¿Quién Dijo Miedo?
Alejandro Larrubiera
Cuento
I
A cualquiera hora el bueno de D. Olegario diría con el poeta:
«Frescas viuditas, cándidas doncellas,
al veneno de amor busco tríaca;
ya más no quiero ser Perico entre-ellas:
a la que guste ofrezco mi casaca.»
¡Un demonio se casaba él! ¿Qué se había de casar?... No olvidaba
el solterón tan fácilmente aquel proverbio de la Biblia que dice:
«El hombre no es malo, sino por un reflejo de la maldad de la mujer.»
Pues si uno, viviendo alejado, siente el reflejo, ¿qué no será coyundándose para in aeternum?... Y entre veinticinco mil y una razones en contra de la institución matrimonial, la de que si al principio el lazo de Himeneo parece cintita rosada con olorcillo á incienso, más tarde —y cuenta que esto ocurre casi siempre— se transforma en circulo de hierro que oprime sin piedad, y acaba por estrangular todas las ilusiones.
Y basándose en la nota egoísta, inherente á todos los miembros de la familia humana, es un solemne bobalías el que pudiendo estar bien quisto con su independencia individual, se las da de puritano y se declara marido, sinónimo de esclavo.
Y todo por ser el dueño absoluto y legal (¿?) de una ciudadana, que al fin y á la postre, y así se lo digan frailes descalzos, no cree que el hombre ha hecho una heroicidad casándose.
En una palabra, apoyándose en un terceto del más satírico de nuestros escritores:
«A los hombres que están desesperados
Cásalos en lugar de darles sogas;
Morirán poco menos que ahorcados»
D. Olegario creía de buena fe que el matrimonio es el oidium
de la vida y que las mujeres siempre serán veletas con faldas... Y de
ahí no pasaba. Si alguien le encarecía las ventajas que reporta el más
simpático de los Sacramentos.
Dominio público
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Publicado el 20 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.