Amnesia
Amado Nervo
Cuento
Capítulo 1
Toda la comedia o el drama de mi vida —no sé aún lo que es— dependió de una cerilla y de un soplo de viento, como dijo el otro.
¿Acaso dependen de algo menos tenue las grandes catástrofes de la historia?
Acababa yo de cumplir treinta años; iba por una calle del barrio de Salamanca —supongamos que por la de Ayala—; cogí un pitillo; quise encenderlo con mi peut—être; no hubo manera: saqué mi caja de cerillas, pues soy hombre prevenido. Pero un soplo de viento apagó la primera cerilla y creo que la segunda. Me metí en un portal de cierta casa lujosa, para lograr mí perseverante deseo. Encendí al fin el pitillo, pero mi corazón se encendió al propio tiempo. Bajaba los escalones de la marmórea escalera, Luisa Núñez, la que diez meses después era mi esposa en el templo de la Concepción de la calle de Goya.
—¡El Flechazo!
—¡Tú no sabes lo que eran los ojos de Luisa! Ni los de Pastora Imperio, ni los de la Minerva del Vaticano podían comparárseles.
Habrás advertido el supremo encanto de unos ojos claros; verdes o zarcos especialmente, en un rostro moreno: encanto y misterio…
Los de Luisa eran zarcos. En su tez trigueña, de un trigueño oscuro, evocaban reminiscencias de límpidas fuentes en la morena tierra.
Debo advertir para que no se culpe a otro que a mí de mi desgracia, que no uno, sino varios amigos oficiosos y buenos, desaprobaron mi matrimonio.
Conocían a Luisa y sabían que era una mujer frívola, muy pagada de su hermosura; de su pelo negro y luciente (no temas: no incurriré en la vulgaridad de decir que «como el ala del cuervo»); de su boca admirablemente dibujada (no receles que te diga que parecía «herida recién abierta»… ); de su cuello Zulamita (lee lo que dice el Cantar de los Cantares); de la esbeltez, en suma, de su cuerpo.
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Publicado el 11 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.