Tengo la convicción de que el don de los
sueños es un valioso obsequio literario, pues si con alguna
técnica aún no descubierta pudiéramos captar, fijar y utilizar
las insólitas imágenes que proporciona, tendríamos una
literatura «muy por encima de lo corriente». Del mismo modo
que los animales adiestrados adquieren nuevas capacidades y
aptitudes, ese don podría mejorarse sensiblemente una vez
capturado y domesticado. Con ello, doblaríamos las horas
productivas y realizaríamos nuestra más fructífera labor
mientras dormimos. Pero, incluso en las condiciones actuales,
el mundo de los sueños es un terreno que produce rentas, tal y
como demuestra «Kubla Khan».
¿Y qué es el sueño? Pues una
desordenada disposición de recuerdos inconexos, una embrollada
sucesión de pensamientos que una vez estuvieron presentes en
la conciencia insomne. Es una resurrección de todos los
muertos en tropel (pasados y recientes, justos e injustos)
que, emergiendo de sus tumbas resquebrajadas «con las mismas
ropas que llevaban en vida», corren desordenadamente para
conseguir una audiencia del director de todo ese baile
mientras se desgarran los vestidos unos a otros. Pero, ¿es que
realmente hay un director? En absoluto; el que debía serlo
renunció a su autoridad y la masa se ha apoderado de su
voluntad. Murió, pero no resucita con los demás; su capacidad
de juicio y de sorpresa ha desaparecido. Puede sentir dolor y
alegría, terror y atracción, pero no asombro. Lo monstruoso,
absurdo y antinatural se convierte entonces en sencillo,
correcto y razonable. Ni lo ridículo divierte ni lo imposible
desconcierta. El único poeta verdadero que encontramos es,
pues, el soñador; en él «la imaginación es compacta».
Información texto 'Visiones de la Noche'