El Recuerdo del Tirano
Alejandro Larrubiera
Cuento
I
La mesnada de Juan León tenía algo del huracán: arrollaba cuanto á su paso se oponía.
Era el caudillo un hombre ambicioso y cruel: su pecho era más duro que la peña: su cabezal era de hierro. Y es claro, las cabezas de hierro no sienten.
Armado de todas armas, caballero en brioso alazán, el cuerpo encerrado en las duras planchas de la armadura tinta en sangre de cien peleas, al frente de sus parciales —un puñado de aventureros, buitres humanos, ávidos de sangre y de oro— Juan León apareció una tarde á la entrada del valle; un valle de la montaña, cubierta su extensa vega de maizales, cuajados de verdes mazorcas. El cierzo hacía balancear los tallos, arrancándoles un suave y prolongado quejido.
El sol poniente besaba con tibia y dorada luz las casucas de las aldeas y arrancaba luminosos destellos á los campanarios de las iglesias; los badajos golpeaban melancólicamente las metálicas paredes de las esquilas y campanillos, y en el aire resonaban las notas del Agnus Dei y el chirrido de las carretas perezosamente arrastradas por los bueyes. Algunos aldeanos cruzaban los senderos de la vega, al hombro el dalle y en la boca una canción de triste cadencia como lo son todos los cantos formados por la musa popular de la montaña.
Al pie de unos nogales hicieron alto aquellos guerreros.
Juan León dirigió una codiciosa mirada al valle y pensó en voz alta:
—¡Esta tierra ha de ser nuestra!
—Lo será—afirmó con fe ciega el que hacia las veces de lugarteniente.
II
¡Lo fue!...
La tropa de Juan León se apoderó por sorpresa del valle.
Dominio público
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Publicado el 20 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.