Textos más populares este mes de Aleksandr Afanásiev | pág. 2

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autor: Aleksandr Afanásiev


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La Bruja Baba Yaga

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


Vivía en otros tiempos un comerciante con su mujer; un día ésta se murió, dejándole una hija. Al poco tiempo el viudo se casó con otra mujer, que, envidiosa de su hijastra, la maltrataba y buscaba el modo de librarse de ella.

Aprovechando la ocasión de que el padre tuvo que hacer un viaje, la madrastra le dijo a la muchacha:

—Ve a ver a mi hermana y pídele que te dé una aguja y un poco de hilo para que te cosas una camisa.

La hermana de la madrastra era una bruja, y como la muchacha era lista, decidió ir primero a pedir consejo a otra tía suya, hermana de su padre.

—Buenos días, tiíta.

—Muy buenos, sobrina querida. ¿A qué vienes?

—Mi madrastra me ha dicho que vaya a pedir a su hermana una aguja e hilo, para que me cosa una camisa.

—Acuérdate bien —le dijo entonces la tía— de que un álamo blanco querrá arañarte la cara: tú átale las ramas con una cinta. Las puertas de una cancela rechinarán y se cerrarán con estrépito para no dejarte pasar; tú úntale los goznes con aceite. Los perros te querrán despedazar; tírales un poco de pan. Un gato feroz estará encargado de arañarte y sacarte los ojos; dale un pedazo de jamón.

La chica se despidió, cogió un poco de pan, aceite y jamón y una cinta, se puso a andar en busca de la bruja y finalmente llegó.

Entró en la cabaña, en la cual estaba sentada la bruja Baba—Yaga sobre sus piernas huesosas, ocupada en tejer.

—Buenos días, tía.

—¿A qué vienes, sobrina?

—Mi madre me ha mandado que venga a pedirte una aguja e hilo para coserme una camisa.

—Está bien. En tanto que lo busco, siéntate y ponte a tejer.

Mientras la sobrina estaba tejiendo, la bruja salió de la habitación, llamó a su criada y le dijo:

—Date prisa, calienta el baño y lava bien a mi sobrina, porque me la voy a comer.


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3 págs. / 6 minutos / 222 visitas.

Publicado el 15 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Niño Prodigioso

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


Érase un acreditado comerciante que vivía con su mujer y poseía grandes riquezas. Sin embargo, el matrimonio no era feliz porque no tenía hijos, cosa que deseaban ambos ardientemente, y para ello pedían a Dios todos los días que les concediese la gracia de tener un niño que los hiciese muy dichosos, los sostuviera en la vejez y heredase sus bienes y rezase por sus almas después de muertos.

Para agradar a Dios ayudaban a los pobres y desvalidos dándoles limosnas, comida y albergue; además de esto, idearon construir un gran puente a través de una laguna pantanosa próxima al pueblo, para que todas las gentes pudiesen servirse de él y evitarles tener que dar un gran rodeo. El puente costaba mucho dinero; pero a pesar de ello el comerciante llevó a cabo su proyecto y lo concluyó, en su afán de hacer bien a sus semejantes.

Una vez el puente terminado, dijo a su mayordomo Fedor:

—Ve a sentarte debajo del puente, y escucha bien lo que la gente dice de mí.

Fedor se fue, se sentó debajo del puente y se puso a escuchar. Pasaban por el puente tres virtuosos ancianos hablando entre sí, y decían:

—¿Con qué recompensaríamos al hombre que ha mandado construir este puente? Le daremos un hijo que tenga la virtud de que todo lo que diga se cumpla y todo lo que le pida a Dios le sea concedido.

El mayordomo, después de haber oído estas palabras, volvió a casa.

—¿Qué dice la gente, Fedor? —le preguntó el comerciante.

—Dicen cosas muy diversas: según unos, haz hecho una obra de caridad construyendo el puente, y según otros, lo has hecho sólo por vanagloria.


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3 págs. / 6 minutos / 94 visitas.

Publicado el 15 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Campesino, el Oso y la Zorra

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


Un día un campesino estaba labrando su campo, cuando se acercó a él un Oso y le gritó:

—¡Campesino, te voy a matar!

—¡No me mates! —suplicó éste—. Yo sembraré los nabos y luego los repartiremos entre los dos; yo me quedaré con las raíces y te daré a ti las hojas.

Consintió el Oso y se marchó al bosque.

Llegó el tiempo de la recolección. El campesino empezó a escarbar la tierra y a sacar los nabos, y el Oso salió del bosque para recibir su parte.

—¡Hola, campesino! Ha llegado el tiempo de recoger la cosecha y cumplir tu promesa —le dijo el Oso.

—Con mucho gusto, amigo. Si quieres, yo mismo te llevaré tu parte —le contestó el campesino.

Y después de haber recogido todo, le llevó al bosque un carro cargado de hojas de nabo. El Oso quedó muy satisfecho de lo que él creía un honrado reparto.

Un día el aldeano cargó su carro con los nabos y se dirigió a la ciudad para venderlos; pero en el camino tropezó con el Oso, que le dijo:

—¡Hola, campesino! ¿Adónde vas?

—Pues, amigo —le contestó el aldeano—, voy a la ciudad a vender las raíces de los nabos.

—Muy bien, pero déjame probar qué tal saben.

No hubo más remedio que darle un nabo para que lo probase. Apenas el Oso acabó de comerlo, rugió furioso:

—¡Ah, miserable! ¡Cómo me has engañado! ¡Las raíces saben mucho mejor que las hojas! Cuando siembres otra vez, me darás las raíces y tú te quedarás con las hojas.

—Bien —contestó el campesino, y en vez de sembrar nabos sembró trigo.

Llegó el tiempo de la recolección y tomó para sí las espigas, las desgranó, las molió y de la harina amasó y coció ricos panes, mientras que al Oso le dio las raíces del trigo.

Viendo el Oso que otra vez el campesino se había burlado de él, rugió:

—¡Campesino! ¡Estoy muy enfadado contigo! ¡No te atrevas a ir al bosque por leña, porque te mataré en cuanto te vea!


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2 págs. / 5 minutos / 223 visitas.

Publicado el 12 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Araña Mizguir

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


En tiempos remotos hubo un verano tan caluroso que la gente no sabía dónde esconderse para librarse de los ardientes rayos del Sol, que quemaban sin piedad. Coincidiendo con esta época de calor apareció una gran plaga de moscas y de mosquitos, que picaban a la desgraciada gente de tal modo que de cada picadura saltaba una gota de sangre. Pero al mismo tiempo se presentó el valiente Mizguir, incansable tejedor, que empezó a tejer sus redes, extendiéndolas por todas partes y por todos los caminos por donde volaban las moscas y los mosquitos.

Un día una mosca que iba volando fue cogida en las redes de Mizguir. Éste se precipitó sobre ella y empezó a ahogarla; pero la Mosca suplicó a Mizguir:

—¡Señor Mizguir! ¡No me mates! ¡Tengo tantos hijos, que si los pobres se quedan sin mí, como no tendrán qué comer, molestarán a la gente y a los perros!

Mizguir tuvo compasión de la Mosca y la dejó libre. Ésta echó a volar, zumbando y anunciando a todos sus compañeros:

—¡Cuidado, moscas y mosquitos! ¡Escóndanse bien bajo el tronco del chopo! ¡Ha aparecido el valiente Mizguir y ha empezado a tejer sus redes, poniéndolas por todos los caminos por donde volamos nosotros y a todos matará!

Las moscas y los mosquitos, a todo correr, se escondieron debajo del tronco del chopo, permaneciendo allí como muertas. Mizguir se quedó perplejo al ver que no tenía caza; a él no le gustaba padecer hambre. ¿Qué hacer? Entonces llamó al grillo, a la cigarra y al escarabajo, y les dijo:

—Tú, Grillo, toca la corneta; tú, Cigarra, ve batiendo el tambor, y tú, Escarabajo, vete debajo del tronco del chopo. Vayan anunciando a todos que ya no vive el valiente Mizguir, el incansable tejedor; que le pusieron cadenas, lo enviaron a Kazán, le cortaron la cabeza sobre el patíbulo y luego fue despedazado.


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1 pág. / 2 minutos / 87 visitas.

Publicado el 15 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Rana Zarevna

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


En un reino muy lejano reinaban un zar y una zarina que tenían tres hijos. Los tres eran solteros, jóvenes y tan valientes que su valor y audacia eran envidiados por todos los hombres del país. El menor se llamaba el zarevich Iván.

Un día les dijo el zar:

—Queridos hijos: Tomen cada uno una flecha, tiendan sus fuertes arcos y dispárenla al acaso, y dondequiera que caiga, allí irán a escoger novia para casarse.

Lanzó su flecha el hermano mayor y cayó en el patio de un boyardo, frente al torreón donde vivían las mujeres; disparó la suya el segundo hermano y fue a caer en el patio de un comerciante, clavándose en la puerta principal, donde a la sazón se hallaba la hija, que era una joven hermosa. Soltó la flecha el hermano menor y cayó en un pantano sucio al lado de una rana.

El atribulado zarevich Iván dijo entonces a su padre:

—¿Cómo podré, padre mío, casarme con una rana? No creo que sea ésa la pareja que me esté destinada.

—¡Cásate —le contestó el zar—, puesto que tal ha sido tu suerte!

Y al poco tiempo se casaron los tres hermanos: el mayor, con la hija del boyardo; el segundo, con la hija del comerciante, e Iván, con la rana.

Algún tiempo después el zar les ordenó:

—Que sus mujeres me hagan, para la comida, un pan blanco y tierno.

Volvió a su palacio el zarevich Iván muy disgustado y pensativo.

—¡Kwa, kwa, Iván Zarevich! ¿Por qué estás tan triste? —le preguntó la Rana—. ¿Acaso te ha dicho tu padre algo desagradable o se ha enfadado contigo?

—¿Cómo quieres que no esté triste? Mi señor padre te ha mandado hacerle, para la comida, un pan blanco y tierno.

—¡No te apures, zarevich! Vete, acuéstate y duerme tranquilo. Por la mañana se es más sabio que por la noche —le dijo la Rana.


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6 págs. / 11 minutos / 90 visitas.

Publicado el 15 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Infortunio

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


En una aldea vivían dos campesinos hermanos; uno pobre y el otro rico.

El rico se trasladó a una gran ciudad, se hizo construir una gran casa, se estableció en ella y se inscribió en el gremio de comerciantes. Entretanto, al pobre le faltaba muchas veces hasta pan para sus hijos, que lloraban y le pedían de comer.

El desgraciado padre trabajaba como un negro de la mañana a la noche, sin lograr ganar lo suficiente para sustentar a su familia.

Un día dijo a su mujer:

—Iré a la ciudad y pediré a mi hermano que me preste ayuda.

Fue a casa del hermano rico y le habló así:

—¡Oh, hermano mío! Ayúdame en mi desgracia: mi mujer y mis hijos están sin comer y se mueren de hambre.

—Si trabajas en mi casa durante esta semana, te ayudaré —respondió el rico.

El pobre se puso a trabajar con ardor: limpiaba el patio, cuidaba los caballos, traía agua y partía la leña. Transcurrida la semana, el rico le dio tan sólo un pan, diciéndole:

—He aquí el pago de tu trabajo.

—Gracias —le dijo el pobre, e hizo ademán de marcharse; pero el hermano lo detuvo, diciéndole:

—Espera. Ven mañana a visitarme y trae contigo a tu mujer, porque mañana es el día de mi santo.

—¿Cómo quieres que venga? Vendrán a verte ricos comerciantes que visten abrigos forrados de pieles y botas grandes de cuero, mientras que yo llevo calzado de líber y un viejo caftán gris.

—¡No importa! Ven; eres mi hermano y habrá sitio también para ti.

—Bueno, hermano mío, gracias.

El pobre volvió a casa, entregó a su mujer el pan y le dijo:

—Oye, mujer: nos han convidado para mañana.

—¿Quién nos ha convidado?

—Mi hermano, porque es el día de su santo.

—Muy bien. Iremos.


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6 págs. / 11 minutos / 99 visitas.

Publicado el 12 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Gorrioncito

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


Un matrimonio viejo que no tenía hijos rezaba a Dios todos los días para merecer la misericordia divina; pero Dios, sordo, al parecer, a las súplicas, no le concedía la gracia de tener un niño.

Un día se fue el marido al bosque para recoger setas y encontró a un viejecito que le dijo:

—Yo sé cuál es la pena que escondes en tu corazón y cuán grande es tu deseo de tener hijos. Óyeme bien: ve al pueblo, pide en cada casa un huevo; luego coge una gallina, hazla sentar sobre ellos para que los empolle y ya verás lo que sucede.

El anciano volvió al pueblo, que tenía cuarenta y una casas; en cada una de ellas entró y pidió un huevo, y luego, volviendo a la suya, cogió una gallina y la hizo empollar los cuarenta y un huevos.

Pasaron dos semanas; los ancianos fueron al gallinero, y cuál sería su asombro al ver que de los huevos nacieron cuarenta niños fuertes y robustos y uno pequeño y débil.

El padre le puso a cada uno un nombre; pero al llegar al último, ya no se le ocurría qué nombre ponerle. Entonces, atendiendo a que era el pequeño, dijo:

—Como no tengo nombre para ti, te llamaré Gorrioncito.

Los niños crecieron con tal rapidez, que algunos días después de nacer pudieron ya trabajar y ayudar a sus padres. Eran unos muchachos guapísimos y trabajadores; cuarenta de ellos labraban el campo y Gorrioncito hacía los trabajos de casa.

Llegó la temporada de siega, y los hermanos se fueron a guadañar y hacer haces de heno. Pasaron una semana en las praderas y luego volvieron a casa, cenaron y se acostaron. El anciano los contempló y dijo gruñendo:

—¡Oh juventud indolente! Comen mucho, duermen aún más y estoy seguro de que no han trabajado nada.

—Padre, antes de juzgar, ve a ver —dijo Gorrioncito.

El anciano se vistió, fue a las praderas y vio con satisfacción que estaban ya listos cuarenta grandes haces de heno.


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4 págs. / 7 minutos / 72 visitas.

Publicado el 15 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Ciencia Mágica

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


En una aldea vivían un campesino con su mujer y su único hijo. Eran muy pobres, y, sin embargo, el marido deseaba que su hijo estudiase una carrera que le ofreciese un porvenir brillante y pudiera servirles de apoyo en su vejez. Pero ¿qué podían hacer? ¡Cuando no se tiene dinero…!

El padre llevó a su hijo a varias ciudades y pueblos para ver si alguien quería instruirle de balde; pero sin dinero nadie quería hacerlo. Volvieron a casa, lloró él, lloró la mujer, se desesperaron los dos por no tener bienes de fortuna, y cuando se calmaron un poco, cogió el viejo a su hijo y otra vez se marcharon ambos a la ciudad cercana. Cuando llegaron a ésta encontraron en la calle a un hombre desconocido que paró al campesino y le preguntó:

—¿Por qué estás tan triste, buen hombre?

—¿Cómo no he de estarlo? —dijo el padre—. Hemos visitado muchas ciudades, buscando quién quiera instruir de balde a mi hijo, y no he podido encontrarlo; todos me piden mucho dinero y yo no lo tengo.

—Déjamelo a mí —le dijo el desconocido—. En tres años yo le enseñaré una profesión muy lucrativa; pero, acuérdate bien: dentro de tres años, el mismo día y a la misma hora que hoy, tienes que venir a recogerlo; si llegas a tiempo y reconoces a tu hijo, te lo podrás llevar; pero si llegas tarde o no lo reconoces, se quedará para siempre conmigo.

El campesino se puso tan contento que se olvidó de preguntar sus señas al desconocido y qué era lo que iba a enseñar a su hijo. Se despidió de éste, volvió a su casa, y con gran júbilo contó lo ocurrido a su mujer. No se había dado cuenta de que el desconocido a quien había dejado su hijo era un hechicero.


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7 págs. / 12 minutos / 140 visitas.

Publicado el 15 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Invernada de los Animales

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


Un toro que pasaba por un bosque se encontró con un cordero.

—¿Adónde vas, Cordero? —le preguntó.

—Busco un refugio para resguardarme del frío en el invierno que se aproxima —contestó el Cordero.

—Pues vamos juntos en su busca.

Continuaron andando los dos y se encontraron con un cerdo.

—¿Adónde vas, Cerdo? —preguntó el Toro.

—Busco un refugio para el crudo invierno —contestó el Cerdo.

—Pues ven con nosotros.

Siguieron andando los tres y a poco se les acercó un ganso.

—¿Adónde vas, Ganso? —le preguntó el Toro.

—Voy buscando un refugio para el invierno —contestó el Ganso.

—Pues síguenos.

Y el ganso continuó con ellos. Anduvieron un ratito y tropezaron con un gallo.

—¿Adónde vas, Gallo? —le preguntó el Toro.

—Busco un refugio para invernar —contestó el Gallo.

—Pues todos buscamos lo mismo. Síguenos —repuso el Toro.

Y juntos los cinco siguieron el camino, hablando entre sí.

—¿Qué haremos? El invierno está empezando y ya se sienten los primeros fríos. ¿Dónde encontraremos un albergue para todos?

Entonces el Toro les propuso:

—Mi parecer es que hay que construir una cabaña, porque si no, es seguro que nos helaremos en la primera noche fría. Si trabajamos todos, pronto la veremos hecha.

Pero el Cordero repuso:

—Yo tengo un abrigo muy calentito. ¡Miren qué lana! Podré invernar sin necesidad de cabaña.

El Cerdo dijo a su vez:

—A mí el frío no me preocupa; me esconderé entre la tierra y no necesitaré otro refugio.

El Ganso dijo:

—Pues yo me sentaré entre las ramas de un abeto, un ala me servirá de cama y la otra de manta, y no habrá frío capaz de molestarme; no necesito, pues, trabajar en la cabaña.

El Gallo exclamó:


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3 págs. / 5 minutos / 97 visitas.

Publicado el 15 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Vaquita Parda

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


Éranse en un reino un zar y una zarina que tenían una hija llamada María. Cuando la zarina murió, el zar se casó al poco tiempo con una mujer llamada Yaguichno. De este segundo matrimonio tuvo tres hijas; la mayor tenía un solo ojo, la segunda nació con dos, y la tercera tenía tres ojos.

La madrastra no quería bien a su hijastra María, y un día la vistió con un vestido viejo y sucio, le dio una corteza de pan duro y la envió al campo a apacentar una vaquita parda.

La zarevna1 condujo a la vaquita a una pradera verde, entró en la vaca por una oreja y salió por la otra, ya comida, bebida, lavada y engalanada. Limpia y arreglada como una zarevna, cuidó todo el día de la vaquita, y cuando el sol se puso María se quitó su vestido de gala, vistió su traje andrajoso, volvió a casa con la vaquita y guardó el pedazo de pan duro en el cajón de la mesa.

«¿Qué es lo que habrá comido?», pensó la madrastra. Al día siguiente Yaguichno dio a su hijastra la misma corteza de pan duro y la envió a apacentar la vaquita; pero hizo que la acompañase su hija mayor, la que tenía un solo ojo, a la que antes de marcharse dijo:

—Observa, hija mía, qué es lo que come y bebe María, la cual vuelve saciada sin haber probado el pan que le doy.

Llegadas las muchachas a la pradera, María dijo a su hermana:

—Ven, hermanita; siéntate a mi lado y apoya tu cabeza sobre mis rodillas, que te voy a peinar.

Y cuando apoyó la cabeza en sus rodillas, peinándola, dijo:

—No mires, hermanita; cierra tu ojito; duerme, hermanita mía, duerme, querida.

Cuando la hermana se durmió, María se levantó, se acercó a la vaquita, entró en ella por una oreja, salió por la otra comida, bebida y bien vestida, y todo el día, engalanada como una zarevna, cuidó de la vaquita.

Cuando empezó a oscurecer, María se cambió de traje y despertó a su hermana, diciéndole:


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Publicado el 15 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

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