La Diosa de los Ojos Verdes
Alejandro Larrubiera
Cuento
I
¡Ay de aquellos que no
posean una flor de la diosa
de los ojos verdes!...
Era el amanecer de un día del mes de las flores y del amor y con
esto se ha dicho Mayo; la aurora desvanecía las sombras en que se
encontraba cubierto el bosque, cuyos árboles, que en la noche parecían
medroso batallón de gigantes que murmuraban una pavorosa é ininteligible
plegaria, mostrábanse á la rosada luz del amanecer en toda su lozanía,
poblados de hojas y de canciones; al pie de uno de estos árboles había
un pastor.
Dormía, y su sueño debía de ser tan alegre como la aurora de aquel día; en su rostro dibujábase una sonrisa. ¿Quién sabe si el amor, el interés ó alguna de esas locas ambiciones del espíritu satisfarían á éste en la quimérica realidad del sueño?...
Los rayos del sol naciente vinieron á despertar al que dormía, quien, refregándose los ojos, miró en torno suyo, y al verse así á solas, al pie de un árbol, hizo un gesto de asombro.
—¡Todo mentira! —balbuceó con acento de amargura.
Y poniéndose en pie, echó á andar internándose en el laberinto del bosque; andaba el pastor á paso tardo, la cabeza inclinada al pecho, caídos los brazos: como anda quien se ve bajo la pesadumbre de grave preocupación.
—¡Sería yo tan feliz— pensaba en voz alta, poco cuidadoso de que los pájaros interrumpieran sus cantos para escucharle— si tuviese como el amo una casa, un huerto y un millar de ovejas! Con todo esto podría atreverme á hablar á Marcela, la hija del alcalde... ¡Y sería dichoso, dichosísimo: como cambiaría por rey ni príncipe alguno, porque el que se case con Marcela puede decir que se casa con la propia felicidad!
Y moviendo tristemente la cabeza continuó:
Dominio público
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Publicado el 22 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.