Textos favoritos de Ambrose Bierce | pág. 3

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autor: Ambrose Bierce


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La Alucinación de Staley Fleming

Ambrose Bierce


Cuento


De los dos hombres que estaban hablando, uno era médico.

—Le pedí que viniera, doctor, aunque no creo que pueda hacer nada. Quizás pueda recomendarme un especialista en psicopatía, porque creo que estoy un poco loco.

—Pues parece usted perfectamente —contestó el médico.

—Juzgue usted mismo: tengo alucinaciones. Todas las noches me despierto y veo en la habitación, mirándome fijamente, un enorme perro negro de Terranova con una pata delantera de color blanco.

—Dice usted que despierta; ¿pero está seguro de eso? A veces, las alucinaciones tan sólo son sueños.

—Oh, despierto, de eso estoy seguro. A veces me quedo acostado mucho tiempo mirando al perro tan fijamente como él a mí... siempre dejo la luz encendida. Cuando no puedo soportarlo más, me siento en la cama: ¡y no hay nada en la habitación!

—Mmmm... ¿qué expresión tiene el animal?

—A mí me parece siniestra. Evidentemente sé que, salvo en el arte, el rostro de un animal en reposo tiene siempre la misma expresión. Pero este animal no es real. Los perros de Terranova tienen un aspecto muy amable, como usted sabrá; ¿qué le pasará a éste?

—Realmente mi diagnosis no tendría valor alguno: no voy a tratar al perro.

El médico se rió de su propia broma, pero sin dejar de observar al paciente con el rabillo del ojo. Después, dijo:

—Fleming, la descripción que me ha dado del animal concuerda con la del perro del fallecido Atwell Barton.

Fleming se incorporó a medias en su asiento, pero volvió a sentarse e hizo un visible intento de mostrarse indiferente.

—Me acuerdo de Barton —dijo—. Creo que era... se informó que... ¿no hubo algo sospechoso en su muerte?

Mirando ahora directamente a los ojos de su paciente, el médico respondió:


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Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Mi Crimen Favorito

Ambrose Bierce


Cuento


Después de haber asesinado a mi padre en circunstancias singularmente atroces, fui arrestado y enjuiciado en un proceso que duró siete años. Al exhortar al jurado, el juez de la Corte de Absoluciones señaló que el mío era uno de los más espantosos crímenes que había tenido que juzgar.

A lo que mi abogado se levantó y dijo:

—Si Vuestra Señoría me permite, los crímenes son horribles o agradables sólo por comparación. Si conociera usted los detalles del asesinato previo de su tío que cometió mi cliente, advertiría en su último delito (si es que delito puede llamarse) una cierta indulgencia y una filial consideración por los sentimientos de la víctima. La aterradora ferocidad del anterior asesinato era verdaderamente incompatible con cualquier hipótesis que no fuera la de culpabilidad, y de no haber sido por el hecho de que el honorable juez que presidió el juicio era el presidente de la compañía de seguros en la que mi cliente tenía una póliza contra riesgos de ahorcamiento, es difícil estimar cómo podría haber sido decentemente absuelto. Si Su Señoría desea oírlo, para instrucción y guía de la mente de Su Señoría, este infeliz hombre, mi cliente, consentirá en tomarse el trabajo de relatarlo bajo juramento.

El Fiscal del Distrito dijo:

—Me opongo, Su Señoría. Tal declaración podría ser considerada una prueba, y los testimonios del caso han sido cerrados. La declaración del prisionero debió presentarse hace tres años, en la primavera de 1881.

—En sentido estatutario —dijo el juez— tiene razón, y en la Corte de Objeciones y Tecnicismos obtendría un fallo a su favor. Pero no en una Corte de Absoluciones. Objeción denegada.

—Recuso —dijo el Fiscal de distrito.


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Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Muerto en Resaca

Ambrose Bierce


Cuento


El mejor soldado de nuestro estado mayor era el teniente Herman Brayle, uno de los dos edecanes. No recuerdo de dónde lo sacó el general, creo que de algún regimiento de Ohio. Ninguno de nosotros lo conocía, pero eso no era extraño, pues no había ni dos de nosotros que hubiéramos venido del mismo estado, y ni siquiera de estados contiguos. El general parecía pensar que había que reflexionar muy cuidadosamente a la hora de conceder la distinción de un puesto en su estado mayor, para no ocasionar celos regionales que pusieran en peligro la integridad de aquella parte de la Nación que todavía seguía unida. No elegía oficiales de su propio mando y hacía malabarismos en los servicios del cuartel general para obtenerlos de otras brigadas. En estas circunstancias, los servicios de un hombre tenían que ser, en verdad, muy relevantes, para que se extendieran al ámbito de su familia y de sus amigos de juventud. De todos modos, la «voz de la trompeta de la fama» había enronquecido un poco por exceso de locuacidad.

El teniente Brayle medía más de metro noventa de altura y poseía una espléndida constitución. Tenía el cabello claro y los ojos azul grisáceos que en los hombres de su talla suelen asociarse a un valor y entereza de primera magnitud. Solía vestir el uniforme completo, especialmente en acción, mientras la mayoría de los oficiales se contentaba con lucir un atuendo menos rimbombante, por lo cual su figura resultaba llamativa e impresionante. Como todo el resto, tenía las maneras de un caballero, una mente cultivada y un corazón de león. Tenía alrededor de treinta años.


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Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Una Conflagración Imperfecta

Ambrose Bierce


Cuento


Una mañana de junio de 1872, temprano, asesiné a mi padre, acto que me impresionó vivamente en esa época. Esto ocurrió antes de mi casamiento, cuando vivía con mis padres en Wisconsin. Mi padre y yo estábamos en la biblioteca de nuestra casa, dividiendo el producto de un robo que habíamos cometido esa noche. Consistía, en su mayor parte, en enseres domésticos, y la tarea de una división equitativa era dificultosa. Nos pusimos de acuerdo sobre las servilletas, toallas y cosas parecidas, y la platería se repartió casi perfectamente, pero ustedes pueden imaginar que cuando se trata de dividir una única caja de música en dos, sin que sobre nada, comienzan las dificultades. Fue esa caja musical la que trajo el desastre y la desgracia a nuestra familia. Si la hubiéramos dejado, mi padre podría estar vivo ahora.

Era una exquisita y hermosa obra de artesanía, incrustada de costosas maderas, curiosamente tallada. No sólo podía tocar gran variedad de temas, sino que también silbaba como una codorniz, ladraba como un perro, cantaba como el gallo todas las mañanas —se le diera cuerda o no— y recitaba los Diez Mandamientos. Fue esta última maravilla la que ganó el corazón de mi padre y lo llevó a cometer el único acto deshonroso de su vida, aunque posiblemente hubiera cometido otros si le hubiera perdonado ese: trató de ocultarme la caja aunque yo sabía muy bien que, en lo que le concernía, el robo había sido llevado a cabo principalmente para conseguirla.


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Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Una Dama de Redhorse

Ambrose Bierce


Cuento


Coronado, 20 de junio.

Cada vez estoy más interesada en él. No es, estoy segura, su... ¿Conoces algún buen sustantivo que corresponda al epíteto «guapo»? No me gusta decir «belleza» cuando hablo de un hombre. Es harto guapo, Dios lo sabe. Cuando está en sus mejores momentos, que siempre lo son, ni siquiera confiaría en ti... la más fiel de las esposas. No creo que la fascinación de su trato tenga mucho que ver con ello. Bien sabes que el encanto del arte reside en algo indefinible, e imagino que para nosotras, mi querida Irene, el arte que estamos considerando es menos indefinible que para dos muchachas recién presentadas en sociedad. Sé de qué manera mi apuesto caballero obtiene muchos de sus efectos y hasta podría darle algunos consejos para que los realzara. Sea como fuere, sus modales son deliciosos. En este hombre, sospecho, lo que más me atrae es la inteligencia. Su conversación es la más seductora que he oído y no puede compararse con la de ningún otro. Parece conocerlo todo, y tiene que ser así porque lo ha leído todo, ha estado en todas partes, ha visto cuanto había que ver —a veces, creo, más de lo que conviene— y está relacionado con la gente más rara. Y su voz, Irene... Cuando la oigo, siento que debería pagar para oírla, aunque soy dueña de ella, claro está, cuando se dirige a mí.

3 de julio.


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Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Una Escaramuza en los Puestos de Avanzada

Ambrose Bierce


Cuento


I. En relación con el deseo de morir

Dos hombres estaban sentados, conversando. Uno era el gobernador del estado. Corría el año 1861; la guerra estaba en pleno apogeo y el gobernador era ya famoso por la inteligencia y el afán con que disponía el poder y los recursos de su estado para el servicio de la Unión.

—¡Cómo! ¿Usted? —exclamó el gobernador, con evidente sorpresa—. ¿También usted quiere un nombramiento de oficial? Verdaderamente, el toque de los pífanos y los tambores debe haber alterado profundamente sus convicciones. Supongo que, desde mi condición de oficial de reclutamiento, no tendría que ser muy escrupuloso —había un destello de ironía en sus palabras—, pero, bueno, ¿olvida usted que va a exigírsele un juramento de lealtad?

—No he cambiado ni mis convicciones ni mis simpatías —respondió el otro hombre con tranquilidad—. Aunque mis simpatías están con el Sur, como usted me hace el honor de recordar, nunca he dudado que el Norte tiene la razón. Soy sudista por origen y por sentimientos, pero en cuestiones de importancia tengo el hábito de actuar por lo que pienso y no por lo que siento.

El gobernador golpeteó con un lápiz su escritorio con aire ausente y permaneció unos instantes sin responder. Después dijo:

—He oído decir que en el mundo hay hombres de toda clase, y supongo que algunos constituyen la categoría que acaba usted de describir, a la que, sin duda, cree pertenecer. Pero lo conozco desde hace mucho tiempo y —perdóneme usted— no le creo.

—Entonces, ¿debo entender que deniega mi solicitud?


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Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Una Rebelión de los Dioses

Ambrose Bierce


Cuento


Mi padre era desodorizador de perros muertos; mi madre mantenía el único negocio de carne para gatos en mi ciudad natal. No vivían felices: la diferencia de rango social era un abismo que no podía ser salvado por los votos del matrimonio. Era en verdad una alianza incompatible y desafortunada; y como podría haberse previsto, terminó en desastre. Una mañana, después de las habituales riñas del desayuno, mi padre se levantó de la mesa, tembloroso y pálido de ira, y dirigiéndose a la iglesia, azotó al sacerdote que había llevado a cabo la ceremonia matrimonial. El acto fue generalmente condenado y el sentimiento público se alzó tan fuertemente contra el ofensor, que la gente permitiría antes yacer perros muertos en su propiedad hasta que la fragancia fuera ensordecedora, antes que emplearlo; y las autoridades municipales soportaron que un viejo mastín hinchado exhalase desde una plaza pública una emanación tan clamorosa, que los forasteros de paso suponían para sí que se encontraban en las vecindades de un aserradero. Mi padre era verdaderamente impopular. Durante esos oscuros días, el único sostén de la familia provenía del emporio de comida para gatos de mi madre.


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Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Una Tumba Sin Fondo

Ambrose Bierce


Cuento


Me llamo John Brenwalter. Mi padre, un borracho, logró patentar un invento para fabricar granos de café con arcilla; pero era un hombre honrado y no quiso involucrarse en la fabricación. Por esta razón era sólo moderadamente rico, pues las regalías de su muy valioso invento apenas le dejaban lo suficiente para pagar los gastos de los pleitos contra los bribones culpables de infracción.

Fue así que yo carecí de muchas de las ventajas que gozan los hijos de padres deshonestos e inescrupulosos, y de no haber sido por una madre noble y devota (quien descuidó a mis hermanos y a mis hermanas y vigiló personalmente mi educación), habría crecido en la ignorancia y habría sido obligado a asistir a la escuela. Ser el hijo favorito de una mujer bondadosa es mejor que el oro.

Cuando yo tenía diecinueve años, mi padre tuvo la desgracia de morir. Había tenido siempre una salud perfecta, y su muerte, ocurrida a la hora de cenar y sin previo aviso, a nadie sorprendió tanto como a él mismo. Esa misma mañana le habían notificado la adjudicación de la patente de su invento para forzar cajas de caudales por presión hidráulica y sin hacer ruido. El Jefe de Patentes había declarado que era la más ingeniosa, efectiva y benemérita invención que él hubiera aprobado jamás. Naturalmente, mi padre previó una honrosa, próspera vejez. Es por eso que su repentina muerte fue para él una profunda decepción. Mi madre, en cambio, cuyas piedad y resignación ante los designios del Cielo eran virtudes conspicuas de su carácter, estaba aparentemente menos conmovida. Hacia el final de la comida, una vez que el cuerpo de mi pobre padre fue alzado del suelo, nos reunió a todos en el cuarto contiguo y nos habló de esta manera:


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Un Habitante de Carcosa

Ambrose Bierce


Cuento


Existen diversas clases de muerte. En algunas, el cuerpo perdura, en otras se desvanece por completo con el espíritu. Esto solamente sucede, por lo general, en la soledad (tal es la voluntad de Dios), y, no habiendo visto nadie ese final, decimos que el hombre se ha perdido para siempre o que ha partido para un largo viaje, lo que es de hecho verdad. Pero, a veces, este hecho se produce en presencia de muchos, cuyo testimonio es la prueba. En una clase de muerte el espíritu muere también, y se ha comprobado que puede suceder que el cuerpo continúe vigoroso durante muchos años. Y a veces, como se ha testificado de forma irrefutable, el espíritu muere al mismo tiempo que el cuerpo, pero, según algunos, resucita en el mismo lugar en que el cuerpo se corrompió.

Meditando estas palabras de Hali (Dios le conceda la paz eterna), y preguntándome cuál sería su sentido pleno, como aquel que posee ciertos indicios, pero duda si no habrá algo más detrás de lo que él ha discernido, no presté atención al lugar donde me había extraviado, hasta que sentí en la cara un viento helado que revivió en mí la conciencia del paraje en que me hallaba. Observé con asombro que todo me resultaba ajeno. A mi alrededor se extendía una desolada y yerma llanura, cubierta de yerbas altas y marchitas que se agitaban y silbaban bajo la brisa del otoño, portadora de Dios sabe qué misterios e inquietudes. A largos intervalos, se erigían unas rocas de formas extrañas y sombríos colores que parecían tener un mutuo entendimiento e intercambiar miradas significativas, como si hubieran asomado la cabeza para observar la realización de un acontecimiento previsto. Aquí y allá, algunos árboles secos parecían ser los jefes de esta malévola conspiración de silenciosa expectativa.


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Un Hijo de los Dioses

Ambrose Bierce


Cuento


Día de brisa en un paisaje soleado. Campo abierto a derecha, a izquierda, hacia adelante; detrás, un bosque. En el linde del bosque, frente al campo abierto pero temiendo aventurarse en él, largas líneas de soldados que conversan; crujido de innumerables pasos sobre las hojas secas que tapizan el suelo entre los árboles; voces roncas de los oficiales que dan órdenes. Al frente de las tropas —pero no demasiado expuestos— apartados grupos de soldados de caballería; muchos miran atentamente la cumbre de una colina situada a una milla de distancia en la dirección del avance interrumpido. Porque ese ejército poderoso, que se desplaza en orden de batalla a través de un bosque, acaba de encontrar un obstáculo formidable: el campo abierto. La cumbre de la suave colina a una milla de distancia tiene un aspecto siniestro. Dice: ¡Cuidado! Está coronada por un largo muro de piedra que se extiende a derecha e izquierda. Detrás del muro hay un cerco. Detrás del cerco se ven las copas de algunos árboles dispuestos muy irregularmente. Entre los árboles, ¿qué? Es necesario saberlo.

Ayer, y muchos días y noches antes, combatíamos en alguna parte; había un incesante cañoneo y de tiempo en tiempo el redoble del vivo fuego de los fusiles al que se mezclaban vítores —nuestros o de nuestro enemigo: rara vez lo sabíamos— atestiguando una ventaja transitoria. Esta mañana, al romper el día, el enemigo había desaparecido. Avanzamos cruzando sus fortalezas y terraplenes —¡tan a menudo lo habíamos intentado vanamente!— a través de los desechos de sus campamentos abandonados, en medio de las tumbas de sus caídos en el bosque.


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Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

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