorrer las sombrías galerías de no recuerdo qué convento, vi en una hornacina, cuyos bordes festoneaba raquítico musgo, una imagen tallada en piedra representando á la Virgen del Carmelo.

La escultura se hallaba asaz deteriorada, y sus perfiles carcomidos por la destructora acción del tiempo.

Al pie de la hornacina, y grabado en el muro, se leía una inscripción que avivó mi curiosidad.

En caracteres góticos, apenas perceptibles, se leía:


AQUÍ MURIÓ
NOEMI LA HEBREA
ROGAD A DIOS POR SU ALMA
ANNO MCDXCIV


Instigado por la curiosidad, y después de indagar lo que la extraña inscripción significaba, pude reconstruir el drama que hace cuatro siglos se desarrolló ante aquella sacra imagen del Carmelo.

II

Hugo de Florestán había llegado á los veinte años, llena su alma de misticismo á la par que ardiente apasionamiento por algo que no sabía definir en su todavía virginal alma.

Hijo de nobles, el destino le brindaba un brillante porvenir.

La guerra contra el moro se hallaba declarada con gran ahínco, y ya los Reyes Católicos cercaban á Granada, último baluarte del musulmán, construyendo el Real de Santa Fe.

Hugo se alistó en las huestes que á la sazón se formaban.

Asistió al asalto de la ciudad mora, joya inapreciable hacia la cual se volvían todas las miradas: las de los cristianos llenas de avaricia, las del musulmán impregnadas de lágrimas.

El joven Hugo, en vista de que el fragor de la batalla le impresionaba demasiado y que nunca llegaría á ocupar un pueblo brillante en la guerra, resolvió retirarse á un convento.


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7 págs. / 12 minutos / 54 visitas.

Publicado el 24 de julio de 2023 por Edu Robsy.

El Ángel se Duerme

Alejandro Larrubiera


Cuento


El viejo Conde Falcón escuchaba impaciente y malhumorado las nuevas que de su hija D.ª Violante le traía Pero Martín, su escudero.

Encarándose con éste, al término de su relato le dijo con fiera acritud:

—¡Por Cristo crucificado, que he de hacerte colgar de una almena como no sea cierto lo que acabas de contarme!

—Señor, yo no miento —se atrevió á replicar el susodicho.

—Pero, ven acá, condenado. ¿Cómo se armoniza lo que tú me dices de que á un mismo tiempo doña Violante y su esposo don Rodrigo se quieran como á las niñas de sus ojos y se odien á muerte?... Vamos á ver cómo explicas este contrasentido... ¡Habla! ¡Contesta!... ¡No te quedes así parado como un idiota!...

Y dicho todo este aluvión de frases, el viejo Conde empezó á dar grandes pasos á lo largo de la suntuosa cámara, mientras que Pero Martín rascábase la cabeza, como si con las uñas quisiera sacar del caletre las explicaciones que tan políticamente se le pedían.

—¡Acaba! —ordenó el de Falcón, deteniéndose súbitamente en sus paseos.

—En Dios y en mi ánima, señor, que lo que acabo de contaros es el Evangelio: doña Violante y don Rodrigo ha más de un año que se casaron, y hasta hace pocos días parecían tórtolos por el mucho amor que á ojos vistas se profesaban ambos á dos... Envidia y contento de todos nosotros era presenciar su ventura... El cielo y...

—¡El infierno!... ¡Acaba de una vez, escudero parlatán!...


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2 págs. / 4 minutos / 42 visitas.

Publicado el 18 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

El Alma del Público

Alejandro Larrubiera


Cuento


En la tertulia nocturna que se forma en la señorial morada de la Condesa de Almeida, dama prócer del más puro y rancio abolengo aristocrático, constituyese en cantón independiente un corrillo, en el que figuran un senador por derecho propio, rechonchete y parlanchín, que, las contadas veces que ha dicho «esta boca es mía», en la alta Cámara, ha empezado con un «Entiendo yo, señores»; un bizarro general, más famoso en los campos de Venus que en los de Marte; un D. Felipe Gutiérrez, banquero y cristiano, aunque parezca turco por el número de «odaliscas» que sostiene con munificencia de nabab; y D. Jerónimo Acuña de Mendoza, magistrado del Supremo: un cuarteto que suma un total de doscientos cincuenta años: los cuatro señores son calvos, y solemnes; juegan al tresillo, y cuando no juegan, discurren sobre trascendentales problemas políticos, jurídicos ó sociales, charlan de sus dolencias, ó rememoran su mocedad.

Una de estas noches, y á propósito de una sangrienta colisión habida en las calles por la chusma insubordinada, derivó el dialogar de los sesudos vejestorios hacia la particularísima psicología de las multitudes.

—Entiendo yo, señores míos —afirmaba quien ustedes se suponen— que el alma de las muchedumbres es perversa y...

—¡Alto allá, Peribáñez! —refutaba el banquero, un Pangloss con automóvil— las muchedumbres son siempre manadas de borregos.

—Amigos míos —intervino el General,— borregos que se convierten en leones. Recuerdo yo que cuando lo de Treviño...

Y disponíase á colocar por milésima vez lo de la heroica carga, cuando Acuña cortó el hilo de su narración, afirmando gravemente:


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5 págs. / 10 minutos / 38 visitas.

Publicado el 18 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Don Seráfico

Alejandro Larrubiera


Cuento


I

En todo tiempo veíase á don Seráfico, pianista del Café del Universo, con un chaquet color verde botella, raído y lustroso; un chaleco de pana, negro, constelado de manchitas, manchas y manchones; la corbata, en forma de lazo, deshilachada, grasienta; un pantalón negro más encogido que pudoroso, dejaba al aire los calcetines de lana corcusidos, presos en la cárcel de unas botas de elásticos tan flojos como el cuello, puños y pechera de la camisa, reñidos con el almidón y faltos de los ardores de plancha precisos para el mayor lucimiento y consistencia de prenda tan necesariamente vistosa.

Corría parejas con tales trapitos —y bien sabe Dios que no de lujo— el chambergo á lo Rubens; de cerca, su color resultaba verdoso; de lejos, azulino, y en todas partes y á todas luces, un fieltro arruinado.

Rompía en invierno don Seráfico la monotonía de su empaque colgándose un inmenso carrick color ceniza, sabroso manjar de polillas á juzgar por lo raído de su urdimbre, y una monumental bufanda, color de chocolate, fogueadas sus puntas por las chispas de cientos de pitillos y ribeteada de mugre en aquella parte que mayor roce tenía con el cuello y pelo de su no muy pulcro poseedor.

Armonizaba el traje con la parte física del individuo; que era este don Seráfico, aunque corto de genio, largo de estatura, seco, avellanado, cargado de años y de espaldas; ruin de cabello, que en la mollera sólo tenía un mechoncito coquetonamente desparramado para mejor disimular la calvicie; las narices eran acaballadas, los ojos castaños, sin expresión, el bigote hirsuto, á trechos rubio como el oro y canosa su tonalidad.


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5 págs. / 9 minutos / 39 visitas.

Publicado el 22 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Cuento de Nochebuena

Alejandro Larrubiera


Cuento


Es la noche blanca; el cielo tiene el color de la azucena, y la luna, al enviar su beso de luz, arranca suaves reverberaciones de plata á la nieve que cubre la tierra y viste los picachos de los montes.

Quietud solemne y augusto silencio en los campos; clamoroso zumbar de colmena en la ciudad. Hay sones pastoriles en sus calles, que recorren las turbas de muchachos con regocijada greguería, anunciando, con el rataplán de sus tambores y sus frescas y puras voces infantiles, que es la Gran Noche, la noche de los recuerdos melancólicos del hogar, noche bendita, en la que ha siglos una estrella, bogando como lágrima de oro por el tul de los cielos, anunciaba á los hombres que Aquél que es todo amor les libraba de las cadenas del pecado original.

Noche alegre: noche venturosa. La muchedumbre, como ejército de hormigas, invade las calles de la ciudad, que rebosan ruido y algazara; entra en las tiendas, se para en los puestos de los ambulantes, y se provee de vituallas de boca. Hay que celebrar la Gran Noche como suelen celebrar sus fiestas los humanos, que si no se dan hartazgo de comer y de beber, creen que no se divierten.

Yo, pobrecito de mí, lejos de mi patria, extraño en la ciudad, discurro por sus calles con un maltrecho violín bajo el brazo. No alegra mi bolsillo el tintinear de las monedas, ni mi espíritu la esperanza de poseerlas, para llevar á mi hogar, mísera boardilla, no ya las chucherías y fililíes gastronómicos que veo en los escaparates y en manos de la mayoría de los transeúntes, sino la parca colación de los menesterosos.


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7 págs. / 12 minutos / 47 visitas.

Publicado el 22 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Cuarto Menguante

Alejandro Larrubiera


Cuento


I

Hombre mas crédulo y aprensivo que D. Lucas, el boticario, dudo que exista. Antes de levantarse se santigua, como buen cristiano que es, y procura que el pie derecho sea el primero que pise la alfombrilla que tiene delante de la cama: colócase las babuchas; y en paños menores, luciendo unos calzoncillos y camiseta de bayeta roja, que le hacen parecer un enorme cangrejo cocido, atisba desde los cristales del balcón si el cielo está raso y si muestra el sol su ardiente cara. Se sonríe si así ocurre; si no, masculla con gesto contristado:

—¡Malorum! ¡Malorum!...

A este D. Lucas, mi vecino, no hay cosa que más tristón le ponga que sea martes, mayormente si es día trece, ni bicho que más le azore que un moscardón zumbando por encima de su calva —que el hombre perdió el pelo en lucha consecutiva con 60 inviernos.

Si casualmente en la calle tropieza con algún carro fúnebre, es seguro que por la noche, á trueque de asfixiarse, se echa por encima de la cabeza los embozos de sábanas, mantas y colcha. Y aun así y todo, sueña con que el incógnito difunto ha dado en la gracia de colarse, por arte de birlibirloque, en la alcoba.

Si el tal carro no lleva su triste carga, D. Lucas, con las manos metidas en los bolsillos, gruñe:

—Hoy recibo yo algún desengaño gordo.

En lo cual no miente; porque, ¿quién no recibe al día un desengaño, y aun ciento?...

Si en la vecindad aulla algún perro, D. Lucas, cruzándose de brazos, murmura proféticamente:

—¡Ya ha caído pieza!

Es decir, algún vecino está para liárselas al otro barrio. Y D. Lucas se impresiona, «enfunebreciéndose», y en la farmacia no da pie con bola, y despacha crémor tártaro por bicarbonato, y cosas por el estilo, y en casa ni almuerza, ni come, ni sabe en dónde puso las babuchas, ni en dónde dejó La Correspondencia, preocupado con la defunción anunciada por el chucho.


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4 págs. / 7 minutos / 47 visitas.

Publicado el 20 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Corazón

Alejandro Larrubiera


Cuento


I

Terminada la carrera de ciencias en la Universidad de Berlín, no quiso el doctor Franz ser uno de esos sabios de biblioteca, pobres folicularios que no saben de la vida más allá de lo que buenamente les cuentan sus libracos. Estudiar la naturaleza en todas sus manifestaciones, exhumar el recuerdo de pasados tiempos, contemplar de cerca tanta y tanta grandeza como yace olvidada entre el polvo del tiempo y el polvo del olvido, esos eran los propósitos del joven y rico doctor alemán.

Visitó el Egipto, primitiva cuna de la civilización, pudo desenmarañar los signos de su escritura ideográfica esculpidos en las suntuosas moles de granito de sus tumbas faraónicas, y quedó sorprendido del espíritu ferviente de aquellos hombres que se construían para la eternidad palacios gigantescos; en Oriente leyó en los artísticos ladrillos de sus pagodas y mezquitas las máximas del Alcorán y cuanto la fantasía de los pueblos árabes ha producido; Persia, Asiria y la Media descubriéronle los secretos del poderío de sus imperios en los enrevesados ideogramas de su escritura cuneiforme; pero estos conocimientos no tenían para el doctor otro interés que el de aumentar su cultura; no le llevaban á ningún fin práctico.

Imbuido por una filosofía extraña á toda escuela conocida, Franz quiso descubrir el logos, el verbo, palabra ó signo de un algo que él no había encontrado en ningún códice ni en incunable alguno, pero que debía existir. La mitología pagana describe con el más seductor de los optimismos las fuentes de salud que por siempre conservaban incólume la hermosa juventud del cuerpo á los que bebían de su agua milagrosa.


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6 págs. / 11 minutos / 51 visitas.

Publicado el 19 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

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