Textos más populares esta semana de Ambrose Bierce publicados por Edu Robsy no disponibles | pág. 3

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Diagnóstico de Muerte

Ambrose Bierce


Cuento


— No soy tan supersticioso como algunos de tus doctores de ciencia, como tu te complaces en decir — dijo Hawver, replicando una acusación que no había sido hecha — Algunos de ustedes, solo algunos, confieso, creen en la inmortalidad del alma, y en apariciones que tu no tienes la honestidad de llamar fantasmas. No voy decir más que tengo la convicción que los vivos algunas veces son vistos donde no están, en lugares donde han estado, donde ellos vivieron tanto tiempo, quizás tan intensamente, como para dejar sus impresiones en todo lo que los rodea. Lo se, en efecto, puede ser que un ambiente pueda ser tan afectado por la personalidad de una persona como para impresionar, mucho después, una imagen de uno mismo a los ojos de otro. Indudablemente la personalidad impresa tiene que ser el tipo justo de personalidad y los ojos perceptores tienen que ser el tipo justo de ojos, los míos por ejemplo.

— Si, el tipo justo de ojos, sensaciones convincentes del lugar erróneo del cerebro — dijo el Dr. Frayley, sonriendo.

— Gracias; uno gusta tener sus expectativas gratificada; esto es en réplica de lo que yo supongo que haría alguien civilizado.

— Perdón, pero tu dices que lo sabes. Es algo fácil de decir, ¿no crees? Quizás tu no pensarás en el problema de decirme como lo supiste.

— Tu lo llamarás una alucinación — dijo Hawver, — pero no es tal cosa — y le contó la historia.


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Publicado el 7 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Una Rebelión de los Dioses

Ambrose Bierce


Cuento


Mi padre era desodorizador de perros muertos; mi madre mantenía el único negocio de carne para gatos en mi ciudad natal. No vivían felices: la diferencia de rango social era un abismo que no podía ser salvado por los votos del matrimonio. Era en verdad una alianza incompatible y desafortunada; y como podría haberse previsto, terminó en desastre. Una mañana, después de las habituales riñas del desayuno, mi padre se levantó de la mesa, tembloroso y pálido de ira, y dirigiéndose a la iglesia, azotó al sacerdote que había llevado a cabo la ceremonia matrimonial. El acto fue generalmente condenado y el sentimiento público se alzó tan fuertemente contra el ofensor, que la gente permitiría antes yacer perros muertos en su propiedad hasta que la fragancia fuera ensordecedora, antes que emplearlo; y las autoridades municipales soportaron que un viejo mastín hinchado exhalase desde una plaza pública una emanación tan clamorosa, que los forasteros de paso suponían para sí que se encontraban en las vecindades de un aserradero. Mi padre era verdaderamente impopular. Durante esos oscuros días, el único sostén de la familia provenía del emporio de comida para gatos de mi madre.


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Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Secreto del Barranco de Macarger

Ambrose Bierce


Cuento


Al noroeste de Indian Hill, a unas nueve millas en línea recta, se encuentra el barranco de Macarger. No tiene mucho de barranco, pues se trata de una mera depresión entre dos sierras boscosas de una altura considerable. Desde la boca hasta la cabecera, porque los barrancos, como los ríos, tienen una anatomía propia, la distancia no es superior a las dos millas, y la anchura en el fondo sólo rebasa en un punto las doce yardas; durante la mayor parte del recorrido, a ambos lados del pequeño arroyo que fluye por él en invierno y se seca al llegar la primavera, no hay terreno llano. Las escarpadas laderas de las colinas, cubiertas por una vegetación casi impenetrable de manzanita y chamiso, no tienen otra separación que la de la anchura del curso del río. Nadie, a no ser un ocasional cazador intrépido de los contornos, se aventura a meterse en el barranco de Macarger que, cinco millas más adelante, no se sabe ni qué nombre tiene. En esa zona, y en cualquier dirección, hay muchos más accidentes topográficos notables que no tienen nombre y resultaría vano intentar descubrir, preguntando a los lugareños, el origen del nombre de éste.


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Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Un Habitante de Carcosa

Ambrose Bierce


Cuento


Existen diversas clases de muerte. En algunas, el cuerpo perdura, en otras se desvanece por completo con el espíritu. Esto solamente sucede, por lo general, en la soledad (tal es la voluntad de Dios), y, no habiendo visto nadie ese final, decimos que el hombre se ha perdido para siempre o que ha partido para un largo viaje, lo que es de hecho verdad. Pero, a veces, este hecho se produce en presencia de muchos, cuyo testimonio es la prueba. En una clase de muerte el espíritu muere también, y se ha comprobado que puede suceder que el cuerpo continúe vigoroso durante muchos años. Y a veces, como se ha testificado de forma irrefutable, el espíritu muere al mismo tiempo que el cuerpo, pero, según algunos, resucita en el mismo lugar en que el cuerpo se corrompió.

Meditando estas palabras de Hali (Dios le conceda la paz eterna), y preguntándome cuál sería su sentido pleno, como aquel que posee ciertos indicios, pero duda si no habrá algo más detrás de lo que él ha discernido, no presté atención al lugar donde me había extraviado, hasta que sentí en la cara un viento helado que revivió en mí la conciencia del paraje en que me hallaba. Observé con asombro que todo me resultaba ajeno. A mi alrededor se extendía una desolada y yerma llanura, cubierta de yerbas altas y marchitas que se agitaban y silbaban bajo la brisa del otoño, portadora de Dios sabe qué misterios e inquietudes. A largos intervalos, se erigían unas rocas de formas extrañas y sombríos colores que parecían tener un mutuo entendimiento e intercambiar miradas significativas, como si hubieran asomado la cabeza para observar la realización de un acontecimiento previsto. Aquí y allá, algunos árboles secos parecían ser los jefes de esta malévola conspiración de silenciosa expectativa.


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4 págs. / 8 minutos / 105 visitas.

Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Amo de Moxón

Ambrose Bierce


Cuento


—¿Lo dices en serio?... ¿Realmente crees que una máquina puede pensar?

No obtuve respuesta inmediata. Moxon estaba ocupado aparentemente con el fuego del hogar, revolviendo con habilidad aquí y allá con el atizador, como si toda su atención estuviera centrada en las brillantes llamas. Hacía semanas que observaba en él un hábito creciente de demorar su respuesta, aun a las más triviales y comunes preguntas. Su aire era, no obstante, más de preocupación que de deliberación: se podía haber dicho que "tenía algo que le daba vueltas en la cabeza".

—¿Qué es una "máquina"? La palabra ha sido definida de muchas maneras. Aquí tienes la definición de un diccionario popular: "Cualquier instrumento u organización por medio del cual se aplica y se hace efectiva la fuerza, o se produce un efecto deseado". Bien, ¿entonces un hombre no es una máquina? Y debes admitir que él piensa... o piensa que piensa.

—Si no quieres responder mi pregunta —dije irritado —¿por qué no lo dices?... eso no es más que eludir el tema. Sabes muy bien que cuando digo "máquina" no me refiero a un hombre, sino a algo que el hombre fabrica y controla.

—Cuando no lo controla a él —dijo, levantándose abruptamente y mirando hacia afuera por la ventana, donde nada era visible en la oscura noche tormentosa. Un momento más tarde se dio vuelta y agregó con una sonrisa.

—Discúlpame, no deseaba evadir la pregunta. Considero al diccionario humano como un testimonio inconsciente y sugestivo que aporta algo a la discusión. No puedo dar una respuesta directa tan fácilmente; creo que una máquina piensa en el trabajo que está realizando.


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11 págs. / 19 minutos / 102 visitas.

Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Visiones de la Noche

Ambrose Bierce


Cuento


Tengo la convicción de que el don de los sueños es un valioso obsequio literario, pues si con alguna técnica aún no descubierta pudiéramos captar, fijar y utilizar las insólitas imágenes que proporciona, tendríamos una literatura «muy por encima de lo corriente». Del mismo modo que los animales adiestrados adquieren nuevas capacidades y aptitudes, ese don podría mejorarse sensiblemente una vez capturado y domesticado. Con ello, doblaríamos las horas productivas y realizaríamos nuestra más fructífera labor mientras dormimos. Pero, incluso en las condiciones actuales, el mundo de los sueños es un terreno que produce rentas, tal y como demuestra «Kubla Khan».

¿Y qué es el sueño? Pues una desordenada disposición de recuerdos inconexos, una embrollada sucesión de pensamientos que una vez estuvieron presentes en la conciencia insomne. Es una resurrección de todos los muertos en tropel (pasados y recientes, justos e injustos) que, emergiendo de sus tumbas resquebrajadas «con las mismas ropas que llevaban en vida», corren desordenadamente para conseguir una audiencia del director de todo ese baile mientras se desgarran los vestidos unos a otros. Pero, ¿es que realmente hay un director? En absoluto; el que debía serlo renunció a su autoridad y la masa se ha apoderado de su voluntad. Murió, pero no resucita con los demás; su capacidad de juicio y de sorpresa ha desaparecido. Puede sentir dolor y alegría, terror y atracción, pero no asombro. Lo monstruoso, absurdo y antinatural se convierte entonces en sencillo, correcto y razonable. Ni lo ridículo divierte ni lo imposible desconcierta. El único poeta verdadero que encontramos es, pues, el soñador; en él «la imaginación es compacta».


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Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Un Naufragio Psicológico

Ambrose Bierce


Cuento


En el verano de 1874 me encontraba en Liverpool, donde había ido en viaje de negocios representando a la sociedad mercantil Bronson & Jarret de Nueva York. Mi nombre es William Jarret, y el de mi socio era Zenas Bronson. La compañía quebró el año pasado y Bronson, incapaz de soportar el salto de la opulencia a la pobreza, murió.

Una vez concluidos mis asuntos financieros y viendo cercana una crisis de agotamiento y desaliento, decidí que una larga travesía marítima podría resultar al mismo tiempo agradable y beneficiosa para mí; por ello, en vez de embarcarme a la vuelta en uno de aquellos excelentes buques de pasajeros, hice una reserva para Nueva York en el velero Morrow, donde había hecho cargar una abundante y valiosa remesa de los artículos que había comprado. El Morrow era un barco inglés dotado con pocos camarotes para pasajeros, entre los que sólo nos contábamos yo y una joven con su doncella, una mujer negra de mediana edad. Me pareció extraño que una joven inglesa viajara tan bien atendida, pero ella me explicó más tarde que la doncella había estado al servicio de un matrimonio de Carolina del Sur, y que fue recogida por su familia al morir ambos cónyuges el mismo día en casa de su padre, en Devonshire. Dicha circunstancia, por su rareza, permanecería en mi memoria con bastante claridad, incluso aunque no hubiera salido a relucir en una posterior conversación con la joven dama que el marido se llamaba William Jarret, igual que yo. Sabía que una rama de mi familia se había establecido en Carolina del Sur, pero desconocía completamente su historia y lo que había sido de ellos.


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Publicado el 1 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Hipnotizador

Ambrose Bierce


Cuento


Algunos de mis amigos, que saben por casualidad que a veces me entretengo con el hipnotismo, la lectura de la mente y fenómenos similares, suelen preguntarme si tengo un concepto claro de la naturaleza de los principios, cualesquiera que sean, que los sustentan. A esta pregunta respondo siempre que no los tengo, ni deseo tenerlos. No soy un investigador con la oreja pegada al ojo de la cerradura del taller de la Naturaleza, que trata con vulgar curiosidad de robarle los secretos del oficio. Los intereses de la ciencia tienen tan poca importancia para mí, como parece que los míos han tenido para la ciencia.

No hay duda de que los fenómenos en cuestión son bastante simples, y de ninguna manera trascienden nuestros poderes de comprensión si sabemos hallar la clave; pero por mi parte prefiero no hacerlo, porque soy de naturaleza singularmente romántica y obtengo más satisfacciones del misterio que del saber. Era corriente que se dijera de mí, cuando era un niño, que mis grandes ojos azules parecían haber sido hechos más para ser mirados que para mirar... tal era su ensoñadora belleza y, en mis frecuentes períodos de abstracción, su indiferencia por lo que sucedía. En esas circunstancias, el alma que yace tras ellos parecía —me aventuro a creerlo—, siempre más dedicada a alguna bella concepción que ha creado a su imagen, que preocupada por las leyes de la naturaleza y la estructura material de las cosas. Todo esto, por irrelevante y egoísta que parezca, está relacionado con la explicación de la escasa luz que soy capaz de arrojar sobre un tema que tanto ha ocupado mi atención y por el que existe una viva y general curiosidad. Sin duda otra persona, con mis poderes y oportunidades, ofrecería una explicación mucho mejor de la que presento simplemente como relato.


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4 págs. / 8 minutos / 94 visitas.

Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Chickamauga

Ambrose Bierce


Cuento


En una tarde soleada de otoño, un niño perdido en el campo, lejos de su rústica vivienda, entró en un bosque sin ser visto. Sentía la nueva felicidad de escapar a toda vigilancia, de andar y explorar a la ventura, porque su espíritu, en el cuerpo de sus antepasados, y durante miles y miles de años, estaba habituado a cumplir hazañas memorables en descubrimientos y conquistas: victorias en batallas cuyos momentos críticos eran centurias, cuyos campamentos triunfales eran ciudades talladas en peñascos. Desde la cuna de su raza, ese espíritu había logrado abrirse camino a través de dos continentes y después, franqueando el ancho mar, había penetrado en un terreno donde recibió como herencia la guerra y el poder.


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Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Guardián del Muerto

Ambrose Bierce


Cuento


I

En la llamada Costa Norte de San Francisco, en un cuarto de una casa desocupada, un cuarto de piso alto, yacía el cuerpo de un hombre tapado por una sábana. Serían las nueve de la noche. Una vela iluminaba el cuarto débilmente y las dos ventanas estaban cerradas, con las persianas bajas, a pesar del calor y de la costumbre de airear las habitaciones donde hay difuntos. Los únicos muebles eran un sillón, una mesita para leer que sostenía el candelero, y una larga mesa de cocina donde yacía el cuerpo del hombre. Poco antes, quizá, introdujeron los muebles y el cadáver. Un espectador habría observado que estaban libres de polvo, no así el piso del cuarto. Había telarañas en los ángulos de las paredes. Se delineaba el contorno del cuerpo bajo la sábana, hasta se insinuaban las facciones con esa extraña rigidez que suele atribuirse a las caras de los muertos, pero que en realidad es propia de todos aquellos consumidos por una enfermedad. Por el silencio que reinaba en el cuarto podía intuirse que no daba a la calle. Era un cuarto interior, sin más perspectiva que un alto peñasco. El edificio, en su parte de atrás, estaba construido sobre la pendiente de una colina. Cuando sonaron las nueve campanadas en el reloj de la iglesia —con tanto desgano, con tanta indiferencia al paso del tiempo que apenas podía uno comprender por qué se molestaban en marcar la hora— se abrió la única puerta del cuarto, entró un hombre y se acercó al cadáver. La puerta, como obedeciendo a un movimiento espontáneo, volvió a cerrarse tras él. Se oyó el chirrido de una llave que giraba con dificultad, se oyó el chasquido del cerrojo, se oyeron unos pasos que se alejaban por el corredor. Todo inducía a pensar que el hombre que había entrado en el cuarto era ya un prisionero. El hombre caminó hasta la mesa, se detuvo unos instantes mirando el cadáver; luego, encogiéndose levemente de hombros, fue hasta una de las ventanas y levantó la persiana.


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12 págs. / 21 minutos / 84 visitas.

Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

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