Textos más populares esta semana de Aleksandr Afanásiev etiquetados como Cuento infantil | pág. 2

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autor: Aleksandr Afanásiev etiqueta: Cuento infantil


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El Campesino, el Oso y la Zorra

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


Un día un campesino estaba labrando su campo, cuando se acercó a él un Oso y le gritó:

—¡Campesino, te voy a matar!

—¡No me mates! —suplicó éste—. Yo sembraré los nabos y luego los repartiremos entre los dos; yo me quedaré con las raíces y te daré a ti las hojas.

Consintió el Oso y se marchó al bosque.

Llegó el tiempo de la recolección. El campesino empezó a escarbar la tierra y a sacar los nabos, y el Oso salió del bosque para recibir su parte.

—¡Hola, campesino! Ha llegado el tiempo de recoger la cosecha y cumplir tu promesa —le dijo el Oso.

—Con mucho gusto, amigo. Si quieres, yo mismo te llevaré tu parte —le contestó el campesino.

Y después de haber recogido todo, le llevó al bosque un carro cargado de hojas de nabo. El Oso quedó muy satisfecho de lo que él creía un honrado reparto.

Un día el aldeano cargó su carro con los nabos y se dirigió a la ciudad para venderlos; pero en el camino tropezó con el Oso, que le dijo:

—¡Hola, campesino! ¿Adónde vas?

—Pues, amigo —le contestó el aldeano—, voy a la ciudad a vender las raíces de los nabos.

—Muy bien, pero déjame probar qué tal saben.

No hubo más remedio que darle un nabo para que lo probase. Apenas el Oso acabó de comerlo, rugió furioso:

—¡Ah, miserable! ¡Cómo me has engañado! ¡Las raíces saben mucho mejor que las hojas! Cuando siembres otra vez, me darás las raíces y tú te quedarás con las hojas.

—Bien —contestó el campesino, y en vez de sembrar nabos sembró trigo.

Llegó el tiempo de la recolección y tomó para sí las espigas, las desgranó, las molió y de la harina amasó y coció ricos panes, mientras que al Oso le dio las raíces del trigo.

Viendo el Oso que otra vez el campesino se había burlado de él, rugió:

—¡Campesino! ¡Estoy muy enfadado contigo! ¡No te atrevas a ir al bosque por leña, porque te mataré en cuanto te vea!


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2 págs. / 5 minutos / 225 visitas.

Publicado el 12 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Soldado y la Muerte

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


Un soldado, después de haber cumplido su servicio durante veinticinco años, pidió ser licenciado y se fue a correr mundo.

Anduvo algún tiempo, y se encontró a un pobre que le pidió limosna. El soldado tenía sólo tres galletas y dio una al mendigo, quedándose él con dos. Siguió su camino, y a poco tropezó con otro pobre que también le pidió limosna saludándolo humildemente. El soldado repartió con él su provisión, dándole una galleta y quedándose él con la última.

Llevaba andando un buen rato cuando se encontró a un tercer mendigo. Era un anciano de pelo blanco como la nieve, que también lo saludó humildemente pidiéndole limosna. El soldado sacó su última galleta y reflexionó así:

«Si le doy la galleta entera me quedaré sin provisiones; pero si le doy la mitad y encuentra a los otros dos pobres, al ver que a ellos les he dado una galleta entera a cada uno se podrá ofender. Será mejor que le dé la galleta entera; yo me podré pasar sin ella.»

Le dio su última galleta, quedándose sin provisiones. Entonces el anciano le preguntó:

—Dime, hijo mío, ¿qué deseas y qué necesitas?

—Dios te bendiga —le contestó el soldado—. ¿Qué quieres que te pida a ti, abuelito, si eres tan pobre que nada puedes ofrecerme?

—No hagas caso de mi miseria y dime lo que deseas; quizá pueda recompensarte por tu buen corazón.

—No necesito nada; pero si tienes una baraja, dámela como recuerdo tuyo.

El anciano sacó de su bolsillo una baraja y se la dio al soldado, diciendo:

—Tómala, y puedes estar seguro de que, juegues con quien juegues, siempre ganarás. Aquí tienes también una alforja; a quien encuentres en el camino, sea persona, sea animal o sea cosa, si la abres y dices: «Entra aquí», en seguida se meterá en ella.

—Muchas gracias —le dijo el soldado.


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8 págs. / 14 minutos / 204 visitas.

Publicado el 15 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Corredor Veloz

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


En un reino muy lejano, lindando con una ciudad había un pantano muy extenso; para entrar y salir de la ciudad había que seguir una carretera tan larga que, yendo de prisa, se empleaba tres años en bordear el pantano, y yendo despacio se tardaba más de cinco.

A un lado de la carretera vivía un anciano muy devoto que tenía tres hijos. El primero se llamaba Iván; el segundo, Basiliv, y el tercero, Simeón. El buen anciano pensó hacer un camino en línea recta a través del pantano, construyendo algunos puentes necesarios, con objeto de que la gente pudiese hacer todo el trayecto tardando solamente tres semanas o tres días, según se fuese a pie o a caballo. De este modo harían todos gran economía de tiempo.

Se puso al trabajo con sus tres hijos, y al cabo de bastante tiempo terminó la obra; el pantano quedó atravesado por una ancha carretera en línea recta con magníficos puentes.

De vuelta a casa, el padre dijo a su hijo mayor:

—Oye, Iván, ve, siéntate debajo del primer puente y escucha lo que dicen de mí los transeúntes.

El hijo obedeció y se escondió debajo de uno de los arcos del primer puente, por el que en aquel momento pasaban dos ancianos que decían:

—Al hombre que ha construido este puente y arreglado esta carretera, Dios le concederá lo que pida.

Cuando Iván oyó esto salió de su escondite, y saludando a los ancianos, les dijo:

—Este puente lo he construido yo, ayudado por mi padre y mis hermanos.

—¿Y qué pides tú a Dios? —preguntaron los ancianos.

—Pido tener mucho dinero durante toda mi vida.

—Está bien. En medio de aquella pradera hay un roble muy viejo: excava debajo de sus raíces y encontrarás una gran cueva llena de oro, plata y piedras preciosas. Toma tu pala, excava y que Dios te dé tanto dinero que no te falte nunca hasta que te mueras.


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8 págs. / 14 minutos / 181 visitas.

Publicado el 12 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Niña Lista

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


Dos hermanos marchaban juntos por el mismo camino. Uno de ellos era pobre y montaba una yegua; el otro, que era rico, iba montado sobre un caballo.

Se pararon para pasar la noche en una posada y dejaron sus monturas en el corral. Mientras todos dormían, la yegua del pobre tuvo un potro, que rodó hasta debajo del carro del rico. Por la mañana el rico despertó a su hermano, diciéndole:

—Levántate y mira. Mi carro ha tenido un potro.

El pobre se levantó, y al ver lo ocurrido exclamó:

—Eso no puede ser. ¿Dónde se ha visto que de un carro pueda nacer un potro? El potro es de mi yegua.

El rico le repuso:

—Si lo hubiese parido tu yegua, estaría a su lado y no debajo de mi carro.

Así discutieron largo tiempo y al fin se dirigieron al tribunal. El rico sobornaba a los jueces dándoles dinero, y el pobre se apoyaba solamente en la razón y en la justicia de su causa.

Tanto se enredó el pleito, que llegaron hasta el mismo zar, quien mandó llamar a los dos hermanos y les propuso cuatro enigmas:

—¿Qué es en el mundo lo más fuerte y rápido?

—¿Qué es lo más gordo y nutritivo?

—¿Qué es lo más blando y suave?

—¿Qué es lo más agradable?

Y les dio tres días de plazo para acertar las respuestas, añadiendo:

—El cuarto día vengan a darme la contestación.

El rico reflexionó un poco y, acordándose de su comadre, se dirigió a su casa para pedirle consejo. Ésta le hizo sentar a la mesa, convidándolo a comer, y, entretanto, le preguntó:

—¿Por qué estás tan preocupado, compadre?

—Porque el zar me ha dado para resolver cuatro enigmas un plazo de tres días.

—¿Y qué enigmas son?

—El primero, qué es en el mundo lo más fuerte y rápido.

—¡Vaya un enigma! Mi marido tiene una yegua torda que no hay nada más rápido; sin castigarla con el látigo alcanza a las mismas liebres.


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3 págs. / 6 minutos / 165 visitas.

Publicado el 15 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Bruja y la Hermana del Sol

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


En un país lejano hubo un zar y una zarina que tenían un hijo, llamado Iván, mudo desde su nacimiento.

Un día, cuando ya había cumplido doce años, fue a ver a un palafrenero de su padre, al que tenía mucho cariño porque siempre le contaba cuentos maravillosos.

Esta vez, el zarevich Iván quería oír un cuento; pero lo que oyó fue algo muy diferente de lo que esperaba.

—Iván Zarevich —le dijo el palafrenero—, dentro de poco dará a luz tu madre una niña, y esta hermana tuya será una bruja espantosa que se comerá a tu padre, a tu madre y a todos los servidores de palacio. Si quieres librarte tú de tal desdicha, ve a pedir a tu padre su mejor caballo y márchate de aquí adonde el caballo te lleve.

El zarevich Iván se fue corriendo a su padre y, por la primera vez en su vida, habló. El zar tuvo tal alegría al oírle hablar que, sin preguntarle para qué lo necesitaba, ordenó en seguida que le ensillasen el mejor caballo de sus cuadras.

Iván Zarevich montó a caballo y dejó en libertad al animal de seguir el camino que quisiese. Así cabalgó mucho tiempo hasta que encontró a dos viejas costureras y les pidió albergue; pero las viejas le contestaron:

—Con mucho gusto te daríamos albergue, Iván Zarevich; pero ya nos queda poca vida. Cuando hayamos roto todas las agujas que están en esta cajita y hayamos gastado el hilo de este ovillo, llegará nuestra muerte.

El zarevich Iván rompió a llorar y se fue más allá. Caminó mucho tiempo, y encontrando a Vertodub le pidió:

—Guárdame contigo.

—Con mucho gusto lo haría, Iván Zarevich; pero no me queda mucho que vivir. Cuando acabe de arrancar de la tierra estos robles con sus raíces, en seguida vendrá mi muerte.

El zarevich Iván lloró aún con más desconsuelo y se fue más allá. Al fin se encontró a Vertogez, y acercándose a él, le pidió albergue; pero Vertogez le repuso:


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4 págs. / 7 minutos / 132 visitas.

Publicado el 15 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Gato, el Gallo y la Zorra

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


En otros tiempos hubo un anciano que tenía un gato y un gallo muy amigos uno de otro. Un día el viejo se fue al bosque a trabajar; el gato le llevó el almuerzo y el gallo se quedó para guardar la casa. Pasado un rato se acercó a la casa una zorra, y situándose debajo de la ventana, se puso a cantar:

—¡Cucuricú, Gallito de la cresta de oro! Si sales a la ventana te daré un guisante.

El Gallo abrió la ventana, y en un abrir y cerrar de ojos la Zorra lo cogió para llevárselo a su choza. El Gallo se puso a gritar:

—¡Socorro! Me ha cogido la Zorra y me lleva por bosques oscuros, profundos valles y altos montes. ¡Gatito, compañero mío, socórreme!

Cuando el Gato oyó los gritos echó a correr en busca del Gallo; encontró a la Zorra, le arrancó el Gallo y se lo trajo a casa.

—Ten cuidado, querido Gallito —le dijo el Gato—, de no asomarte más a la ventana; no hagas caso de la Zorra, que lo que quiere es comerte sin dejar de ti ni siquiera los huesos.

Al otro día se fue también el anciano al bosque; el Gato le llevó la comida y el Gallo se quedó a cuidar de la casa, no sin haberle recomendado el buen viejo que no abriese la puerta a nadie ni se asomase a la ventana. Pero la Zorra, que tenía muchas ganas de comerse al Gallo, se puso debajo de la ventana y empezó a cantar como el día anterior:

—¡Cucuricú, Gallito de la cresta de oro! Mira por la ventana y te daré un guisante y otras semillas.

El Gallo se puso a pasearse por la cabaña sin responder a la Zorra; entonces ésta repitió la misma canción y le echó un guisante por la ventana. El Gallo se lo comió y dijo a la Zorra:

—No, Zorra, no me engañas; lo que tú quieres es comerme sin dejar ni siquiera los huesos.

—¿Pero por qué te figuras que yo te quiero comer? Lo que quiero es que vengas a mi casa para hacerme una visita, presentarte a mis hijas y regalarte como te mereces.

Y otra vez se puso a cantar con una voz muy suave:


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3 págs. / 5 minutos / 128 visitas.

Publicado el 12 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Gigante Verlioka

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


En tiempos remotos vivía en una cabaña un anciano con su mujer y sus dos nietas huérfanas. Eran tan preciosas y dóciles que sus abuelos estaban constantemente alabándolas.

Un día el anciano sembró en su huerto guisantes. Los guisantes crecieron y se cubrieron de flores; el anciano contemplaba su huerto con gran satisfacción, pensando para sus adentros:

«Durante todo el invierno próximo podré comer pasteles con guisantes.»

Pero, para desgracia del anciano, los gorriones invadieron el huerto y empezaron a picotear los guisantes. Viendo en peligro su cosecha, mandó a su nieta menor que espantase los gorriones, y ésta, provista de una rama seca, se sentó en el huerto al lado de los guisantes y empezó a amenazar a los pájaros malhechores, gritándoles:

—¡Fuera, fuera, gorriones! ¡No se coman los guisantes de mi abuelito!

De pronto se oyó un espantoso ruido por el lado del bosque y apareció el gigante Verlioka. Era de un aspecto terrible: tenía un solo ojo, la nariz como un garfio, la barba como un haz de paja, el bigote de una vara de largo y la cabeza cubierta con púas de puerco espín; andaba apoyándose en un enorme cayado y sonreía con una sonrisa espantosa.

Cuando se encontraba con algún ser humano lo estrechaba entre sus robustos brazos hasta que le hacía crujir los huesos y lo mataba. No tenía piedad ni de viejos ni de jóvenes, y lo mismo acometía a los cobardes que a los valientes. Apenas Verlioka divisó a la nieta del anciano, la mató con su cayado.

El abuelo esperó un rato a la niña. Al ver que no volvía envió a su nieta mayor a buscarla, pero Verlioka la mató también.

El anciano, cansado de esperarlas, perdió la paciencia y dijo a su mujer:

—¿Por qué tardan tanto en volver las niñas? Se habrán entretenido charlando con los mozos; mientras tanto los gorriones devorarán mis guisantes. Ve y llámalas a casa.


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4 págs. / 7 minutos / 108 visitas.

Publicado el 15 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Zorra, la Liebre y el Gallo

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


Éranse una liebre y una zorra. La zorra vivía en una cabaña de hielo y la liebre en una choza de líber. Llegó la primavera, y los rayos del Sol derritieron la cabaña de la zorra, mientras que la de la liebre permaneció intacta. La astuta zorra pidió albergue a la liebre, y una vez que le fue concedido echó a ésta de su casa.

La pobre liebre se puso a caminar por el campo llorando con desconsuelo, y tropezó con unos perros.

—¡Guau, guau! ¿Por qué lloras, Liebrecita? —le preguntaron los Perros.

La Liebre les contestó:

—¡Déjenme en paz, Perritos! ¿Cómo quieren que no llore? Tenía yo una choza de líber y la Zorra una de hielo; la suya se derritió, me pidió albergue y luego me echó de mi propia casa.

—No llores, Liebrecita —le dijeron los Perros—; nosotros la echaremos de tu casa.

—¡Oh, no! Eso no es posible.

—¿Cómo que no? ¡Ahora verás!

Se acercaron a la choza y los Perros dijeron:

—¡Guau, guau! Sal, Zorra, de esa casa. ¡Anda!

Pero la Zorra les contestó, calentándose al lado de la estufa:

—¡Si no se marchan en seguida saltaré sobre ustedes y los despedazaré en un instante!

Los Perros se asustaron y echaron a correr. La pobre Liebre se quedó sola, se puso a andar llorando desconsoladamente, y se encontró con un Oso.

—¿Por qué lloras, Liebrecita? —le preguntó el Oso.

—¡Déjame en paz, Oso! —le contestó—. ¿Cómo quieres que no llore? Tenía yo una choza de líber y la Zorra una cabaña de hielo; al derretirse la suya, me pidió albergue y luego me echó de mi propia casa.

—No llores, Liebrecita —le contestó el Oso—; yo echaré a la Zorra.

—¡Oh, no! No podrás echarla. Los Perros intentaron hacerlo y no pudieron; tampoco lo lograrás tú.

—¿Cómo que no? ¡Ahora verás!

Se encaminaron hacia la choza y el Oso dijo:

—¡Sal, Zorra, de la casa! ¡Anda!


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2 págs. / 4 minutos / 106 visitas.

Publicado el 15 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Sol, la Luna y el Cuervo

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


Érase un matrimonio ya anciano que tenía dos hijas y un hijo. Un día fue el marido al granero a buscar grano; cogió un saco, lo llenó de trigo y se lo llevó a su casa; pero no se fijó en que el saco tenía un agujero, por el que el trigo se iba saliendo y esparciéndose por el camino.

Cuando llegó a su casa, su mujer le preguntó:

—¿Dónde está el grano? Sólo veo el saco vacío.

No hubo más remedio que ir a recoger del suelo el grano esparcido, y el marido, mientras trabajaba, decía gimiendo:

—Si el buen Sol me calentase con sus rayos, la Luna me iluminase y el sabio Cuervo me ayudase a recoger el grano, al Sol le daría en matrimonio a mi hija mayor, al sabio Cuervo le daría mi segunda hija y a la Luna la casaría con mi hijo.

Apenas acabó de decirlo cuando el Sol lo calentó, la Luna iluminó el patio y el Cuervo le ayudó a recoger los granos. El viejo volvió a casa satisfecho y dijo a su hija mayor:

—Vístete con tu mejor vestido y ve a sentarte a la puerta de la casa.

Su hija lo obedeció; se vistió lo mejor posible y se sentó en el escalón de la puerta. En cuanto el Sol vio a la hermosa joven se la llevó a su casa.

Luego, el padre ordenó lo mismo a su segunda hija, la que se puso su mejor traje y se dirigió al patio; aún no había pisado el umbral de la puerta cuando apareció el Cuervo, la cogió con sus garras y se la llevó a su reino.

Le llegó el turno al hijo, a quien el padre dijo:

—Ponte tu mejor vestido y sal a la puerta.

Entonces la Luna, al ver al muchacho, se enamoró de él y se lo llevó a su palacio.

Pasado algún tiempo, el padre sintió deseos de ver a sus hijos y para sus adentros se dijo:

«Me gustaría visitar a mis yernos y a mi nuera.»

Y sin pensarlo más se dirigió a casa del Sol. Andando, andando, al fin llegó.

—¡Hola, suegro mío! ¿Cómo te va? ¿Quieres que te convide? —dijo el Sol.


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Publicado el 15 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Infortunio

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


En una aldea vivían dos campesinos hermanos; uno pobre y el otro rico.

El rico se trasladó a una gran ciudad, se hizo construir una gran casa, se estableció en ella y se inscribió en el gremio de comerciantes. Entretanto, al pobre le faltaba muchas veces hasta pan para sus hijos, que lloraban y le pedían de comer.

El desgraciado padre trabajaba como un negro de la mañana a la noche, sin lograr ganar lo suficiente para sustentar a su familia.

Un día dijo a su mujer:

—Iré a la ciudad y pediré a mi hermano que me preste ayuda.

Fue a casa del hermano rico y le habló así:

—¡Oh, hermano mío! Ayúdame en mi desgracia: mi mujer y mis hijos están sin comer y se mueren de hambre.

—Si trabajas en mi casa durante esta semana, te ayudaré —respondió el rico.

El pobre se puso a trabajar con ardor: limpiaba el patio, cuidaba los caballos, traía agua y partía la leña. Transcurrida la semana, el rico le dio tan sólo un pan, diciéndole:

—He aquí el pago de tu trabajo.

—Gracias —le dijo el pobre, e hizo ademán de marcharse; pero el hermano lo detuvo, diciéndole:

—Espera. Ven mañana a visitarme y trae contigo a tu mujer, porque mañana es el día de mi santo.

—¿Cómo quieres que venga? Vendrán a verte ricos comerciantes que visten abrigos forrados de pieles y botas grandes de cuero, mientras que yo llevo calzado de líber y un viejo caftán gris.

—¡No importa! Ven; eres mi hermano y habrá sitio también para ti.

—Bueno, hermano mío, gracias.

El pobre volvió a casa, entregó a su mujer el pan y le dijo:

—Oye, mujer: nos han convidado para mañana.

—¿Quién nos ha convidado?

—Mi hermano, porque es el día de su santo.

—Muy bien. Iremos.


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Publicado el 12 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

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