Textos más vistos de Aleksandr Afanásiev etiquetados como Cuento infantil | pág. 2

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autor: Aleksandr Afanásiev etiqueta: Cuento infantil


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El Gato, el Gallo y la Zorra

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


En otros tiempos hubo un anciano que tenía un gato y un gallo muy amigos uno de otro. Un día el viejo se fue al bosque a trabajar; el gato le llevó el almuerzo y el gallo se quedó para guardar la casa. Pasado un rato se acercó a la casa una zorra, y situándose debajo de la ventana, se puso a cantar:

—¡Cucuricú, Gallito de la cresta de oro! Si sales a la ventana te daré un guisante.

El Gallo abrió la ventana, y en un abrir y cerrar de ojos la Zorra lo cogió para llevárselo a su choza. El Gallo se puso a gritar:

—¡Socorro! Me ha cogido la Zorra y me lleva por bosques oscuros, profundos valles y altos montes. ¡Gatito, compañero mío, socórreme!

Cuando el Gato oyó los gritos echó a correr en busca del Gallo; encontró a la Zorra, le arrancó el Gallo y se lo trajo a casa.

—Ten cuidado, querido Gallito —le dijo el Gato—, de no asomarte más a la ventana; no hagas caso de la Zorra, que lo que quiere es comerte sin dejar de ti ni siquiera los huesos.

Al otro día se fue también el anciano al bosque; el Gato le llevó la comida y el Gallo se quedó a cuidar de la casa, no sin haberle recomendado el buen viejo que no abriese la puerta a nadie ni se asomase a la ventana. Pero la Zorra, que tenía muchas ganas de comerse al Gallo, se puso debajo de la ventana y empezó a cantar como el día anterior:

—¡Cucuricú, Gallito de la cresta de oro! Mira por la ventana y te daré un guisante y otras semillas.

El Gallo se puso a pasearse por la cabaña sin responder a la Zorra; entonces ésta repitió la misma canción y le echó un guisante por la ventana. El Gallo se lo comió y dijo a la Zorra:

—No, Zorra, no me engañas; lo que tú quieres es comerme sin dejar ni siquiera los huesos.

—¿Pero por qué te figuras que yo te quiero comer? Lo que quiero es que vengas a mi casa para hacerme una visita, presentarte a mis hijas y regalarte como te mereces.

Y otra vez se puso a cantar con una voz muy suave:


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3 págs. / 5 minutos / 127 visitas.

Publicado el 12 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Gigante Verlioka

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


En tiempos remotos vivía en una cabaña un anciano con su mujer y sus dos nietas huérfanas. Eran tan preciosas y dóciles que sus abuelos estaban constantemente alabándolas.

Un día el anciano sembró en su huerto guisantes. Los guisantes crecieron y se cubrieron de flores; el anciano contemplaba su huerto con gran satisfacción, pensando para sus adentros:

«Durante todo el invierno próximo podré comer pasteles con guisantes.»

Pero, para desgracia del anciano, los gorriones invadieron el huerto y empezaron a picotear los guisantes. Viendo en peligro su cosecha, mandó a su nieta menor que espantase los gorriones, y ésta, provista de una rama seca, se sentó en el huerto al lado de los guisantes y empezó a amenazar a los pájaros malhechores, gritándoles:

—¡Fuera, fuera, gorriones! ¡No se coman los guisantes de mi abuelito!

De pronto se oyó un espantoso ruido por el lado del bosque y apareció el gigante Verlioka. Era de un aspecto terrible: tenía un solo ojo, la nariz como un garfio, la barba como un haz de paja, el bigote de una vara de largo y la cabeza cubierta con púas de puerco espín; andaba apoyándose en un enorme cayado y sonreía con una sonrisa espantosa.

Cuando se encontraba con algún ser humano lo estrechaba entre sus robustos brazos hasta que le hacía crujir los huesos y lo mataba. No tenía piedad ni de viejos ni de jóvenes, y lo mismo acometía a los cobardes que a los valientes. Apenas Verlioka divisó a la nieta del anciano, la mató con su cayado.

El abuelo esperó un rato a la niña. Al ver que no volvía envió a su nieta mayor a buscarla, pero Verlioka la mató también.

El anciano, cansado de esperarlas, perdió la paciencia y dijo a su mujer:

—¿Por qué tardan tanto en volver las niñas? Se habrán entretenido charlando con los mozos; mientras tanto los gorriones devorarán mis guisantes. Ve y llámalas a casa.


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4 págs. / 7 minutos / 108 visitas.

Publicado el 15 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Pez de Oro

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


En una isla muy lejana, llamada isla Buián, había una cabaña pequeña y vieja que servía de albergue a un anciano y su mujer. Vivían en la mayor pobreza; todos sus bienes se reducían a la cabaña y a una red que el mismo marido había hecho, y con la que todos los días iba a pescar, como único medio de procurarse el sustento de ambos.

Un día echó su red en el mar, empezó a tirar de ella y le pareció que pesaba extraordinariamente. Esperando una buena pesca se puso muy contento; pero cuando logró recoger la red vio que estaba vacía; tan sólo a fuerza de registrar bien encontró un pequeño pez. Al tratar de cogerlo quedó asombrado al ver que era un pez de oro; su asombro creció de punto al oír que el Pez, con voz humana, le suplicaba:

—No me cojas, abuelito; déjame nadar libremente en el mar y te podré ser útil dándote todo lo que pidas.

El anciano meditó un rato y le contestó:

—No necesito nada de ti; vive en paz en el mar. ¡Anda!

Y al decir esto echó el pez de oro al agua.

Al volver a la cabaña, su mujer, que era muy ambiciosa y soberbia, le preguntó:

—¿Qué tal ha sido la pesca?

—Mala, mujer —contestó, quitándole importancia a lo ocurrido—; sólo pude coger un pez de oro, tan pequeño que, al oír sus súplicas para que lo soltase, me dio lástima y lo dejé en libertad a cambio de la promesa de que me daría lo que le pidiese.

—¡Oh viejo tonto! Has tenido entre tus manos una gran fortuna y no supiste conservarla.

Y se enfadó la mujer de tal modo que durante todo el día estuvo riñendo a su marido, no dejándolo en paz ni un solo instante.

—Si al menos, ya que no pescaste nada, le hubieses pedido un poco de pan, tendrías algo que comer; pero ¿qué comerás ahora si no hay en casa ni una migaja?

Al fin el marido, no pudiendo soportar más a su mujer, fue en busca del pez de oro; se acercó a la orilla del mar y exclamó:


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5 págs. / 9 minutos / 138 visitas.

Publicado el 15 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Soldado y la Muerte

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


Un soldado, después de haber cumplido su servicio durante veinticinco años, pidió ser licenciado y se fue a correr mundo.

Anduvo algún tiempo, y se encontró a un pobre que le pidió limosna. El soldado tenía sólo tres galletas y dio una al mendigo, quedándose él con dos. Siguió su camino, y a poco tropezó con otro pobre que también le pidió limosna saludándolo humildemente. El soldado repartió con él su provisión, dándole una galleta y quedándose él con la última.

Llevaba andando un buen rato cuando se encontró a un tercer mendigo. Era un anciano de pelo blanco como la nieve, que también lo saludó humildemente pidiéndole limosna. El soldado sacó su última galleta y reflexionó así:

«Si le doy la galleta entera me quedaré sin provisiones; pero si le doy la mitad y encuentra a los otros dos pobres, al ver que a ellos les he dado una galleta entera a cada uno se podrá ofender. Será mejor que le dé la galleta entera; yo me podré pasar sin ella.»

Le dio su última galleta, quedándose sin provisiones. Entonces el anciano le preguntó:

—Dime, hijo mío, ¿qué deseas y qué necesitas?

—Dios te bendiga —le contestó el soldado—. ¿Qué quieres que te pida a ti, abuelito, si eres tan pobre que nada puedes ofrecerme?

—No hagas caso de mi miseria y dime lo que deseas; quizá pueda recompensarte por tu buen corazón.

—No necesito nada; pero si tienes una baraja, dámela como recuerdo tuyo.

El anciano sacó de su bolsillo una baraja y se la dio al soldado, diciendo:

—Tómala, y puedes estar seguro de que, juegues con quien juegues, siempre ganarás. Aquí tienes también una alforja; a quien encuentres en el camino, sea persona, sea animal o sea cosa, si la abres y dices: «Entra aquí», en seguida se meterá en ella.

—Muchas gracias —le dijo el soldado.


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8 págs. / 14 minutos / 203 visitas.

Publicado el 15 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Bruja Baba Yaga

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


Vivía en otros tiempos un comerciante con su mujer; un día ésta se murió, dejándole una hija. Al poco tiempo el viudo se casó con otra mujer, que, envidiosa de su hijastra, la maltrataba y buscaba el modo de librarse de ella.

Aprovechando la ocasión de que el padre tuvo que hacer un viaje, la madrastra le dijo a la muchacha:

—Ve a ver a mi hermana y pídele que te dé una aguja y un poco de hilo para que te cosas una camisa.

La hermana de la madrastra era una bruja, y como la muchacha era lista, decidió ir primero a pedir consejo a otra tía suya, hermana de su padre.

—Buenos días, tiíta.

—Muy buenos, sobrina querida. ¿A qué vienes?

—Mi madrastra me ha dicho que vaya a pedir a su hermana una aguja e hilo, para que me cosa una camisa.

—Acuérdate bien —le dijo entonces la tía— de que un álamo blanco querrá arañarte la cara: tú átale las ramas con una cinta. Las puertas de una cancela rechinarán y se cerrarán con estrépito para no dejarte pasar; tú úntale los goznes con aceite. Los perros te querrán despedazar; tírales un poco de pan. Un gato feroz estará encargado de arañarte y sacarte los ojos; dale un pedazo de jamón.

La chica se despidió, cogió un poco de pan, aceite y jamón y una cinta, se puso a andar en busca de la bruja y finalmente llegó.

Entró en la cabaña, en la cual estaba sentada la bruja Baba—Yaga sobre sus piernas huesosas, ocupada en tejer.

—Buenos días, tía.

—¿A qué vienes, sobrina?

—Mi madre me ha mandado que venga a pedirte una aguja e hilo para coserme una camisa.

—Está bien. En tanto que lo busco, siéntate y ponte a tejer.

Mientras la sobrina estaba tejiendo, la bruja salió de la habitación, llamó a su criada y le dijo:

—Date prisa, calienta el baño y lava bien a mi sobrina, porque me la voy a comer.


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3 págs. / 6 minutos / 224 visitas.

Publicado el 15 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Niña Lista

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


Dos hermanos marchaban juntos por el mismo camino. Uno de ellos era pobre y montaba una yegua; el otro, que era rico, iba montado sobre un caballo.

Se pararon para pasar la noche en una posada y dejaron sus monturas en el corral. Mientras todos dormían, la yegua del pobre tuvo un potro, que rodó hasta debajo del carro del rico. Por la mañana el rico despertó a su hermano, diciéndole:

—Levántate y mira. Mi carro ha tenido un potro.

El pobre se levantó, y al ver lo ocurrido exclamó:

—Eso no puede ser. ¿Dónde se ha visto que de un carro pueda nacer un potro? El potro es de mi yegua.

El rico le repuso:

—Si lo hubiese parido tu yegua, estaría a su lado y no debajo de mi carro.

Así discutieron largo tiempo y al fin se dirigieron al tribunal. El rico sobornaba a los jueces dándoles dinero, y el pobre se apoyaba solamente en la razón y en la justicia de su causa.

Tanto se enredó el pleito, que llegaron hasta el mismo zar, quien mandó llamar a los dos hermanos y les propuso cuatro enigmas:

—¿Qué es en el mundo lo más fuerte y rápido?

—¿Qué es lo más gordo y nutritivo?

—¿Qué es lo más blando y suave?

—¿Qué es lo más agradable?

Y les dio tres días de plazo para acertar las respuestas, añadiendo:

—El cuarto día vengan a darme la contestación.

El rico reflexionó un poco y, acordándose de su comadre, se dirigió a su casa para pedirle consejo. Ésta le hizo sentar a la mesa, convidándolo a comer, y, entretanto, le preguntó:

—¿Por qué estás tan preocupado, compadre?

—Porque el zar me ha dado para resolver cuatro enigmas un plazo de tres días.

—¿Y qué enigmas son?

—El primero, qué es en el mundo lo más fuerte y rápido.

—¡Vaya un enigma! Mi marido tiene una yegua torda que no hay nada más rápido; sin castigarla con el látigo alcanza a las mismas liebres.


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3 págs. / 6 minutos / 162 visitas.

Publicado el 15 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Gato y la Zorra

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


Érase un campesino que tenía un gato tan travieso, que su dueño, perdiendo al fin la paciencia, lo cogió un día, lo metió en un saco y lo llevó al bosque, dejándolo allí abandonado.

El Gato, viéndose solo, salió del saco y se puso a errar por el bosque hasta que llegó a la cabaña de un guarda. Se subió a la guardilla y se estableció allí. Cuando tenía ganas de comer cazaba pájaros y ratones, y después de haber satisfecho el hambre volvía a su guardilla y se dormía tranquilamente. Estaba contentísimo de su suerte.

Un día se fue a pasear por el bosque y tropezó con una Zorra. Ésta, al ver al Gato, se asombró mucho, pensando: «Tantos años como llevo viviendo en este bosque y nunca he visto un animal como éste.»

Le hizo una reverencia, preguntándole:

—Dime, joven valeroso, ¿quién eres? ¿Cómo has venido aquí? ¿Cómo te llamas?

El Gato, erizando el pelo, contestó:

—Me han mandado de los bosques de Siberia para ejercer el cargo de burgomaestre de este bosque; me llamo Kotofei Ivanovich.

—¡Oh Kotofei Ivanovich! —dijo la Zorra—. No había oído ni siquiera hablar de tu persona, pero ven a hacerme una visita.

El Gato se fue con la Zorra, y llegados a la cueva de ésta, ella lo convidó con toda clase de caza, y entretanto le preguntaba detalles de su vida.

—Dime, Kotofei Ivanovich, ¿estás casado o eres soltero?

—Soy soltero —dijo el Gato.

—Yo también soy soltera. ¿Quieres casarte conmigo?

El Gato consintió y en seguida celebraron la boda con un gran festín.

Al día siguiente se marchó la zorra de caza para procurarse más provisiones, poderlas almacenar y poder pasar el invierno, sin preocupaciones, con su joven esposo. El Gato se quedó en casa.

La Zorra, mientras cazaba, se encontró con el Lobo, que empezó a hacerle la corte.

—¿Dónde has estado metida, amiguita? Te he buscado por todas partes y en todas las cuevas sin poder encontrarte.


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3 págs. / 6 minutos / 86 visitas.

Publicado el 12 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Infortunio

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


En una aldea vivían dos campesinos hermanos; uno pobre y el otro rico.

El rico se trasladó a una gran ciudad, se hizo construir una gran casa, se estableció en ella y se inscribió en el gremio de comerciantes. Entretanto, al pobre le faltaba muchas veces hasta pan para sus hijos, que lloraban y le pedían de comer.

El desgraciado padre trabajaba como un negro de la mañana a la noche, sin lograr ganar lo suficiente para sustentar a su familia.

Un día dijo a su mujer:

—Iré a la ciudad y pediré a mi hermano que me preste ayuda.

Fue a casa del hermano rico y le habló así:

—¡Oh, hermano mío! Ayúdame en mi desgracia: mi mujer y mis hijos están sin comer y se mueren de hambre.

—Si trabajas en mi casa durante esta semana, te ayudaré —respondió el rico.

El pobre se puso a trabajar con ardor: limpiaba el patio, cuidaba los caballos, traía agua y partía la leña. Transcurrida la semana, el rico le dio tan sólo un pan, diciéndole:

—He aquí el pago de tu trabajo.

—Gracias —le dijo el pobre, e hizo ademán de marcharse; pero el hermano lo detuvo, diciéndole:

—Espera. Ven mañana a visitarme y trae contigo a tu mujer, porque mañana es el día de mi santo.

—¿Cómo quieres que venga? Vendrán a verte ricos comerciantes que visten abrigos forrados de pieles y botas grandes de cuero, mientras que yo llevo calzado de líber y un viejo caftán gris.

—¡No importa! Ven; eres mi hermano y habrá sitio también para ti.

—Bueno, hermano mío, gracias.

El pobre volvió a casa, entregó a su mujer el pan y le dijo:

—Oye, mujer: nos han convidado para mañana.

—¿Quién nos ha convidado?

—Mi hermano, porque es el día de su santo.

—Muy bien. Iremos.


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Publicado el 12 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Niño Prodigioso

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


Érase un acreditado comerciante que vivía con su mujer y poseía grandes riquezas. Sin embargo, el matrimonio no era feliz porque no tenía hijos, cosa que deseaban ambos ardientemente, y para ello pedían a Dios todos los días que les concediese la gracia de tener un niño que los hiciese muy dichosos, los sostuviera en la vejez y heredase sus bienes y rezase por sus almas después de muertos.

Para agradar a Dios ayudaban a los pobres y desvalidos dándoles limosnas, comida y albergue; además de esto, idearon construir un gran puente a través de una laguna pantanosa próxima al pueblo, para que todas las gentes pudiesen servirse de él y evitarles tener que dar un gran rodeo. El puente costaba mucho dinero; pero a pesar de ello el comerciante llevó a cabo su proyecto y lo concluyó, en su afán de hacer bien a sus semejantes.

Una vez el puente terminado, dijo a su mayordomo Fedor:

—Ve a sentarte debajo del puente, y escucha bien lo que la gente dice de mí.

Fedor se fue, se sentó debajo del puente y se puso a escuchar. Pasaban por el puente tres virtuosos ancianos hablando entre sí, y decían:

—¿Con qué recompensaríamos al hombre que ha mandado construir este puente? Le daremos un hijo que tenga la virtud de que todo lo que diga se cumpla y todo lo que le pida a Dios le sea concedido.

El mayordomo, después de haber oído estas palabras, volvió a casa.

—¿Qué dice la gente, Fedor? —le preguntó el comerciante.

—Dicen cosas muy diversas: según unos, haz hecho una obra de caridad construyendo el puente, y según otros, lo has hecho sólo por vanagloria.


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Publicado el 15 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Príncipe Danilo

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


Érase una princesa que tenía un hijo y una hija; los dos eran sanos y guapísimos. Un día vino a visitarla una vieja bruja, que se puso a alabar a los niños, y al despedirse, dijo:

—Querida amiga mía: he aquí un anillo; ponlo en el dedo de tu hijo, porque le traerá suerte y siempre será rico y feliz; pero que tenga cuidado de no perderlo y de no casarse más que con la joven a la que el anillo se le ajuste exactamente.

La princesa agradeció mucho el regalo, no sospechando la mala intención de la bruja, y al llegar la hora de su muerte legó a su hijo el anillo, obligándose a casarse con la joven a la cual éste se le ajustase exactamente.

Así transcurrieron unos cuantos años, y el príncipe cada día era más fuerte y guapo. Al fin llegó a la edad de casarse; se puso en busca de novia. Primero le gustó una, luego se enamoró de otra; pero a ninguna le venía bien el anillo; o era demasiado grande o demasiado pequeño.

Viajó de una ciudad a otra, de un pueblo a otro de su reino e hizo ensayar el anillo a todas las jóvenes; pero no logró encontrar a su prometida y volvió a casa triste y pensativo.

—¿En qué estás pensando, hermanito?¿Por qué estás tan triste? —le preguntó su hermana.

Éste le contó su desgracia.

—Pero ¿cómo es ese anillo maravilloso que no hay joven a quien le sirva? —exclamó la hermana—. Déjame ensayarlo.

Se lo puso, y le entró tan justamente como si hubiese sido hecho de propósito para su manita.

El príncipe, viendo brillar el anillo en el dedo de su hermana, exclamó con júbilo:

—¡Oh hermanita! ¡Tú eres mi prometida! Me casaré contigo.

—¿Has perdido el juicio? ¿Quién sería capaz de casarse con su propia hermana? Dios te castigaría.

Pero el príncipe no hacía caso de estas palabras y, saltando de alegría, le ordenó que se preparase para la boda.


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Publicado el 15 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

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