Textos más cortos de Alejandro Larrubiera | pág. 5

Mostrando 41 a 50 de 62 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Alejandro Larrubiera


34567

El Mejor Médico, el Tiempo

Alejandro Larrubiera


Cuento


I

Al adquirir la certeza —la horrible certeza— de que el hombre á quien más había amado en el mundo era sólo una masa inerte, Carmen, de pie cerca del lecho, quedóse inmóvil con los ojos muy abiertos mirando con estúpido asombro aquella cara en la que la muerte había impreso su huella repulsiva.

No vertió lágrimas ni lanzó un suspiro: parecía no sentir nada; dijérase que la brutalidad del hecho le había aplastado el corazón como maza férrea: el espíritu habíase escapado del cuerpo, dejándole hueco, insensible.

A la habitación saturada de olor á fiebre y medicinas, llegaban amortiguados los ruidos de la calle: gritos infantiles, pregonar de vendedores ambulantes, canturrear de las fregonas de la vecindad: en el piso superior los muchachos se entretenían en arrastrar un caballo de juguete, y el áspero chirriar de sus ruedas traspasaba el techo: al pie de los balcones se paró un piano de los de manubrio y sonaron atropelladas las notas de un vals: en el exterior todo era ruido, animación y vida; en la alcoba reinaba la gran quietud que precede á las catástrofes.

Carmen, como si de pronto despertara á la realidad, lanzó un grito indescriptible, de angustia y de desesperación tremendas; á los ojos asomaron, atropellándose, las lágrimas; se inclinó hacia el lecho, y su cabeza hermosa se juntó á aquella otra que se hundía pesadamente en la almohada; los labios palpitantes se pegaron con furia á aquellos inmóviles, lirios resecos; las manos palparon con ansia los hombros y el pecho del muerto...

—¡Luis!... Luis mío!... ¡Esposo de mi alma!... —gritó con voz enronquecida por el ahogo. Y tuvo que apoyar las manos junto al corazón... Parecía que se le rompía... —¡Luis mío!...

El acento aquel resonaba tristísimo en el dormitorio, rebotaba en las paredes y en ellas vibraba con rápida sonoridad.


Leer / Descargar texto

Dominio público
6 págs. / 10 minutos / 34 visitas.

Publicado el 20 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

El Tamboril

Alejandro Larrubiera


Cuento


Para «tí» Gildo, el tamborilero de Villabrines, había llegado el plazo fatal, é inexcusable de pagar la deuda que todos contraemos al nacer: el buen hombre se iba por la posta. Así lo afirmaba grave y solemne don Cleóbulo, el médico, á los parientes que silenciosos y con cara de circunstancias acudieron á la casona propiedad del tío Gildo; los tales deudos no sentían grandemente la desgracia que sobrevendría, á creer en la honrada palabra del Hipócrates del lugar.

Al tamborilero no le tenían cariño, porque él vivió á sus anchas, alejado de los suyos, sin otro afecto que el de Lucas, un muchacho que el tío Gildo recogió de no se sabe dónde, y que andando el tiempo, fué para el pobre viejo, amigo, criado, guía y consejero solícito y fiel.

Fué en progresión creciente la amistad de ambos; quien ignorase la caritativa acción de «tí» Gildo y los viera en romerías, fiestas y holgorios, tendríalos por padre é hijo, impresionado de la cariñosa solicitud con que se atendían y ayudaban en el alegre oficio suyo: últimamente el viejo, apenas si daba un redoble en el tamboril que por espacio de medio siglo habíale ayudado á ganarse la vida. Lucas era el que lo hacía «hablar» con maestría sólo comparable ó la alcanzada por su protector.

Clavada como espina en sus mezquinos corazones sentían los parientes la protección que el viejo dispensaba á Lucas, y aun murmuraban entre sí que éste pararía en algún testamento por el cual haríase el inclusero —así designaban al pobre muchacho— dueño y señor de la poca ó mucha hacienda de «tí» Gildo.


Leer / Descargar texto

Dominio público
6 págs. / 10 minutos / 40 visitas.

Publicado el 22 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Corazón

Alejandro Larrubiera


Cuento


I

Terminada la carrera de ciencias en la Universidad de Berlín, no quiso el doctor Franz ser uno de esos sabios de biblioteca, pobres folicularios que no saben de la vida más allá de lo que buenamente les cuentan sus libracos. Estudiar la naturaleza en todas sus manifestaciones, exhumar el recuerdo de pasados tiempos, contemplar de cerca tanta y tanta grandeza como yace olvidada entre el polvo del tiempo y el polvo del olvido, esos eran los propósitos del joven y rico doctor alemán.

Visitó el Egipto, primitiva cuna de la civilización, pudo desenmarañar los signos de su escritura ideográfica esculpidos en las suntuosas moles de granito de sus tumbas faraónicas, y quedó sorprendido del espíritu ferviente de aquellos hombres que se construían para la eternidad palacios gigantescos; en Oriente leyó en los artísticos ladrillos de sus pagodas y mezquitas las máximas del Alcorán y cuanto la fantasía de los pueblos árabes ha producido; Persia, Asiria y la Media descubriéronle los secretos del poderío de sus imperios en los enrevesados ideogramas de su escritura cuneiforme; pero estos conocimientos no tenían para el doctor otro interés que el de aumentar su cultura; no le llevaban á ningún fin práctico.

Imbuido por una filosofía extraña á toda escuela conocida, Franz quiso descubrir el logos, el verbo, palabra ó signo de un algo que él no había encontrado en ningún códice ni en incunable alguno, pero que debía existir. La mitología pagana describe con el más seductor de los optimismos las fuentes de salud que por siempre conservaban incólume la hermosa juventud del cuerpo á los que bebían de su agua milagrosa.


Leer / Descargar texto

Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 49 visitas.

Publicado el 19 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

¡Atrévete!

Alejandro Larrubiera


Cuento


A Kan-Ti, primer Emperador de la novena dinastía china, ocurriósele arrancar de sus regias vestiduras las piedras preciosas que las enriquecían, y reduciéndolas á finísimo polvo, dijo á los cortesanos que patidifusos presenciaban la operación.

—Esto no sirve más que para inspirar deseos de lujo y excitar la lascivia, cosas que debe evitar un Príncipe.

Kan-Ti, á ratos, soñaba despierto como los grandes artistas: al declinar de su existencia, antojósele reunir en su harén tantas mujeres como días de vida le quedaban.

El bonzo de real orden á quien expuso sus deseos, después de invocar á todos los espíritus superiores celestiales, consultar libracos misteriosos y hacer más números que si tratara de resolver la cuadratura del círculo, dijo grave y solemne, aun cuando su rostro de cirio se plegase con un gesto de sutil ironía:

—Hijo del Cielo, Hermano del Sol y de la Luna, Padre de la Tierra, tus días mortales no son para mí un misterio: vivirás diez y ocho mil doscientas cincuenta lunas.

El Emperador, profundamente complacido, creyó la aduladora profecía como si fuera del propio Confucio; reunió el gran Consejo imperial, y le ordenó lo más prosaica y autoritariamente posible que en el término de dos meses le tuviera prevenidas en su palacio, diez y ocho mil doscientas cincuenta mujeres, las más jóvenes y hermosas que pudieran hallarse en el Imperio, advirtiendo que al que se atreviera á presentarle una señora entrada en años le mandaría ahorcar ipso facto, sin contemplación de ningún género.


* * *


Xan-ju, que por su escandalosa obesidad parecía una bola de sebo, era tenido entre sus compatriotas como un tipo ideal de hermosura.

Ta-tei era linda como una rosa de te: sus piececitos parecían dos embustes.


Leer / Descargar texto

Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 50 visitas.

Publicado el 18 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

El Gato Negro

Alejandro Larrubiera


Cuento


I

Cielo y tierra le sonreían á Remigio Pérez, y no precisamente porque le hubiese mirado la mujer adorada, que á este Remigio ninguna mujer podía mirarle con ojos de amor, porque nunca jamás —aun cuando se encontraba el hombre en la plenitud de la vida, tuvo cuentas pendientes con el travieso Cupido—, sino por causa harto más prosaica y vulgar: acababa de recibir el nombramiento de empleado en una oficina de ferrocarriles.

El empleo era una ganga burocrática, como lo son todos los que desempeña la gente de poco más ó menos en estas poderosas y paternales compañías: quince duros por doscientas cuarenta y tantas horas de trabajo al mes, ¡lo que se dice una ganga!

Ilusionadísimo ingresó el mozo en las filas melancólicas de los héroes anónimos del pupitre, y al cabo de los años mil de hacer el burro en la oficina, tuvo su recompensa gracias al jefe, un francesón borrachín y pendenciero que, salvo lo de echar pestes de España, sin perjuicio de sentirse un don Juan con las españolas, era un buen hombre.

Remigio Pérez gozó de más categoría y de mayor sueldo: lo honorífico, resultaba una dulce ironía, porque seguía siendo tan chupatintas como era antes: lo crematístico tradújose en tres duros más de aumento mensual.

Y aquí terminaron las grandezas.

Con los diez y ocho duros considerábase todo lo feliz que puede considerarse con tan mezquina paga, un Pérez metódico y vulgar, sin familia, cargas ni miras ambiciosas de ninguna clase.

Vivía Remigio en una guardilla con vistas á millares de tejas que metían en el zaquizamí un reflejo rojizo, al ser duramente bañadas por la luz solar.


Leer / Descargar texto

Dominio público
6 págs. / 12 minutos / 53 visitas.

Publicado el 22 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Una Cana al Aire

Alejandro Larrubiera


Cuento


I

Don Zenón, una vez que la doméstica, una alcarreña tan diminuta como campana de ermita, hubo quitado los manteles, se palpó con entrambas manos su respetable abdomen, y dirigiéndose á su familia, compuesta de señora é hija, y el adminículo de ésta ó sea el novio, dijo alegremente:

—¡He pensado convidaros esta noche!

—¡Ay papá, qué gusto!—exclamó la joven.

—¿De veras?—preguntó la señora.

—¿Conque nos convida?… ¡qué milagro—pensó el futuro víctima de Cupido.

—Sí—prosiguió don Zenón,—bien podemos dispensarnos ese lujo, gracias al ministro, que al cabo de veinte años se ha acordado de que yo existo en el mundo, y me ha ascendido.

—¡Valiente ascenso!—gruñó doña Pantaleona, la esposa de don Zenón.—8000 reales de sueldo… ¡Si tú no fueras tan arrimado á la cola!…

—¡Pero mujer!…

—No hay mujer que valga,—replicó doña Pantaleona.—Si tu te hubieses colgado á la casaca del ministro y no pusieras caja con g… ¿no es verdad, Pepito?…

El aludido estaba por las alturas, asi es que al oír la voz de su suegra en ciernes, se puso colorado lo mismo que su Dulcinea, y ambos preguntaron atropelladamente:

—¿Qué dice usted?

—Pareces boba, Felisa, que papá…

—Vaya, mujer… ¡cosas de chicos!—intervino el empleado dando nuevo giro á la conversación.—Estaban hablando de sus cosas; ¿verdad, hija?

—Sí, papá.

—Sí, señor, sí,—contestó Pepito—estaba explicando á Lisa el movimiento de rotación de… de los astros… ¡eso es!…

—¡Me escama tanta istronòmica todas las noches!—murmuró la mamá.

—¡Ea, vamos á echar una cana al aire!—dijo alegremente D. Zenón—¡qué diablos!… un día es un día.

—Y á dónde vamos. Papá?

—¡Al café que han abierto en la esquina!


Leer / Descargar texto

Dominio público
7 págs. / 12 minutos / 35 visitas.

Publicado el 26 de julio de 2023 por Edu Robsy.

El Ansia del Placer

Alejandro Larrubiera


Cuento


(Al eminente escritor D. Carlos Frontaura)

I

Al recorrer las sombrías galerías de no recuerdo qué convento, vi en una hornacina, cuyos bordes festoneaba raquítico musgo, una imagen tallada en piedra representando á la Virgen del Carmelo.

La escultura se hallaba asaz deteriorada, y sus perfiles carcomidos por la destructora acción del tiempo.

Al pie de la hornacina, y grabado en el muro, se leía una inscripción que avivó mi curiosidad.

En caracteres góticos, apenas perceptibles, se leía:


AQUÍ MURIÓ
NOEMI LA HEBREA
ROGAD A DIOS POR SU ALMA
ANNO MCDXCIV


Instigado por la curiosidad, y después de indagar lo que la extraña inscripción significaba, pude reconstruir el drama que hace cuatro siglos se desarrolló ante aquella sacra imagen del Carmelo.

II

Hugo de Florestán había llegado á los veinte años, llena su alma de misticismo á la par que ardiente apasionamiento por algo que no sabía definir en su todavía virginal alma.

Hijo de nobles, el destino le brindaba un brillante porvenir.

La guerra contra el moro se hallaba declarada con gran ahínco, y ya los Reyes Católicos cercaban á Granada, último baluarte del musulmán, construyendo el Real de Santa Fe.

Hugo se alistó en las huestes que á la sazón se formaban.

Asistió al asalto de la ciudad mora, joya inapreciable hacia la cual se volvían todas las miradas: las de los cristianos llenas de avaricia, las del musulmán impregnadas de lágrimas.

El joven Hugo, en vista de que el fragor de la batalla le impresionaba demasiado y que nunca llegaría á ocupar un pueblo brillante en la guerra, resolvió retirarse á un convento.


Leer / Descargar texto

Dominio público
7 págs. / 12 minutos / 45 visitas.

Publicado el 24 de julio de 2023 por Edu Robsy.

Cuento de Nochebuena

Alejandro Larrubiera


Cuento


Es la noche blanca; el cielo tiene el color de la azucena, y la luna, al enviar su beso de luz, arranca suaves reverberaciones de plata á la nieve que cubre la tierra y viste los picachos de los montes.

Quietud solemne y augusto silencio en los campos; clamoroso zumbar de colmena en la ciudad. Hay sones pastoriles en sus calles, que recorren las turbas de muchachos con regocijada greguería, anunciando, con el rataplán de sus tambores y sus frescas y puras voces infantiles, que es la Gran Noche, la noche de los recuerdos melancólicos del hogar, noche bendita, en la que ha siglos una estrella, bogando como lágrima de oro por el tul de los cielos, anunciaba á los hombres que Aquél que es todo amor les libraba de las cadenas del pecado original.

Noche alegre: noche venturosa. La muchedumbre, como ejército de hormigas, invade las calles de la ciudad, que rebosan ruido y algazara; entra en las tiendas, se para en los puestos de los ambulantes, y se provee de vituallas de boca. Hay que celebrar la Gran Noche como suelen celebrar sus fiestas los humanos, que si no se dan hartazgo de comer y de beber, creen que no se divierten.

Yo, pobrecito de mí, lejos de mi patria, extraño en la ciudad, discurro por sus calles con un maltrecho violín bajo el brazo. No alegra mi bolsillo el tintinear de las monedas, ni mi espíritu la esperanza de poseerlas, para llevar á mi hogar, mísera boardilla, no ya las chucherías y fililíes gastronómicos que veo en los escaparates y en manos de la mayoría de los transeúntes, sino la parca colación de los menesterosos.


Leer / Descargar texto

Dominio público
7 págs. / 12 minutos / 44 visitas.

Publicado el 22 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

César

Alejandro Larrubiera


Cuento


I

Dirigir un cotillón, explicar el último figurín de La Moda Elegante, ser cronista de los líos y trapisondas en el gran mundo, guiar caballos, valsar, correr una juerguecita, hablar de toros y ponerse con muchísimo chic una flor en el ojal de la levita, salvo estas habilidades César no tenía ninguna otra, y respecto a instrucción la recogía á diario en las reuniones, en las columnas de los periódicos, en las mesas de juego del casino y en los colmados; los viejos y pisaverdes eran sus catedráticos en la ciencia infusa del buen tono.

En el gran mundo César resultaba uno de tantos advenedizos: no tenía renta, oficio ni beneficio; era un enigma viviente para muchos, excepto para doña Josefa, su patrona, que sabía á qué atenerse respecto á las grandezas y fastuosidades de su huésped. Su pasado, su presente y su porvenir los fundaba en el tapete verde y en los trozos de cartulina con cantos dorados.


Leer / Descargar texto

Dominio público
7 págs. / 13 minutos / 37 visitas.

Publicado el 23 de julio de 2023 por Edu Robsy.

Una Casita en el Campo

Alejandro Larrubiera


Cuento


I

Desde que se casaron, el único y grande ideal suyo fué el de poseer una casita en el campo, y tal anhelo constituyó el tema predilecto de sus conversaciones, la dulce ansia que les desvelaba, el ensueño venturoso que les hacía ver el camino de la vida no tan árido y desconsolador como en realidad era para ellos, condenados á pasar su existencia en una lóbrega abacería enclavada en una de tantas callejuelas faltas de aire y de luz como se encuentran en el corazón de los barrios bajos madrileños.

Pero no creáis, por Dios, que tener una casita en el campo era para el matrimonio poder gozar de las delicias que proporciona un albergue campestre, lejos del mundanal ruido, escondido entre frondosas arboledas, teniendo frente á frente la Naturaleza en todo su esplendor; no el nido donde guarecerse en el último tercio de la vida, en donde buscar la salud para el cuerpo, la tranquilidad para el espíritu y el descanso total de la ruda lucha por la existencia. Nada de eso: los mercachifles no amaban el campo, lo detestaban: en sus hermosas soledades se morían de tedio.

Para tal matrimonio tener una casita en el campo era poseer uno de esos vistosos y antihigiénicos hotelitos en una barriada extrarradio de la Corte —simulacros ridículos de las fincas de recreo campesinas—; poder decir con mal disimulado orgullo á la gente:

—Nos vamos á nuestro hotel. He ahí todo.

Llevados de aquella idea, afanábanse en su industria desde que el tibio calor de la aurora penetraba en el tenducho, hasta las tantas de la noche en que, rendidos de cansancio, cerraban ó íbanse á recobrar nuevos bríos para la siguiente jornada.

Y esto un día y otro día, y un mes, y un año, y un lustro, y tres, y cinco, sin tregua, espoleados constantemente por su afán.


Leer / Descargar texto

Dominio público
7 págs. / 13 minutos / 41 visitas.

Publicado el 22 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

34567