A Cadena Perpetua
Alejandro Larrubiera
Cuento
Veinte años hacía que no sabíamos palabra uno del otro; así es que al encontrarnos la otra mañana en plena Puerta del Sol, ambos nos quedamos un momento indecisos, cambiando una mirada de alegría y de sorpresa.
Previo un abrazo muy fuerte, Quintín Páramo exclamó:
—¡Estás desconocido!...
—¡Pues lo que es tú!...
—¡No me hables!... Yo estoy hecho un carcamal.
—¡No exageres!... Á los cuarenta años aún podemos decir que nos encontramos en la flor de la vida.
—Una flor que empieza á amustiarse y que ya ha dado todo su aroma —suspiró Quintín melancólicamente.
Entrelazó su brazo al mío, y prosiguió con el hablar pintoresco, que es la característica de su lenguaje:
—¡Bendigamos á la Providencia por nuestro feliz encuentro y celebrémosle hartándonos de bazofia en cualquier «restaurant» baratito... el que tú quieras: en todos ellos dan de comer pechuga de pollo fósil... Mi amistad te brindaría con Lhardy... Pero, odio á este famoso halagador de estómagos bien relacionados con el bolsillo... Figúrate que toda mi vida me he dicho: «¿Cuándo comeré yo en casa de ese hombre?...» Y nunca he comido en ella, ni comeré... Es una de tantas ilusiones forjadas por la loca de la casa, que en mí es más loca que en nadie, pues sólo sabe fabricar quimeras...
—Menos ésta, que puede trocarse en realidad... Vamos á Lhardy.
—¡Gracias, alma generosa!... Pero no acepto el sacrificio, porque de entrar yo en Lhardy ha de ser como Lúculo en su casa.
* * *
Habíamos almorzado; el vaho del Moka fundíase con el humo de nuestros cigarros.
Era llegado el momento de las confidencias.
Quintín hablaba:
Dominio público
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Publicado el 18 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.