La Felicidad del Ajenjo
Alejandro Larrubiera
Cuento
Camino de Vicálvaro en medio de un campo erial, se levanta un pino raquítico y contrahecho. Los pájaros jamás han anidado en él: en la carcoma de su podrida madera se deslizan los reptiles más asquerosos: cuando el viento Norte sopla iracundo, sus ramas resecas se quiebran con ruido siniestro... En las noches en que la luna viste con túnica blanquecina la tierra, el árbol es un espía en medio de la soledad. Parece retorcerse con la más violenta contorsión de espanto por verse tan solo, tan abandonado...
* * *
La corbata traíala mal hecha y como si aspirase á ceñirse al
cogote; el traje, más pecaba de sucio que de elegante; el cuello y la
pechera parecían haber reñido con el agua y el almidón; los pantalones,
deshilachándose, rozaban el suelo; las botas tenían barro adherido á los
bordes de la suela y los tacones torcidos. Por las mejillas paliduchas
avanzaban revolucionariamente las barbas mal perjeñadas; los ojos, como
los de las muñecas de biscuit, brillaban mucho, pero sin expresión; el
sombrero que coronaba tales ruinas y roñosidades, ofrecíase abollado,
grasiento. Tan astroso é incorrecto encontré la otra tarde á la puerta
del café del Diván á mi amigo Luis, que no há pocos meses era
el joven más elegante, atildado y rico de la buena sociedad madrileña:
encanto de señoritas en estado de merecer, desvelo de señoras casadas,
mimo de mamás con ascenso inmediato á suegras y temor de padres,
hermanos y maridos celosos de su honor.
Nos dimos las manos, y Luis, conociendo la sorpresa que su empaque me producía, me dijo, sonriéndose irónicamente:
Dominio público
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Publicado el 19 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.